China representa el 11% del comercio mundial. El 2025 podría constituir el primer mercado nacional del mundo. Su demanda de commodities ha influido en el fuerte incremento del precio de las mismas. Según el BID sus exportaciones crecieron 7 veces por encima de la media mundial en el 2003. Y sin importar los niveles de pobreza extrema en el agro ni las escandalosas desigualdades emergentes en ese país, algunos sugieren que no sólo ha logrado salir de la pobreza sino que la ONU establece su desarrollo entre medio y alto. China no sólo es una realidad. Está de moda.
Como representante de tanta grandeza su nuevo presidente Hu Hintao pasea su poder por los tres grandes Estados del Cono Sur aprovechando la cumbre de la APEC en Santiago. Y, como no, por Cuba también. En el proceso los medios económicos se conmueven como adolescentes cuando se deja saber que la generosidad china puede llenar de inversión extranjera las economías de Brasil y Argentina. US$ 10 mil millones para Brasil en 10 años. US$ 20 mil millones para Argentina en 20. ¡China será para América Latina en el siglo XXI lo que Europa fue para la región en el siglo XIX exclama la banca hemisférica multilateral!.
Y a pesar de los paños tibios que el propio presidente Kirchner intenta poner a tan exuberante expectativa, nadie quiere recordar que China es todavía un Estado totalitario, que empleando esa calidad compite con América Latina por capital extranjero y que desplaza mano de obra nacional de mercados importadores de productos latinoamericanos. Por lo demás, la experiencia empresarial china en el Perú es un pasivo que prefiere archivarse como se olvida que los mecanismos de control económico que mantiene esa potencia pueden desfavorecer el trato con el interlocutor según le plazca. Es que China es una “economía socialista de mercado” (o una “economía en transición” según la OMC). En consecuencia, a diferencia de las latinoamericanas, disfruta simultáneamente de las ventajas del mercado y de la intervención estatal a costa de los demás. Nuestros países, en cambio, con más de 50% de pobreza, sometidos al subdesarrollo pero con economías de mercado establecidas sin concesiones, no disfrutan de ese trato preferencial y discriminatorio.
Pero estos problemas son percibidos como menores si, por ejemplo, para el Brasil China es un socio que facilitará la progresión a un mundo multipolar. Los emprendimiento conjuntos en materia de tecnología satelital y de los respectivos vehículos transportadores lo refrendan Y como muchos confunden la predisposición multipolar con multilateralidad, la cooperación diplomática se presume automática (por ejemplo, en la OMC) con gran imprevisión Todo argumento es bueno para negar la evidencia: China es un competidor directo de América Latina por recursos, por mercados y por espacios estratégicos. Si nuestros gobernantes no tienen esto claro, su entregada percepción del rival impedirá que la necesaria cooperación con éste devenga en una relación distorsionada y estructuralmente desventajosa.
En relación a los recursos, la competencia por la inversión extranjera ha sido manifiesta entre el Asia y la América Latina en los últimos 50 años. Mientras que en la inmediata postguerra, América Latina era el primer destino de inversión extranjera, en el 2003 fue la única región del mundo en la que ésta se contrajo (por cuarto año consecutivo). Peor aún, ello ocurrió cuando la inversión se recuperaba a nivel global y, especialmente, en el Asia (CEPAL).
El retroceso de la región frente a esa región ha sido incremental desde los años 60 en adelante. En los últimos cuatro años la brecha se ha ido ampliando a favor del Asia hasta duplicar los flujos en el 2003 (US$90 mil millones para el Asia vs US$ 42 mil millones para Latinoamérica) según la CEPAL. Y mientras, en este período, la inversión extranjera decaía progresivamente en la región, en China se incrementaba hasta superar a Latinoamérica el 2003 en un marco de flujos escasos (US$ 57 mil millones para China).
