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  • Alejandro Deustua

Bolivia: Anarquía y la Esperanza de un Orden Incierto

A la vista de todo el hemisferio y con la ferviente aprobación de los miembros del ALBA, entre otros Estados, Bolivia ha ingresado a una etapa de anarquía e inaugurado en la región un espacio de conflicto entre el siglo XIX y el siglo XXI.

En efecto luego de que el señor Evo Morales demoliera sistemáticamente el Estado de derecho en ese país, la anunciada respuesta autonómica de los departamentos del Oriente, encabezados por Santa Cruz no esboza hoy un nuevo orden sino la contienda civil entre una entidad regional pretendidamente moderna y otra central abiertamente milenarista.

Si este clima de fractura y de altísimo carga conflictiva pudiera enrumbarse a través de la negociación, el resultado será, en el mejor de los casos sin embargo, una mala mezcla de una Constitución inviable y un Estatuto autonómico cuestionable. Ello no asegurará paz, ni progreso, ni institucionalidad. He allí, en su versión refundida, el resultado del Estado refundado que Morales quería.

Por lo demás, si en el entrevero ideológico generado por facciones hiperestatistas y liberales, la inducción oficial del “plurinacionalismo” ha disfrazado el indigenismo primario y desconocido la realidad elemental del mestizaje, la idea de nación ha sido también sustraída de Bolivia.

Si de ella sólo queda la noción de patria, entonces a ella quizás deberán recurrir los bolivianos para rescatar del abismo un Estado políticamente fallido, económicamente frustrado y, próximamente, hasta alimentariamente insuficiente a pesar de su extraordinaria riqueza agropecuaria.

Este desastre social y geopolítico es producto del excepcional poder destructivo de Morales y de sus aliados internacionales que se han esmerado en maximizar, paradójicamente, una de las tendencias más intensas de la globalización: la de la fragmentación. Si el vacío de poder que ello genera en el centro de Suramérica es propicio para la confrontación violenta de propios y extraños (algo que es indispensable impedir), también lo es para el fortalecimiento de actores marginales de gran poder destructor ya establecidos en el medio (narcotraficantes y terroristas, entre ellos).


Por lo demás, ello ocurre con gran poder transnacionalizador. Si la proyección de la problemática boliviana impactará en aquellas áreas más cercanas y vulnerables a ella (como el sur del Perú), su excusa (la del complot imperialista que busca el separatismo en nuestros países) podría intentar desarticular la buena relación establecida por la mayoría suramericana con potencias medianas y mayores. Esta forma de pensar ha sido claramente planteada por jefes de Estado como el señor Correa quien, en apariencia, está optando por otra forma de autodestrucción: el aislacionismo.

Sin embargo, la descripción de este desastre anunciado hace tres años y previsto sistemáticamente hasta hace pocos días sólo sirve para esbozar una inútil imagen del caos. Para evitar que aquél haga metástasis en la región es necesario que el señor Morales emprenda un diálogo urgente con una oposición extraordinariamente potenciada si es que desea rescatar a su país del abismo, lo que queda de su lamentable gestión y evitar su renuncia.

A ello debe seguir un esfuerzo de concertación entre los Estados democráticos y de libre mercado de la región que, deponiendo los intereses parroquiales que puedan dividirlos, se aproximen a las partes. Esta aproximación debe partir de una comunicación cruda a los beligerantes bolivianos de la crítica percepción foránea sobre la anarquía en su país y los riesgos que ello implica para la región. Luego de ello, los Estados de buena voluntad deben brindar apoyo a la sociedad boliviana para continuar después con ofertas concretas de asistencia democrática (financiamiento de reformas institucionales si los bolivianos lo desean) y de mercado (apertura unilateral condicionada a la concertación) que aseguren una mínima estabilidad en Bolivia.

Tal esfuerzo tiene una premisa: inducir enérgicamente a los miembros del ALBA a que dejen de intervenir en Bolivia y contenerlos eficazmente de una vez por todas, enrostrándoles, en el proceso, la evidencia del desastre que son capaces de producir.

Sin embargo, a la luz de las circunstancias, este esfuerzo no puede ser neutral a pesar de la ilegalidad generalizada que sustancia la problemática de Bolivia. Y mucho menos cuando la ideología del partido oficialista está arrastrando a ese país al suicidio político. Si la causa de los departamentos del Oriente no tiene fundamento legal sólido, ciertamente es la que brinda mejores posibilidades a Bolivia. Para que aquélla cuaje en un escenario que incluya a todos, es necesario colaborar con los bolivianos que deseen rescatar a su Estado y su fundamento nacional.



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