Las crisis de seguridad nacionales e internacionales se han acelerado en estos días. Desde la perspectiva local una novedad las califica: una potencia menor como el Perú no sólo está comprometida en tres de ellas sino que puede hacer algo al respecto.
En el noreste asiático, la amenaza nuclear norcoreana ha devenido en intercontinental. La percepción de esta amenaza ya es tan consensual entre las potencias amenazadas (Corea del Sur, Japón, Estados Unidos) como el extraordinario incremento de la sensación de poder del sátrapa Kim Jong Un.
El estreno de esta capacidad se tornará rápidamente en búsqueda de influencia con interlocutores norcoreanos que, antes del cruce del umbral nuclear y de su proyección, no tenían a ese Estado entre sus prioridades. Esa búsqueda incluirá la consolidación de la minúscula red de sus contactos diplomáticos vigentes.
Perú, que en 1988 estableció irresponsablemente relaciones con ese Estado, será uno de los interlocutores a consolidar.
A la luz de la amenaza explícita a varios de nuestros principales socios, de nuestra política antinuclear, de la decisión de hacer de la región un área libre de armas nucleares y de potenciar nuestra conducta en el Consejo de Seguridad, el Perú tiene la obligación de reducir esa mayor cuota de poder norcoreano. Al respecto dispone de un instrumento diplomático útil: el rompiendo relaciones con un Estado con el que no tenemos ninguna coincidencia de intereses y sí vulnerabilidad incremental.
De otro lado, España, otro socio principalísmo, acaba de ser nuevamente atacada por el terrorismo islámico logrando éste uno de los resultados que esa amenaza global busca: la alerta generalizada frente a agentes similares en Europa y en otras partes del mundo.
Teniendo en cuenta que los nuevos terroristas desempeñan su cruento rol sin gran organización y empleando material, digamos, doméstico (autos familiares, camiones de mudanza, cuchillos de cocina) bien podríamos en el Perú desactivar a sus letales mimos en los campos de la educación y de la agricultura.
La inmediata neutralización del Movadef y la urgente reconquista del VRAEM ayudarían a extraernos del escenario de contagio del terrorismo global. El logro de este objetivo está dentro de nuestras capacidades.
Finalmente, la región se encuentra frente a la inminencia de la consolidación de una dictadura cubanófila o cívico-militar en su extremo norte. Frente a la imposibilidad de resolver el asunto en la OEA y la ONU por insuficiencia de votos, los suscriptores de la Declaración de Lima tampoco podrán aplicar la Carta Democrática.
Es hora que ellos actúen mediante la imposición de medidas coercitivas que, a falta de eficacia económica, se concentren en el aislamiento físico y logístico del gobierno de Maduro en conjunción con socios europeos y norteamericanos.
El precio de ser sólo declarativos en estos campos elevará lo que los economistas denominan “riesgos geopolíticos” a gran costo para el Perú y sus vecinos convergentes.
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