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  • Alejandro Deustua

Uruguay: Una Elección de Dimensión Estratégica

La contienda electoral uruguaya que se realizará este domingo para elegir presidente y nuevos parlamentarios será excepcional por su dimensión estratégica y formal en el marco suramericano.


Se trata de una elección excepcional porque ésta debe evaluarse a la luz de las elecciones brasileñas que se celebran el mismo día y con las mismas perspectivas: aunque se imponga el candidato oficialista en primera vuelta, es muy probable un balotaje que determine un ganador distinto en la segunda vuelta.


Y es estratégica porque si la elección del domingo conduce al triunfo de la oposición en Brasil y Uruguay en segunda vuelta (el 2 y 26 de noviembre, respectivamente), el MERCOSUR se habrá liberado de sus tribulaciones populistas y compensará, con políticas que miran al mundo con perspectivas de regionalismo abierto (común y técnico). El presente de un pseudo bloque más o menos cerrado en el que sus miembros buscan un nuevo status de poder (Brasil) o reaniman viejos y combativos irredentismos (Argentina) podría tener los días contados en beneficio de otro que genere bienestar y no disciminación.


Finalmente, debe destacarse el carácter político de la elección uruguaya. Ésta dista mucho de la violencia verbal polarizante que caracteriza hoy a las elecciones brasileñas y de las maneras con que otros vecinos resuelven sus diferencias partidarias (especialmente en Argentina). En ellos el populismo practica el juego de la suma 0 con militancias múltiples fraguadas en la tradición contenciosa del viejo caudillismo que el peronismo cuajó tan bien.


Por lo demás, la elección uruguaya se llevará a cabo con la presencia vital de “partidos tradicionales” (el Blanco y el Colorado, que ha gobernado más de centuria y media). Es decir, Uruguay preserva instituciones ya renovadas generacionalmente en el ámbito del liderazgo aunque no se haya desprendido de sus clanes originales.


En efecto, la candidatura del Partido Blanco (liberal pero de sesgo nacionalista) es encabezada por Luis Lacalle Pou de 41 años mientras que el Partido Colorado (conservador en lo social y liberal en lo económico) es liderado por Pedro Bordaberry de 54 años. Aunque ambos ganaron sus candidaturas en elecciones primarias, ambos son hijos de ex –presidentes (Luis Alberto Lacalle fue presidente en el quinquenio 1990-1995 y Juan María Bordaberry presidió Uruguay democráticamente en el bienio 1972-1973 y dictatorialmente entre 1973 y 1976). Este legado es tratado con el mayor cuidado por ambos candidatos.


Salvo por este último inconveniente, estas características tienen aún mayor mérito porque la manera de hacer política en Uruguay ha cambiado y los uruguayos han dado un buena respuesta a este hecho: el político debe aproximarse a la población y no al revés en tanto los partidos ya no albergan a las masas y las masas se han ido fragmentando y diversificando al compás que marca la influencia creciente de indescifrables clases medias, de las preferencias cada vez más individualistas y de la influencia de las redes sociales y de otros medios electrónicos.


Así, aunque el Sr. Bordaberry parece el candidato más sólido y con planteamientos mejor organizados, el de mayor impacto es el Sr. Lacalle con un estilo que él denomina “la positiva”. Éste se basa menos en la crítica que en la propuesta presentada de manera no confrontacional, que no desconoce los logros del rival oficialista y anima a lograr más y mejores objetivos. A esa percepción se suma el carisma y la juventud del candidato.


Y en lo que hace a Tabaré Vazquez, sus 74 años le han restado más disposición al voto que aprobación personal (algo más de 70% gestada durante el primer gobierno del Frente Amplio). A pesar de que él representa la continuidad cuando la circunstancia uruguaya requiere de un cambio que no escapa a los apremios del “crecimiento mediocre” que el FMI ha diagnosticado para el mundo, “Tabaré” se ha ganado la candidatura en unas primarias en las que el apoyo del Presidente Mujica no se ha caracterizado por el elogio incondicional.


Uruguay puede no responder ya al mito de la “Suiza suramericana” pero ciertamente sus ciudadanos se congregarán para definir su futuro con maneras más civilizadas y republicanas que buena parte de los suramericanos (y que, sin embargo, no pocos cuestionan).


No por nada la seguridad y la educación son considerados los principales problemas de un país conformado por algo más de 3 millones de ciudadanos desde hace medio siglo (la migración es alta y la tasa de natalidad es baja como casi siempre en la historia reciente de la República Oriental).


Una prueba de la preocupación colectiva por la seguridad es el referéndum que se realizará junto con las elecciones políticas. En efecto, los uruguayos deberán decidir si desean o no rebajar la edad de imputabilidad penal de 18 a 16 años.


Ello muestra el serio problema que presenta al Estado una juventud cada vez más separada de las organizaciones tradicionales y de las familias que forman el carácter y orientan la conducta. Tal diagnóstico no es sólo penal sino educativo.


En efecto, el problema de la educación uruguaya no se define sólo por el contraste con la vieja educación pública que fue modelo en América Latina, sino por la crisis de la educación primaria y secundaria (de ésta última no pocos jóvenes se alejan). Este problema parece menor que la educación superior que sin ser de gran calidad, es reconocida por el índice de competitividad del Foro Económico Mundial como una que ha registrado avances recientes.


