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  • Alejandro Deustua

Una Visión General del Sistema Internacional en el 2017

A pesar de que la economía mundial creció en 2017 de manera generalizada (todas las regiones y categorías de países -desarrollados y emergentes- mejoraron su perfomance, mientras que el comercio internacional recobró impulso), el Secretario General de la ONU Antonio Guterres acaba de emitir una alerta sobre la situación internacional.


En su perspectiva, en el pasado año los conflictos se han agudizado, han emergido nuevas amenazas, el riesgo nuclear ha sido y es el mayor desde la Guerra Fría y los problemas globales (el cambio climático, la desigualdad multidimensional, la violación de derechos humanos, la xenofobia y el nacionalismo) se han incrementado. Ello ocurre en el marco de un incremento de la venta de armas en el 2016 de 1.6% en relación a 2015 pero 38% superior al realizado en 2002 según el SIPRI.


Aunque el Sr. Guterres sólo parece preocupado por el peligro de la creciente anarquía y por que las amenazas trasnacionales superen la capacidad de control de regímenes ad hoc, quizás la amenaza mayor sea la sistémica.


Ella está referida al cambio estructural de las relaciones internacionales sin condiciones predecibles de solidez en la eventual nueva polaridad (a diferencia de lo ocurrido en la última década del siglo pasado, esta vez la incertidumbre es la regla en la determinación cualitativa de la multipolaridad emergente). Ello lleva consigo una considerable pérdida de orden y de incremento anárquico cuya referencia temida es la denominada “trampa de Tucídedes” (el conflicto creciente entre una potencia emergente –China- y la vigente –Estados Unidos- cuyo debilitamiento relativo va acompañado de una vocación restauradora del poder original).


Esa dualidad conflictiva –que, sin embargo, no oculta una paralela pero menos entusiasta dimensión cooperativa-, parece excluir el escaso potencial de la Unión Europea –y el de sus Estados miembros- para lograr un cierto equilibrio transicional. Ello acarrea fuertes costos de inestabilidad.


En el caso norteamericano, el unilateralismo que comanda el presidente Trump quisiera aspirar encontrar una cierta inspiración reaganiana. Pero, a diferencia de Reagan, Trump, además de elogiar su propia impredecibilidad, Trump desea hacer una virtud de la irracionalidad decisoria.


El escenario más evidente donde ésta se despliega es el del multilateralismo y el consecuente repudio de regímenes internacionales, muchos de ellos, sustantivos para la seguridad y paz mundiales. Ello ha acentuado la confrontación con las Naciones Unidas en el 2017.


Si bien Reagan suspendió parcialmente el pago de la cuota americana, la repuso en 1988. Pero Trump (que también ha considerado recortar sus aportes) ha optado explícitamente por la amenaza a quienes no voten como él desea (la Embajadora Haley, sin ninguna experiencia en política exterior y desprovista de sensatez en estos menesteres, ha reiterado su disposición a “apuntar nombres” al respecto) y ha empezado a cancelar su participación en regímenes tradicionales y en otros de mayor importancia.


Así, ha retirado a su país de la UNESCO (alegando el sesgo anti –israelí del organismo) y de regímenes, formalizados o en formación, sobre prioritarios problemas globales (la primera potencia se retiró del Acuerdo de la ONU sobre Cambio Climático y cortó su participación en la formación de un régimen de gestión humanitaria de movimientos migratorios). Y también existe evidencia de que al presidente Trump no le temblaría la mano para debilitar aún más a la OMC contribuyendo a perforar el conjunto del sistema liberal multilateral existente.


En el ámbito de la seguridad colectiva, el Presidente norteamericano debilitó el año pasado la cohesión de la OTAN al priorizar las exigencias de pago de contribuciones de sus miembros sobre las garantías de seguridad que presta la mayor y más poderosa alianza internacional.


Tal acción ha llevado a la Canciller Merkel a afirmar que Europa debe tomar su destino en “sus propias manos”. Aunque esa frase se expresó en el contexto inicial del Brexit, fue también inspirada en la fragilidad de la alianza transatlántica que ha formado parte vital de la política exterior de la República Federal desde su creación.