Si China duplica la población latinoamericana, la dimensión del mercado no la convierte necesariamente en uno mejor. En efecto, la región tiene una mejor inserción occidental, es física, política y comercialmente cercana a la primera potencia (en flujos y acuerdos), la reforma liberal está más y mejor desarrollada (a pesar de los defectos conocidos), posee una infraestructura quizás superior a la China, tiene un mercado laboral flexible –aunque más caro-, cuenta con una mejor dotación de recursos agrícolas, mineros y energéticos y es ciertamente más pacífica (a pesar de los conflictos internos, el gasto militar regional como proporción del PBI es uno de los más bajos del mundo mientras que el chino es uno de los más altos en un región que invierte fuertemente en defensa).
Por lo demás, salvo en ciertas áreas (como la nuclear, la misilera o la espacial), China no tiene las extraordinarias ventajas de competitividad que ha desarrollado el sudeste asiático en las últimas décadas en materia de educación, desarrollo científico y servicios que diferencian a esta subregión de América Latina.
Las diferencias están obviamente en el tamaño del mercado actual y potencial (la economía es capaz de influir, es decir, de afectar, la economía y el comercio mundiales ), en la relación económicamente dominante con sus vecinos (ya es el primer socio comercial de Japón) y en su capacidad exportadora. Pero estas características tienen ventajas “comparativas” dudosas como una mano de obra infrapagada, una capacidad de intervención tradicional complementaria con el requerimiento externo de cambio con orden (al revés del soviético), una relación de seguridad que concita la atención de los gobiernos y de la gran empresa y una gran capacidad de acumulación de capital.
Y capital es lo que sobra en China no porque sea suficiente sino porque no puede ser absorbido. Los grandes flujos provenientes de la inversión directa y la exportación, una amplia oferta monetaria e intereses reales cercanos a 0 (a pesar de que el reciente incremento los eleva a 5.6%) ha conducido tanto al incremento del crédito que genera sobreinversión como a la acumulación de reservas (The Economist). Ésta, en un aparente círculo vicioso, no restringe significativamente la oferta monetaria. Entre otros problemas, China confronta un exceso de divisas. Quizás también allí radique la necesidad de reciclarlas a través de la inversión extranjera.
América Latina es un buen mercado para ese experimento. No sólo permite aliviar el mercado de capitales chino sino que asegura fuentes de materias primas en mercados con menores requerimientos ambientales y laborales que los de los países desarrollados. Ello le permite, además jugar un rol en el área de influencia norteamericana y adquirir, en el proceso, el reconocimiento de “economía de mercado” a un mercado que la necesita para evitar restricciones en el marco de la OMC (donde aún se le clasifica como “economía en transición”).
En un contexto de flujos relativamente bajos hacia nuestra región, la inversión china debe ser bienvenida si ésta se canaliza a sectores productivos como la infraestructura (p.e.,en Brasil y Argentina) y si ésta permite una vinculación política de intereses complementarios en torno, p.e, a la diversificación estructural (la vocación por la multipolaridad). Pero esas ventajas deben ser analizadas con mayor atención si la región ya tiene una mala experiencia con los procesos de reciclaje de divisas excedentarias (los petrodólares de los 70 que generaron el problema de la deuda), si la inversión agudiza la primarización de la economía generando nuevas dependencias y si brinda facilidades de status comercial equivalente a un interlocutor que no sólo no lo es (“el mercado socialista” chino sólo existe allí) sino que es un competidor directo y discriminatorio en los grandes mercados. A esa evaluación debe agregarse la cuestionable conveniencia de distraer la atención estratégica de la región hacia horizontes que, hace un cuarto de siglo, ya se probaron inapropiados.
Por lo demás, la vocación de poder chino surge clara de la calidad de la relación buscada: esa potencia prefiere fortalecer lazos con el Cono Sur –el antiguo ABC- de manera ostensible y concientemente excluyente. Por ello la oferta de inversión regional de US$ 100 mil millones expresa en el Congreso brasileño, sin especificar modos o destinos, debe ser mejora analizada antes de ser aplaudida. Si la cooperación opera esencialmente entre desiguales, ésta debe beneficiar proporcionalmente a las partes. El costo-beneficio de la relación entre América del Sur y China –que es su competidor- debe ser mejor analizado antes de ser comprometido.
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