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  • Alejandro Deustua

7 Mil Millones de Habitantes

Desde octubre, la población mundial ya asciende a 7 mil millones según la ONU. La celebración de la fecundidad que ello supone se matiza, sin embargo, si la proyección a 40 años implica un incremento de 2.3 mil millones de personas (9.3 mil millones en el 2050) y de 3.6 mil millones a 60 años (10 mil millones a finales de siglo) bajo condiciones de normalidad (1). Para celebrar tanta fecundidad se requiere, como es evidente, crecimiento económico. Este objetivo de muy largo plazo debiera enmarcar las medidas que se plantean para salir de la crisis que hoy afecta a los países desarrollados cuya calidad sistémica involucra, potencialmente, al conjunto de la humanidad.


Si se acepta esa propuesta como referencia, es indispensable considerar los parámetros del escenario poblacional correspondiente. Especialmente si se toma en cuenta el hecho de que si los Estados no adoptan las medidas adecuadas de desarrollo sustentable (que implica incremento de los mercados y de inclusión social), la proyección demográfíca del 2050 y 2100 podría incrementarse a 10.6 mil millones y 15 mil millones personas, respectivamente. Esta es una probabilidad, no un margen de error estadístico según el Fondo de Población de las Naciones Unidas.


Esta entidad no identifica la dimensión optimista del desafío en el incremento de la productividad derivada de la innovación tecnológica (que es el factor determinante de que la explosión demográfica de la postguerra -en 1950 la población mundial ascendía a 2.5 mil millones aproximadamente- no haya generado una crisis malthusiana). Al margen de la pobreza conceptual del informe del caso que contrasta con su importancia estadística, la UNFPA señala que la verdadera oportunidad radica en el buen aprovechamiento del “dividendo demográfico” que ofrece una mayoritaria población juvenil si ésta es enriquecida con educación y oportunidades.


El destino de esa propuesta sensata depende, sin embargo, de que las oportunidades del mercado vayan de la mano con el incremento de la educación. Pero esa correspondencia no ocurre hoy día. El resultado es una brecha creciente entre la población educada (al margen de si lo está bien o mal) y la demanda de trabajo. En efecto la OIT da cuenta del nivel extraordinario del desempleo juvenil en momento en que, según la UNFPA, casi 50% de los 7 mil millones de habitantes del planeta son jóvenes de entre 10 y 24 años. Si se descuenta los 1.9 mil millones que componen el rango 10-19 años, ello nos deja con una demanda de empleo de 1600 millones de muchachos entre 19 y 24 años. Y como lo muestra la denominada “primavera árabe”, ése es el sector poblacional más activo en la protesta cuando la frustración derrumba sus legítimas expectativas.


Pero la preocupación debería ser mayor aún en las agendas colectivas (como la del G20) si se considera, adicionalmente, un par de ecuaciones explosivas. La primera es un desatendido lugar común: a menor desarrollo mayor incremento de la tasa de crecimiento demográfico. Así, mientras los “regiones más desarrolladas” (1.2 mil millones de personas) crecen apenas a una tasa 0.4% (con un creciente problema de envejecimiento), las menos desarrolladas (5.7 mil millones) lo hacen a 1.3% y los países menos adelantados (0.85 mil millones) a 2.2% según la UNFPA.


La segunda ecuación preocupante es la que tiene como factores a las “regiones menos desarrolladas” con mayor tasa de crecimiento demográfico. Entre ellas se encuentran el África Subsahariana (con 2.4%) y los Estados árabes (2%). Si éstas son las regiones con mayor propensión al conflicto interno, es evidente que un factor determinante del mismo es la fuerte correlación entre fecundidad y falta de oportunidades.


En efecto, en un contexto de urbanización creciente (la migración del campo a la ciudad es potenciada por el crecimiento demográfico), la combinación más inestable es la que vincula economías no dinámicas con altas tasas de crecimiento demográfico con regiones atrasadas (como las del África y las que componen los Estados árabes). Y si a esa fórmula de inestabilidad se agrega el componente juvenil desempleado, la latencia del conflicto incoado tenderá a ebullir en esas regiones.


En lo que toca a América Latina, la participación de jóvenes en la fuerza laboral es de las más altas. Con 52.1% está por encima del Sureste Asiático (51.3%) y sólo por debajo del Asia Oriental (59.2%) y del África Subsahariana (57.9%). En ese marco, como es evidente, nuestra responsabilidad consiste, de un lado, en cerrar la brecha con el Asia mejorando el mercado de trabajo y alejarnos de la realidad demográfico-económica del África. Y, del otro, en propiciar la acción colectiva para que esas regiones desfavorecidas dejen de serlo.


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