Por lo demás, el presidente Trump no ha “certificado” el acuerdo nuclear con Irán. Su propósito nominal es reabrir el acuerdo para imponer mayores limitaciones a la potencia persa. Pero en tanto ese acuerdo fue negociado por todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania, su revisión unilateral implica el desconocimiento por Estados Unidos de la autoridad y el poder de China, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania en el establecimiento del orden nuclear en el Medio Oriente.


Con el mismo talante, el Presidente Trump ha vulnerado en el 2017 resoluciones específicas del Consejo de Seguridad sobre la devolución de los territorios ocupados por Israel y ha cambiado las reglas acordadas sobre una solución que implique el reconocimiento de los Estados de Israel y Palestina con territorio y fronteras seguras al reconocer a Jerusalén como capital israelí (a donde se trasladará la Embajada norteamericana). Este acto arbitrario ha erosionado significativamente la estabilidad remanente en una región anarquizada adicionalmente desde la “primavera árabe”.

Si bien fuerzas norteamericanas han contribuido a minimizar la amenaza del ISIS y a llevar el ya atenuado conflicto sirio a la mesa de negociaciones, ese logro no puede marginar la determinante participación rusa que ha llegado a proponer un escenario negociador alterno a Ginebra.


Rusia ha operado en Siria en el marco de su posición antiterrorista. Pero lo ha hecho desde posiciones contrarias a Estados Unidos (centradas en el respaldo militar al régimen de Asad) y retomando un rol en fundamental en el Medio Oriente anteriormente negado por Occidente, cuya implicancia geopolítica se refleja en consolidación de bases en Siria y la proyección de un área de influencia que empezó a gestarse desde la captura de Crimea en el 2014 (que ni Estados Unidos ni Europa han logrado revertir).


En ese marco, que implica pérdida de posiciones en el área de conflictos regionales más larvados, el apoyo norteamericano al autócrata reformista de Arabia Saudita que no fue consultado ningún socio occidental, podrá juzgarse a la luz del término del conflicto de Yemen (que aún se desangra faccionalmente). Estados Unidos sigue siendo la superpotencia de mayor significación en el Medio Oriente, pero ya no es la única ni su rol es incontestable. Así lo demuestra adicionalmente a la presencia rusa, el creciente rol pro -ruso de Turquía en el área siendo ésta un integrante de la OTAN.


En ese contexto, el presidente Trump está presionando a socios en el Asia Central y del Sur (el caso del muy poco confiable Pakistán). Sin reconocer las extraordinarias complejidades políticas y estratégicas de esa potencia nuclear y traicionero socio en la lucha contra Al Qaeda y los talibanes en Afganistán, el presidente norteamericano puede verse pronto sin soga y sin cabra. La capacidad de balancear esa situación con su aproximación a India (que no fue iniciada por él) está por verse.


De otro lado, si bien Estados Unidos reconoce oficialmente a China y Rusia como rivales antes que como enemigos (definición que no comparten los partidarios del Presidente y algunas entidades norteamericanas), el incremento de 9% del presupuesto de defensa para el próximo año fiscal dice mucho sobre la voluntad de resistir el cambio sistémico a propósito del desafío del primero desarrollado en el terreno por el segundo.


Y en el escenario del comercio exterior, aunque el Presidente Trump no se atrevió a implementar sus más agresivas promesas electorales contra China, sí cuenta con el instrumental para hacerlo (especialmente en los campos de las importaciones de acero chino y de protección de la propiedad intelectual).


Además, su Administración se ha ocupado de deshacer toda un área económica en el Pacífico (el TPP) que pretendía establecer reglas que excluían a China y que, por hacerlo, tenía carácter estratégico. Hoy los miembros remanente de ese acuerdo rechazado por la primera potencia, intentan actualizarlo. Éste puede devenir en un simple acuerdo multilateral de libre comercio o en un renovado acuerdo estratégico que Estados Unidos ya no liderará.


Tal desprecio por regiones que compliquen el concepto antiliberal de “America First”, se experimenta con inmensa preocupación en Norteamérica donde radican dos de los tres principales socios comerciales de la primera potencia. Aunque aún en renegociación, la actualización del NAFTA no marcha por buen rumbo.


