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  • Alejandro Deustua

Una Nueva Distribución de Poder en Suramérica

Suramérica está atravesando por una etapa de concentración de poder en los reducidos núcleos que configuran hoy su nueva y desequilibrada distribución de fuerzas.


Por ejemplo, mientras Venezuela emprende una evolución hacia el totalitarismo acumulando poder político, Brasil acaba de reportar un extraordinario descubrimiento petrolero que agregaría sustancial poder económico a su calidad de potencia emergente.


Mientras tanto, las potencias intermedias como Argentina (y quizás la más liberales del área, como Perú y Chile) mantienen un curso de crecimiento económico pero perdiendo poder relativo frente a los demás.


Desde el punto de vista de las capacidades, en consecuencia, la región se orienta hacia una bipolaridad sui generis. Salvo que Argentina recupere sus atributos más rápidamente de lo que viene ocurriendo o que el Perú y Chile decidan conjugar sus esfuerzos en el Pacífico para agregar poder a su mermada influencia liberal, esta situación tenderá a consolidarse en la región.


Si ello ocurre, Brasil deberá decidir entre convertirse en un gran articulador de Estados con orientaciones disímiles o en un líder efectivo que debiera desempeñar un papel que ha evadido: el de contener a una potencia hostilmente antisistémica como lo es Venezuela.


Esta última calificación no se desprende sólo de las amenazantes intenciones de Hugo Chávez que basa su poder en su gran capacidad petrolera, en una vocación intervencionista y hegemónica en el área (y, como acabamos de reconfirmar en Chile, en la sistemática agresión política). A esa capacidad, el gobernante venezolano está agregando el poder absoluto construido sobre la base de un ordenamiento interno de carácter totalitario.


El tránsito del autoritarismo hacia el totalitarismo en Venezuela se está consolidando a través de una "reforma constitucional" que permitirá la reelección indefinida de Chávez, la redefinición del régimen de propiedad (que privilegia la "propiedad social" y la pública sobre la privada), el control ciudadano a través de la creación del "poder popular" y su vínculos con el "poder público", el control territorial (incluyendo la creación de "comunas" al estilo soviético o cubano) y la cooptación de las fuerzas armadas atribuyéndole un rol "antiimperialista" (que deberá admitir, además, el concepto de la guerra popular y, por tanto el rol paralelo de milicias).


Esa evolución política hace de Venezuela ya no un preocupante centro de influencia sino un verdadero núcleo de poder hostil y subversivo con proyección andina y suramericana.


Frente a esta innovación nos topamos con un súbito y notable incremento del poder económico brasileño sustentado en el descubrimiento de grandes reservas de petróleo en la plataforma marina de Río de Janeiro. Éstas permitirían al Brasil lograr plena autosuficiencia y convertirse eventualmente en uno de los diez mayores exportadores de crudo en el mundo en circunstancias en que el precio del barril ya está las vecindades de los US$ 100.


Bajo estas condiciones, Brasil podrá disputar a Venezuela el liderazgo en la integración energética en la región, Estados Unidos podría encontrar un proveedor americano alternativo y la influencia brasileña en el centro de Suramérica (especialmente en Bolivia) podría repotenciarse eficazmente restándole a Venezuela la capacidad de imponer condiciones en el aprovisionamiento de energía en su vecindario.


Si Brasil añade a ese incremento de capacidades la disposición a desempeñar un rol mayor en la región como potencia democrática, las posibilidades de contener a Venezuela dejarán de ser una aspiración que nadie se atreve desempeñar y ni siquiera a expresar. Pero ello depende de la decisión del gobierno brasileño.


Esta realidad bipolar sería sin embargo insustentable en el largo plazo suramericano. La región debiera aspirar, por tanto, a que Argentina redefina razonablemente su rol externo recuperando su credibilidad en el mercado de capitales, restableciendo el diálogo con los organismos multilaterales (que deben ser reformados) y mejorando sustancialmente su relación vecinal (especialmente con Uruguay y con el MERCOSUR bajo la renovación del principio de regionalismo abierto). Ello debiera ser acompañado por una mejor relación peruano-chilena que estabilice el Pacífico sur suramericano. Ésta, que es cíclica y sumamente sensitiva, requeriría que ambos Estados solucionen de la mejor manera sus diferencias marítimas.


De lo contrario, la región ser verá sujeta a nuevas tensiones que, quebrado el consenso integracionista, podría agravar la confrontación ideológica que hoy la define con mayor contienda de poder.



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