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Alejandro Deustua

Un Canciller Calamitoso

18 de agosto de 2021


A la luz de su experiencia guerrillera, sus convicciones castristas y eventual falta de tacto diplomático era razonable esperar que, en el marco de este ilegítimo y precario gobierno, el Sr. Béjar no tendría éxito en su gestión. Al fin y al cabo, el aparato cognitivo y psicológico de ese canciller, tan alevosamente nombrado, no podría haberse redefinido o recompuesto adecuadamente para un trabajo efectivo y no sesgado en Cancillería ni el escenario ministerial actual se lo hubiera permitido.


Pero su absoluta indolencia en relación al daño a personas y al Estado causado por sus acciones violentistas, la completa distorsión del registro histórico del origen de Sendero Luminoso y su alucinada versión del rol de las instituciones que lo combatieron fueron más potentes para su exclusión. Ellas apuraron el tránsito del rechazo político a la indignación general y devinieron en justificado ánimo vindicatorio de los que lucharon contra esa bárbara organización y de los que la padecimos.


Ese estado de ánimo fue acompañado de una convicción adicional: si el canciller no reconoce bien a la agrupación terrorista y atribuye su origen a terceros, la seguridad nacional está en peligro. Béjar, increíblemente, se negó a retractarse y el gobierno (que, sin embargo, mantiene en sus filas a ministros que ponen en cuestión la estabilidad del Estado en momento de crisis) optó por eliminar esa vulnerabilidad promoviendo la renuncia de tan cínico personaje.


Y si éste fue un caso demostrativo de la extraordinaria incapacidad gubernamental para designar articuladores de políticas públicas que fueran, ya no experimentados, sino apenas dignos y sensatos, también llamó la atención cómo la autoridad del sector Relaciones Exteriores entregó el cargo en momentos de su conmemoración bicentenaria.


En efecto, el proceso de transferencia funcionó con fluidez de tiempos normales sólo alterada por los plazos cortos y la improvisación del gobierno entrante mientras que la ceremonia de entrega del cargo se realizó sin una sola advertencia sobre lo que debía hacer al advenedizo que lo recibía. Como si el Canciller entrante fuera un funcionario ortodoxo y ducho, ninguna indicación sobre los intereses que debían proteger y realizar fue públicamente subrayada que no fuera un recuento de la administración saliente y un listado de temas sin mención a la posición del Estado sobre los mismos.


Sin embargo, en el poco tiempo en que Béjar ejerció el cargo dos iniciativas externas fueron afrontadas. Una, con aparentes buenos resultados: la coordinación de la cooperación con Estados Unidos. Y otra de confluencia ideológica con el “cambio de circunstancias”: el apoyo al Grupo de Contacto sobre Venezuela que quedó a la espera de un alineamiento inconveniente con los países bolivarianos y una sui generis cooperación con Maduro. Pero, además, se alentó una tercera y desastrosa actividad: la visita proselitista de Evo Morales que confirmó el curso del gobierno. El resultado de lo hecho por el ex–canciller en este campo pudo ser neutral pero restó más que sumó.


Pero la herencia inmaterial de la cortísima gestión Béjar es una alarma roja: la seguridad nacional fue puesta en riesgo por la fricción de un canciller con la Marina confrontando a dos instituciones fundamentales para la interacción y defensa del Estado. Con ello se ha erosionado la capacidad de proyección del interés nacional (especialmente los permanentes y primarios a lo que se agrega la confusión de Béjar de aquél con el interés social y su opción por escenarios inapropiados de realización).


De ello se ha derivado la pérdida de capacidad negociadora estatal con socios tradicionales que tienen visiones opuestas a las preferencias políticas y estratégicas de Béjar (y que el gobierno, incapaz de definirlas, parece proclive a adoptar). Además, la capacidad de representación diplomática (ya bastante minimizada por el Sr. Castillo en su inicial confrontación con España como baluarte histórico occidental) ha mermado cuando ésta ya parecía desvalida por la falta de credibilidad externa del gobierno (especialmente en el ámbito económico). Es decir, las funciones básicas de la diplomacia han resultado maltrechas en un menos de dos semanas.


Todo esto ocurre en un contexto de agudización de conflictos sistémicos (Estados Unidos y China) y regionales que pueden escalarse (Afganistán, p.e.), de posible desaceleración económica por una nueva ola de pandemia (China) y de agudización de problemas globales que requieren nuevas aproximaciones (el calentamiento global). Ello sin desatender los conflictos emergentes (desinserción nacional), reemergentes (narcotráfico y terrorismo) y de pérdida de consistencia interna por conflictividad social en Suramérica.


En consecuencia, la elección de un nuevo canciller será más compleja en el marco del desastre causado por el nombramiento de Béjar. Salvo que éste provenga de organizaciones cercanas a Perú Libre, no será fácil encontrar un candidato solvente para el puesto.


Al respecto debe entenderse que éste no debe provenir del Servicio Diplomático: la sucesión de cancilleres provenientes del sector están generando una perjudicial tradición endogámica que afecta a la institución y a la política exterior al tiempo que aquélla no debe ser expuesta a nuevos fracasos.


Un candidato serio y conocedor que provenga del sector político o empresarial sería hoy lo más adecuado. Pero éste será difícil de encontrar debido a la pésima configuración ministerial actual. Por tanto, se confirmaría la alternativa de un personaje de las agrupaciones del gobierno que asuma las responsabilidades y costos que éste seguirá causando.


El Sr. Castillo debe reflexionar, si puede, sobre el grave daño al Estado que está generando su escasísimo conocimiento de gestión pública y su frivolidad política que se parece, cada vez más a la de sus congéneres bolivarianos (Correa al margen) o a los improvisado barbudos que tomaron el poder en Cuba en 1959.

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