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  • Alejandro Deustua

Un Éxito Multilateral que no Diluye (Aún) la Amenaza del Calentamiento Global

La 21ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático, ha logrado en París un consenso sobre una aspiración (u objetivo): tratar de impedir internacionalmente que el calentamiento global no supere los críticos 2º centígrados en el siglo (y de ser posible que no salte la barrera ideal de 1.5º). Así lo han dispuesto los 195 Estados participantes.


Sin embargo, sustentada esa aspiración en esfuerzos nacionales, estamos lejos de un compromiso de reducción colectiva vinculante que era la intención original que debía reemplazar los contenidos (y pocos avances) del Protocolo de Kioto de 1997 (las metas que éste fijó comprometió a apenas 37 Estados, la mayoría de la Unión Europea).


Es más, los compromisos nacionales anunciados en París por 187 Estados asume hoy, sin precisión metodológica, un calentamiento global de 2.7º (y quizás más si se constata que sólo hacia fines de siglo se pronostica un equilibrio entre emisiones y las capacidades globales de absorberlas). Por lo demás, estos compromisos (es decir, el acuerdo general) deben aún ser ratificados por los respectivos Congresos.


Éste es un asunto complicado, especialmente en Estados Unidos cuyas complejidades parlamentarias son parcialmente causa de la opción de compromisos singulares en lugar de colectivos (lo que ha obligado al gobierno norteamericano a actuar a través de decretos ejecutivos -Krugman.). Aunque lo sería menos en China (el principal contaminador) que ha decidido tomar acción en la materia (asunto que el Partido Comunista resolverá) y mucho menor en la Unión Europea (la agrupación regional con mayor disposición a recortar emisiones).


La coordinación de la verificación y evaluación de esos compromisos es un avance en relación a Kyoto. Pero sólo añade la presión política propia de esas evaluaciones como eventual factor coercitivo y muy poco sentido compromisorio en tanto no existe en el resultado de la COP 21 sentido obligatorio en materia de reducción de emisiones.


Ello muestra la vigencia de las limitaciones internacionales propias del multilateralismo y de la importancia soberana en el control de las economías nacionales. Aunque la COP 21 ha avanzado en la definición colectiva de la amenaza del calentamiento global, la respuesta comunitaria es aún distante de la naturaleza trasnacional que se ha atribuido al problema. Las revisiones periódicas al alza de los compromisos nacionales son ciertamente un avance, pero confirman la predominante realidad interestatal de la materia.


En tanto la COP 21 reconoce esa situación de facto (cuyo enfoque debiera sustentar de una vez por todas el fundamento de la solución al problema del calentamiento global evitando las ineficiencias de una solución trasnacional) la Conferencia de París ha producido un razonable resultado multilateral.


Es más, en un escenario internacional de conflictividad creciente y de fragmentación interestatal e intercivilizacional ese resultado podría ser considerado efectivamente exitoso. Y también probatorio de que la comunidad internacional sigue aspirando a regirse por ciertos principios comunes.


En el ámbito más operativo la realidad interestatal de la COP 21 y de sus resultados ha sido también confirmada. Así lo demuestra la creación de un Fondo Verde estimado en US$ 100 mil millones de capitalización anual (y vigencia a partir del 2020 si es que se inhiben las esperadas discrepancias al respecto) para atender problemas de adaptación y mitigación especialmente en los países menos desarrollados.


En este punto se ha reforzado el trato diferenciado, definido desde las primeras conferencias ambientales, que se suma a la disposición colectiva a no exigir a los países en desarrollo ni a los más pobres niveles de compromisos superiores a sus capacidades (a pesar de que hoy el volumen de emisiones de los desarrollados se ha reducido en proporción a las de los países en desarrollo). La premisa que distingue al consenso ambiental del siglo XXI del pre-existente en el siglo XX en este punto consiste en que todos (y no sólo los desarrollados) están obligados a reducir emisiones aunque con diferentes intensidades.


Aunque la COP 21 está lejos de sus expectativas primigenias, el sentimiento general parece ser de alivio y hasta de entusiasmo. Tal es la realidad del ambientalismo contemporáneo que colisiona (aunque con menor fricción) con su original impulso idealista. En París se ha confirmado que una plataforma operativa común sigue siendo más viable para la confrontación de una amenaza global que la propuesta ingeniería trasnacional que ha dominado el enfoque académico de la materia.


París no debe celebrar más que ello. Y menos cuando los resultados de los compromisos alcanzados siguen siendo extremadamente inciertos.


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