En el noreste asiático el rol norteamericano ha sido distinto: frente a la muy real amenaza norcoreana Estados Unidos ha respondido con una combinación de fuertes amenazas, intenso despliegue de capacidades y extraordinarios ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur. Además de la necesidad de impedir el avance de Corea del Norte, su conducta sí muestra aquí respeto por sus aliados a pesar de que, como en el caso de Japón (que por mandato constitucional, no dispone teóricamente de armas ofensiva -aunque ha desarrollado una fuerza armada muy poderosa premunida de armas de doble uso-), muchos carezcan de capacidades ofensivas suficientes y dependan, quizás más que los europeos, del poder militar de Estados Unidos.


En efecto, aunque los compromisos con el resto de socios o aliados norteamericanos en el Pacífico asiático se muestren en respaldo militar concreto, las capacidades del Sudeste Asiático son básicamente diplomáticas y de apoyo logístico. Estados Unidos no puede esperar un rol mayor de esos socios al tiempo que la responsabilidad estratégica de la superpotencia ha sido repotenciada como defensor y balance frente a Estados agresivos como Corea del Norte. Ésta, convertida en el 2017 en potencia nuclear intercontinental en búsqueda de reconocimiento quizás intente recortar el apoyo de los socios norteamericanos más allá de que ello indique alguna disposición negociadora.


El interés norteamericano de acercarse a Rusia puede tener en este escenario, que implica a la China, una explicación geopolítica más evidente. Tal situación puede ser parte de la explicación de la menor presión norteamericana contra Rusia en los desarrollos recientes de Ucrania.


Sin embargo, la relación norteamericana con Rusia no ha hecho más que emporar en el 2017 estimulada por su clandestina intervención en las elecciones norteamericanas, el mejor posicionamiento ruso frente a Europa (a pesar de las sanciones Occidentales por la sustracción de Crimea) y en el Medio Oriente y la disposición rusa a recuperar capacidad militar (que incluye dudas sobre la renovación o vigencia de los tratados nucleares existentes).


Más allá de las quejas norteamericanas sobre comercio con China y de la implicancia china en la crisis de Corea del Norte, la relación norteamericana con aquella potencia ha sido confusa en el 2017. Sin una doctrina de contención manifiesta el Departamento de Estado ha expresado voluntad de cooperación multisectorial pero sin tener claridad sobre cómo balancear la creciente presencia china fuera de su área de influencia inmediata: América Latina, África y, especialmente, Medio Oriente.


Más aún, Estados Unidos no ha podido contener (y quizás no pueda hacerlo) la acción militar china cercana a sus costas que compromete a socios norteamericanos en zonas marítimas de reclamos soberanos chinos. La posibilidad de contener militarmente la proyección global china es y será muy costosa para los Estados Unidos actuando unilateralmente y sin apoyo específico.


De otro lado, son varios los Estados que manifiestan preocupación por la creciente y agresiva influencia china en sus economías y política. Estos Estados abarcan un gran arco que partiendo de Australia, incluye a Canadá e incorpora a algunos europeos.


A pesar de esta inmensa carga, Estados Unidos ha logrado neutralizar a China para sancionar a Corea del Norte. Pero ello es insuficiente a la luz de lo que, a nuestro juicio, ha sido el persistente amparo chino al proceso nuclear norcoreano. Los Estados Unidos, más allá de las respuestas diplomáticas y ejercicios militares no ha tenido éxito en la alteración de la fuerte relación sino-norcoreana.


En Europa, de otro lado, los problemas quizás han superado a las buenas noticias económicas en el 2017. Así, las complicaciones del Brexit (cuyo origen se remonta al referendum británico de junio de 2016) no se han visto aliviadas en negociaciones que deben llevar a la implementación de esa desafortunada decisión.


En efecto, en un contexto de deterioro de la economía británica esas negociaciones han avanzado pero no culminado. Hasta ahora se sabe que los ciudadanos británicos y europeos que residen en la Unión Europea y el Reino Unido podrán seguir haciéndolo pero la libre circulación será limitada por las respectivas autoridades de acuerdo a jurisdicciones británicas y europeas bien delimitadas. Y Mientras el Reino Unido se ha comprometido a no alterar el presupuesto europeo hasta el 2020 no se ha establecido el monto que habrá de pagar por las facilidades de integración a las que se comprometió y de las que hoy desiste.