Así, el debate sobre la cuestión educativa parece menos ilustrado por los requerimientos sofisticados de la innovación y desarrollo (en los que Uruguay ha avanzado poco en el ámbito universitario) que por el comportamiento y preparación del personal docente sindicalizado que se niega a cualquier reforma y que ha impedido el desarrollo tanto de la currícula como de las horas normales de clase.


De otro lado, Uruguay no es una isla económica ni su perfomance ha sido de las mejores en la región. Según la proyección de la CEPAL anterior a la revisión a la baja generalizada realizada por el FMI, Uruguay crecerá este año 3% siguiendo con la tendencia declinante del último año (4.4% en el 2013) aunque repuntando mínimamente en el 2015 (3.3%).


Por lo demás, siendo Uruguay un país exportador de bienes agropecuarios especialmente (carnes y soya), presenta un déficit de cuenta corriente que también da cuenta del impacto de la baja del precio de los commodities en el mundo.


En ese marco, el gobierno del Frente Amplio ha incurrido en un déficit fiscal mayor para sostener el gasto, las transferencias y los subsidios sociales. Esta materia será extremadamente difícil de resolver gane quien gane.


En efecto, si triunfa el Partido Nacional que, como en el caso original de la Sra. Silva y, hoy, del Sr. Neves en el Brasil, se ha comprometido a no deshacerse de los programas sociales vitales para la subsistencia de las capas de menores ingresos de la sociedad, cualquier corte será propicio para la protesta. Y si triunfa el Frente Amplio, las necesidades de reducción del déficit fiscal podrían ser vistas como una traición por sus electores.


De los beneficios de ese gasto se autocongratula, sin embargo, el Presidente Mujica. Y no sólo por el efecto que éste haya tenido en la reducción de la pobreza sino por su consecuencia indirecta en el empleo: Uruguay tiene hoy un nivel de desempleo del 6%, que según el Frente Amplio es el menor en la historia.


Lamentablemente, ese nivel de empleabilidad parece cada vez más distante de la perfomance de la inversión que cayó 4.3% en el 2012, 3% este año y caerá en el mismo nivel en el 2015 según el BBVA.


Esa tendencia muestra otra disfuncionalidad: mientras que los flujos de capital se han recuperado (Uruguay es una plaza bancaria importante en el MERCOSUR), la inversión extranjera directa tiende a caer. Y caerá más luego de que se concluya el “megaproyecto” Montes de Plata (un emprendimiento de US$ 2 mil millones de la chilena Arauco y de la finlandesa Stora Anso en el complicado sector de producción de celulosa) a pesar de que se espera de él un aporte exportador.


En ese contexto relativamente precario, el problema mayor es, sin embargo, la inflación que este año rondará el 8.4% y que todos esperan controlar. Si el Frente Amplio pretende consolidarla en el rango 3%-7%, como propone el Sr. Vazquez, tendrá que disminuir aún más el gasto contrariando adicionalmente las expectativas de sus votantes.


Este tipo de limitaciones impedirá que el Sr. Vazquez gane en primera vuelta y que el Sr. Lacalle dependa del apoyo del Sr. Bordaberry para ganar en la segunda. En cualquier caso, como nadie logrará mayoría en el Congreso, las viejas políticas de alianzas legitimarán ese apoyo.


Si la balanza electoral se inclina en ese sentido, el Sr. Lacalle no podrá desatender las condiciones del Partido Colorado para mejorar la integración del Uruguay con el mundo, “sincerar” el MERCOSUR (entidad que el Sr. Bordaberry considera disfuncional al punto de considerar el retiro uruguayo si la divergencia de intereses de los miembros no se modera) y mejorar la relación con Estados Unidos, la Unión Europea y el Asia en la que el Frente Amplio no se ha empeñado suficientemente a pesar de la simpatía que despierta el Presidente Mujica en el exterior (el compromiso presidencial para recibir media docena de presos de Guantánamo y su posterior retractación dice mucho al respecto).


Sin embargo, teniendo en cuenta la escasísima diferencia que las encuestas marcan entre los contendores para la segunda vuelta, es necesario considerar también un triunfo del Frente Amplio. Éste consolidaría tres períodos de gobierno consecutivos en un país donde no existe reelección presidencial.


Para ese entonces ya se conocerá el resultado brasileño. Si en Brasil gana el Sr. Neves, las propuestas de la oposición uruguaya podrán tener mejores posibilidades. Pero si la Presidenta Rouseff es reelecta, el Uruguay y el MERCOSUR estarán en problemas.


Como se ha dicho, estos problemas añadirán descontento político y social a los problemas económicos que se avizoran.


Los “cínicos” sostienen que en este caso es mejor que de esa problemática y sus pasivos se encarguen los candidatos de la izquierda cuyos gobiernos se sustentaron en las reformas que emprendieron los que hoy están en la oposición (el PSDB de Cardoso en Brasil y el Partido Colorado de Julio María Sangunetti). Pero ni el Sr. Lacalle ni el Sr. Bordaberry pertenecen a esa categoría de políticos.


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