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  • Alejandro Deustua

Venezuela: ¿El Día D humanitario?

La asistencia humanitaria a Venezuela ha pasado de ser una operación de emergencia social a una de características militares. Si esa evolución era abiertamente previsible se explica menos por qué los países contribuyentes (los occidentales, el Grupo de Lima) no han invocado el principio de la obligación de proteger para actuar.


El escenario además está marcado por un sigilo excepcional y por un excesivo protagonismo norteamericano.


En cuanto a lo primero, nadie, salvo los contribuyentes específicos, parece estar al tanto de la dimensión cuantitativa de la asistencia (hoy se la estima en 600 toneladas que pueden o no corresponder a los US 100 millones comprometidos hace una semana) como tampoco de los planes alternativos para hacerla llegar a su destino frente al cierre de fronteras que la barbarie de Maduro ha ordenado.


Sabemos que el presidente encargado Guaidó ha organizado a alrededor de medio millón de voluntarios venezolanos para acompañar y facilitar el arribo de la ayuda desde la frontera hasta su destino. Pero la presencia de esa población organizada en la frontera no es visible el día anterior al eventual cruce de frontera.


Por lo demás, el Consejo de Seguridad de la ONU, gracias a la lamentable actitud de Rusia y China, no ha podido organizar la operación bajo el comando de los “cascos azules”. Ello no obstante la UNICEF y el Programa Mundial de Alimentos están activos en Venezuela y el Fondo Común de Respuesta a Emergencia está organizando su respuesta.


Como es claro, ninguna fuerza armada de los países vecinos está deseosa de confrontar militarmente la eventual acción entorpecedora de las tropas venezolanas. Mientras tanto, éstas operan con energía insuficiente contra políticos de la oposición y vehículos de carga que transportan la asistencia. Y el presidente Guaidó, habiendo llegado ya a la frontera, no se ha hecho visible aún en ella.


De momento, la tensa baja intensidad reina a pesar de que Maduro ha cerrado su frontera marítima para evitar el arribo de asistencia desde Curazao y ha clausurado también la terrestre con Brasil para evitar la que provenga de Roraima. Pero si al dictador se le ocurriera cerrar la frontera con Colombia militarizándola o disparara un tiro la escalada es previsible, la tensión se liberará y el rol de los Estados Unidos prevalecerá.


Parte del problema es la retórica excesiva del presidente Trump y de algunos congresistas que no han podido contener su ansia de visibilidad y la realidad de su liderazgo restringida a la acción efectiva antes que a la amenaza. La guerra de nervios y la dura sanción económica ha sido su instrumento hasta ahora.


Este conjunto de elementos ha incrementado las expectativas de los potenciales beneficiarios venezolanos como la torpe agresividad de Maduro y la de su alto mando mientras Rusia demanda una negociación que proteja su rol en Venezuela y el Secretario General de la ONU ha hecho lo mismo para lograr un acuerdo “viable” (desatento, quizás, a los ejercicios anteriores que sólo beneficiaron a Maduro).


Si esa negociación se produce, como puede ocurrir, ésta debiera estar orientada al ingreso de la ayuda sin dar a Maduro ninguna legitimidad. Él, que ha comprometido la vida de los ciudadanos venezolano cometiendo un delito sucesivo de lesa humanidad, debe irse o ser obligada a hacerlo.


Su presencia representa, es claro, cada día más la desesperanza de los venezolanos, la amenaza a sus vecinos y a la región desestabilizando el norte suramericano (el incremento del vínculo agresivo con Cuba y el extrarregional con Rusia y otros agentes es tangible para el que quiera verlo). Ello sin contar la afectación de los mercados laborales regionales ni la generación de graves problemas de seguridad interna en Suramérica.


Si la ayuda humanitaria tiene un lado político complementario, éste debe ser claramente el retiro del dictador.


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