Además, el caso de la frontera entre Irlanda del Norte (británica) y la República de Irlanda será regulado de manera flexible pero no equivalente a una frontera abierta. Y los beneficios del área de libre comercio aún se mantienen pero no hay seguridad sobre cómo operarán en el futuro y si incorporará flujos de capital y otros asuntos más propios del mercado común.


A este resultado no debió llegar el ansia soberanista del Primer Ministro David Cameron (quien decidió irresponsablemente convocar el referéndum de 2016 en la seguridad de que lo perdía…..y lo ganó).


Y si la crisis migratoria ha amainado en términos de flujos norafricanos, ésta persiste en tanto varios países (especialmente de Europa del Este) se niegan a participar en una admisión proporcional de los refugiados.


Por lo demás, la influencia nacionalista se ha incrementado en Europa en dos vertientes: la secesionista, de la que Cataluña es hoy lamentablemente el mayor exponente pero acompañado de cerca por el incremento de partidos de extrema derecha con representación parlamentaria (cuyo más notorio ejemplo es hoy Alemania); y la antidemocrática que se expresa en Europa Oriental donde países (como Polonia) están violentando el Estado de Derecho a través del control político del Poder Judicial (al punto de admitir que el Ejecutivo pueda nombrar y despedir jueces de manera arbitraria). Ello ha llevado a la Comisión Europea a la aplicación inicial del artículo 7 del tratado europeo que anuncia la posible suspensión de Polonia de sus derechos comunitarios.


De otro lado, la sensación de inseguridad en la Unión Europea se mantiene a luz de la persistencia de la amenaza terrorista (que desde el ataque navideño del 2016 en Berlín llegó hasta las ramblas catalanas en agosto pasado), la preocupación irresuelta por la situación de Ucrania que ha incrementado la vulnerabilidad frente a Rusia, la incapacidad de actuar decisiva y de manera ordenadora en el Medio Oriente (salvo en el caso de Francia) y la sensación de impotencia que causa la mejora sustantiva de la posición geopolítica china y su creciente influencia en la economía europea (China es el principal importador y segundo exportador de y hacia la UE). La gran mayoría de estas preocupaciones han sido reconocidas por los Jefes de Estado y de Gobierno durante el 60º aniversario de los tratados de Roma.


De otro lado, al contrario la pequeña pero real erosión económica del Reino Unido en el 2017 (1.7% de crecimiento cayendo de 1.8% en 2016 según el FMI), la Eurozona culminó el año con una perfomance tranquilizadora (2.1%) liderada por España (3.1%, FMI) que supera a Alemania (2.5%) y Francia (1.8%) según la OCDE. En promedio por debajo del crecimiento norteamericano (2.2%) y aunque los motores del crecimiento no provengan de la inversión ni del sector productivo interno, el ciudadano europeo se sentirá probablemente menos pesimista si el consumo y la caída del desempleo son parte del mejor comportamiento económico según la Comisión Europea.


De otra parte, en América Latina el 2017 dio cuenta del debilitamiento de la democracia. Aunque se realizaron elecciones presidenciales en Ecuador y Chile (vs. las cinco que se realizarán este año), ello no ha compensado la consolidación de la dictadura venezolana. Ésta, no sólo consolidó el copamiento de los poderes Judicial y Electoral sino que inventó una Asamblea Constituyente con poderes legislativos para anular a la mayoría representada en la Asamblea Nacional y obligarla luego a someterse a elecciones amañadas en que la mayoría opositora no sólo participó sino que, increíblemente, lo hizo a sabiendas de que iba a perder.


Luego del fracaso de las mesas de diálogo intermediadas por terceros que la dictadura utilizó para ganar tiempo y eliminar la protesta popular en las calles, el gobierno de Maduro reinó a placer sin que la OEA ni el Grupo de Lima, apelando al esfuerzo solitario del Secretario General Almagro y, menguantemente, a la Carta Democrática y a infértiles declaraciones plurilaterales, pudieran hacer nada al respecto.


En ese marco, tampoco hubo mayor apertura en Cuba (donde el dictador Raúl Castro prolongó su mandato hasta alrededor de febrero de este año) sin que se sepa con seguridad lo que su aparente heredero, Miguel Díaz Canel, hará en el futuro.


