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  • Alejandro Deustua

América Fracasa en Cancún

El fracaso de la reunión de consulta de cancilleres americanos en procura de alguna solución para la abismal crisis venezolana tiene implicancias muchos más graves que la incapacidad de impedir la consolidación dictatorial en Venezuela y su debacle humanitaria.


Éste confirma la crisis del interamericanismo, el muy frágil sustento regional de América y la falta de identidad estratégica del área en un contexto en que las regiones tienden a recuperar relevancia geopolítica.


En Cancún el fracaso de los Estados liberales americanos fue particularmente estrepitoso. Y no sólo porque éstos sean los más grandes (incluyendo una superpotencia), los más ricos y los de mayor capacidad militar sino porque esa masa de poder potencial no se ha traducido en influencia en un caso decisivo para la región.


Su más patético ejemplo fue la infértil declaración sobre requerimientos humanitarios, democráticos e institucionales en Venezuela que, a falta de resultados, emitieron los tres norteamericanos, los del MERCOSUR y los de la Alianza del Pacífico. Su influencia fue neutralizada por los del ALBA y los caribeños.


En ese trance, el ALBA mostró algo más que su negativa vitalidad: la subsistencia de un gobierno que, a pesar de sus precarios fundamentos estatales, puede ejercer algún poder ordenador externo mediante la solidaridad ideológica. En efecto, Venezuela mostró en Cancún que puede dividir la región y subsistir imponiendo el caos socialista, que potencia a sus socios, sobre el orden democrático liberal.


Y en relación a los caribeños, Venezuela demostró que la hegemonía petrolera y la dependencia de los más débiles sigue viva en América. Esta dualidad permite la subsistencia del centro que gobierna Maduro a costa de la pobreza de 82% de los venezolanos.


Es más, si la diplomacia de ese conjunto de países hizo creer a los liberales que podría haber un entendimiento sólo para mostrar lo contrario a la hora del voto, ello indica que la ingenuidad es parte de la insuficiencia de los países liberales americanos.


Esta realidad muestra a América como es hoy: un espacio territorial dispar y desordenado y también definido por su carencia de identidad normativa y estratégica.


Al respecto la opacidad norteamericana es un elemento a destacar. Su acelerada pérdida de liderazgo global se expresa también en América.


En nuestra era, ésta empezó con el derrumbe del ALCA (liderado por Lula) y del sustento colectivo de la Carta Democrática (liderada por Maduro y su reclamo de soberanía absoluta). Y se afirmó con la postergación hemisférica que acompañó la securitización de la política exterior de Bush y la “asociación entre iguales” de Obama. Hoy se ha exacerbado con la denuncia por Trump de regímenes valiosos para Latinoamérica (el TPP, el acuerdo climático, la dudosa renegociación del NAFTA) y con la petulancia como política (México, CA).


Ello se reflejó en la ausencia del Secretario de Estado Tillerson en Cancún, en la indisposición a presionar a Venezuela con recortes de importaciones petroleras y en la falta de un Subsecretario para Asuntos Hemisféricos debidamente designado.

En ese contexto, la OEA intenta recuperar algún rol gracias a su Secretario General que, frente a las divisiones de los Estados Miembros, acompaña la causa de la recuperación democrática en Venezuela como lo haría el Secretario General de la ONU en algún genocidio en África o el Medio Oriente.


A la luz de estos pasivos, magnificados por el fracaso de Cancún, América necesita recuperar cohesión, liderazgo y gobernabilidad para empezar a contar de nuevo en la región y en el mundo.


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