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  • Alejandro Deustua

Bolivia: Un Espejismo de Estabilidad

19 de diciembre de 2005



La victoria en primera vuelta de un candidato presidencial en un país con fuerte tendencia a la fragmentación ciertamente merece respeto y debiera generar alivio. Pero, en tanto la capacidad cohesiva de quien lo dirigirá -el señor Morales- es francamente cuestionable, esa victoria despierta también considerable y justificada preocupación.


En efecto, si en Bolivia las fuerzas centrífugas tienen fundamento histórico, éstas se han intensificado últimamente mediante la acción irresponsable del señor Morales. Dos Jefes de Estado forzados a renunciar bajo la presión callejera de corrientes lideradas o cercanas al candidato electo, una ciudadanía empujada a la polarización con él a la cabeza y una representación beligerante de los excluidos que colocó al Estado en los límites de la disolución pueden dar fe de ello.


A esta realidad se agregan los postulados inmatizados de un candidato opuesto a las condiciones básicas del orden interno en su país y a las orientaciones fundamentales de la relación vecinal y hemisférica de la gran mayoría de los países latinoamericanos. Su acceso al poder, de no mediar agrupaciones y gestores que lo orienten y frenen, es una recetario de inestabilidad.


En el ámbito interno encabeza la lista la disposición del señor Morales a despenalizar o legalizar la siembra de coca y la consecuente inhibición de la lucha contra el narcotráfico. Esta amenaza de proyección transnacional se enmarca en el cuestionamiento esencial a los dos tipos de reforma que han caracterizado el proceso de modernización latinoamericano por casi una generación: la del Estado (que el señor Morales desea fundamentalmente controlista) y la del mercado (que el virtual presidente pretende revertir sustentado en una visión económica más atenta al control de los recursos naturales que a la diversificación de capacidades empresariales). Amparado en una visión “comunitaria” de ambos factores, el señor Morales no pretende mejorar su desempeño sino liquidarlos (como ha ocurrido con la democracia representativa). Y lo hará envuelto en la bandera de la justicia social y del indigenismo maniatando la iniciativa de quienes quizás hubieran preferido reformar la reforma e intentar el camino moderno del desarrollo antes que se les expropiara, como ha ocurrido, el concepto de equidad. En el ámbito externo el señor Morales tenderá a generar a inestabilidad a través de su asociación con el presidente Chávez y el dictador Castro. Intensificando la contienda con Estados Unidos en el corazón de Suramérica, la región incrementará su vulnerabilidad. A la amenazas no convencionales se podrá sumar entonces una dimensión geopolítica definida por la traslación de la contienda cubano-norteamericana al altiplano y a las cuenca del Plata y del Amazonas. Y si ésta se encadena con la beligerancia antichilena del señor Morales y con su afán de promover una suerte de dominio quechua y aymara, el escenario estará servido para incrementar las hipótesis de conflicto que todos los vecinos dicen no poseer. El elemento catártico de estas tensiones es, en esa visión, el empleo estratégico del gas boliviano. Como con todo país vecino, el Perú debe estar dispuesto a ayudar a Bolivia. Pero para que ello ocurra el nuevo gobierno boliviano deberá comprometerse seriamente a que el discurso belicoso del señor Morales no se transforme en acción desestabilizadora interna y regional.

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