Siguiendo el ejemplo, el presidente boliviano anunció que buscará su cuarta elección a pesar de haber perdido un referéndum convocado por él mismo en búsqueda de legitimidad para incumplir con la Constitución nacida bajo su gestión que permite sólo una reelección inmediata.


Por lo demás, en el conjunto regional el apoyo a la democracia siguió reduciéndose por quinto año consecutivo hasta registrar apenas 53% de sustento mientras la indiferencia al tipo de régimen aumentó de 23% a 25% según Latinobarómetro.


En materia de seguridad, la inseguridad ciudadana en la región estuvo dominada por las altas tasas de homicidios (las más altas del mundo, según algunos) aunque concentrados sólo en 7 países (Brasil, Venezuela, Colombia, Honduras, Guatemala y México) y vinculados, en gran medida, al narcotráfico según una investigación hecha para NODAL.


En esa lista sobresalen los crímenes violentos en México donde han ocurrido más de 200 mil asesinatos o desapariciones desde diciembre de 2006 según la BBC. Los carteles mexicanos continúan dominando el narcotráfico vinculado a Estados Unidos mientras que la producción cocalera ilegal del Perú y Bolivia, que sigue siendo erradicada (en el Perú la erradicación de esa hoja ascendió a 30141 hectáreas en el 2016 pero la superficie cultivada creció 9% en el 2017 según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito), se dirige, transformada en cocaína, esencialmente a Europa y Brasil.


La corrupción asociada inicialmente al narcotráfico ha permeado todas las instituciones haciendo sitio al lavado de dinero pero, muy especialmente, a la corrupción política y de la gran empresa.


El ejemplo mayor de este desastre institucional está vinculado al caso “Lava Jato” en cuyo centro se encuentra el Partido de los Trabajadores del Brasil. Éste, en alianza con la gran empresa pública brasileña, participó con las mayores corporaciones del sector construcción de ese país, en el financiamiento ilegal de partidos políticos en casi toda la región logrando, mediante los sobornos correspondientes, la concesión de los más valiosos proyectos públicos.


Aunque la red de corrupción brasileña ha afectado directamente a una docena de países en la región, éste hecho sólo ha tenido consecuencias políticas destacables en el propio Brasil (donde un 40% de los diputados están bajo investigación y el ex –presidente Lula ha apelado una sentencia condenatoria), en el Ecuador (donde el vicepresidente ha sido encarcelado) y en el Perú, que es el país donde mayor impacto ha tenido.


En efecto, el –expresidente Humala está en prisión preventiva mientras se lo investiga por financiamiento ilícito de su campaña electoral, la lidereza de la oposición, Keiko Fujimori, también está siendo investigada y el presidente Kuczysnski casi es vacado del cargo por vinculaciones no declaradas con Odebrecht (siendo salvado por marginales votos fujimoristas antes de que Alberto Fujimori fuera indultado), entre otras ramificaciones (que incluyen a reputadas empresas y empresarios).


A pesar de todo ello, la economía regional ha crecido, aunque no extraordinariamente, en consonancia con la perfomance global y con el incremento promedio de 13% de los precios de los productos básicos: la perfomance regional (sin contar al Caribe) fue de 1.3% a diciembre del 2017 (vs -0.8% en 2016) con los países chicos marcando las cotas más altas (Panamá 5.3%; República Dominicana y Nicaragua 4.9%; Bolivia y Paraguay 4%; y Costa Rica y Honduras 3.9% c/u). (CEPAL).


En cambio entre los países grandes Argentina creció 2.9% (vs -2.2% en 2016), Brasil sólo 0.9% (después de dos años de decrecimiento absoluto) y México 2.2% (vs 2.9% el año pasado).


Entre los países intermedios de muy buena perfomance anterior sobresale el Perú (4% el 2016) con apenas 2.5% en 2017 aunque especialmente importante debido al impacto contractivo del fenómeno de El Niño Costero y la influencia extraordinaria del caso Lava Jato en la pérdida general de confianza.


En ese contexto, los países de la Alianza del Pacíficos Perú, México, Colombia y Chile) probablemente han perdido posiciones en el 2017 que en el 2018 costará recuperar.

El Secretario General de la ONU ha hecho bien en emitir una alerta en relación a la situación internacional que emerge del 2017.


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