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  • Alejandro Deustua

Rusia: La Prematura y Diplomática Opción Peruana por la Multipolaridad

27 de diciembre de 2021


Rusia ha anunciado el retiro de una pequeña parte de la tropa desplegada en las vecindades de la frontera con Ucrania en la que, con un contingente de alrededor de 100 mil hombres, realizaba ejercicios militares de gran escala. El retiro coincide con el anuncio de nuevas conversaciones de seguridad que Rusia y Estados Unidos tendrán en enero próximo luego de que los presidentes Biden y Putin establecieran contacto personal para desescalar tensiones en el extremo oriental de Europa del Este.

Estando en juego una eventual intensificación del conflicto entre Rusia y la OTAN en el área, sería interesante conocer lo que la cancillería peruana pudiera decir al respecto. Como también lo sería su silencio teniendo en cuenta que éste predomina en situaciones de alto riesgo lejanas de nuestro territorio. Ese pronunciamiento probablemente sería intrascendente aunque pudiera ser, sin embargo, consecuente con su explícita y prematura preferencia diplomática por la multipolaridad.

Como se sabe, el conflicto ruso-ucraniano, cuyo potencial de riesgo es tan peligroso como el que existe entre China y Taiwán, tiene un origen reciente (2014) a propósito de la anexión rusa de Crimea y la inmediata confrontación en Donbás (el sureste ucraniano).

En ambos escenarios beligerantes participaron tropas locales separatistas, fuerzas rusas camufladas, sin distintivos pero bien apertrechadas y fuerzas ucranianas de mucho menor capacidad. Con la anexión de Crimea militarmente consumada se realizó un “referéndum” en la península que la favoreció brindándole un cuestionable marco legal. Y a pesar de la continuidad del conflicto, en Donbás se llevaron a cabo elecciones que resultaron allí en el triunfo abrumador de autoridades pro-rusas.

A pesar de que ambos procesos políticos se realizaron bajo la presencia o vigilancia rusa, se pretendió una cobertura principista. El principio invocado por Rusia fue el de la autodeterminación separatista en total contaste con el principio de la integridad territorial y soberanía de los Estados que Ucrania -y buena parte de la comunidad internacional- invocaron. Rusia daba así un paso más en la recuperación de su status de gran potencia.

Para desescalar el enfrentamiento, establecer el cese de fuego, separar las fuerzas y comprometer el retiro de armas pesadas en Donetsk y Lugansk (Donbás), Rusia y la OSCE (la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) suscribieron el acuerdo de Minsk (2014). Frente a su incumplimiento Francia y Alemania, Ucrania y Rusia celebraron un segundo acuerdo de Minsk en 2015. Éste pareció menos contundente en el compromiso de la restauración de la jurisdicción ucraniana sobre su frontera y más enfático en el restablecimiento de las relaciones sociales quebradas en la zona mientras se concedía a Donbás una autonomía temporal hasta que se realizara una reforma de la Constitución ucraniana que zanjara el problema.

Ese acuerdo no abarcó a Crimea que, en cambio, había sido objeto de una resolución de la Asamblea General de la ONU que defendía la integridad territorial de Ucrania. Pero con la principal base naval rusa anclada en Sevastopol (como siempre lo había sido) y restaurado su predominio en el Mar Negro y su proyección al Mediterráneo, con apoyo popular manifiesto en tierra y fuerzas rusas desplegadas en el sitio, la anexión de Crimea parecía, cada vez más, un hecho consumado. Una correlación de fuerzas favorable a Rusia en Donbás completa el cuadro estratégico en la zona en conflicto.

Sin embargo, el compromiso occidental con la defensa de Ucrania y su perfil liberal se mantiene al tiempo que ese país reitera sus deseos de, eventualmente, incorporarse a la Unión Europea. Al respecto EstadosUnidos y la Unión Europea han advertido a Rusia que ésta será objeto de medidas coercitivas económicas mayores si persiste en su conducta agresiva.

Tal amenaza ha sido considerado inadmisible por Rusia (posición que indica que la fricción y la movilización que hoy vemos puede ser sólo un ejemplo).

En la perspectiva rusa ello tiene una explicación histórica y estratégica. La primera se sustenta en la percepción de que Ucrania forma parte esencial de la conformación del Estado ruso y que Crimea fue cedida a Ucrania sólo en 1954. Para Rusia, en consecuencia, Crimea es algo más que una zona de influencia (con características bien distintas, se acerca más bien a la prioridad de un espacio vital).

La segunda razón se sostiene, según Rusia, en su disposición a resistir toda amenaza o intención occidental de extender la cobertura de la alianza militar atlántica hasta sus fronteras. En cambio la OTAN y la Unión Europea evalúan la conveniencia de seguir extendiendo su membresía(y, por tanto, su área de acción)a países democráticos y de libre mercado de la zona si éstos lo solicitan como ocurrió a partir del fin de la Guerra Fría y la desintegración de la URSS en 1991 (la primera expansión de la OTAN hacia los países vinculados a la ex -URSS ocurrió en 1999 y en el 2004 en el caso de la Unión Europea).

Ese proceso de expansión triunfal de los principales regímenes de seguridad y de integración de Occidente no sólo abarcó a toda la Europa del Este y destruyó el “imperio ruso”en Europa sino que procedió a cancelar la defensa rusa del “extranjero cercano” (el “near abroad”). Lo más básico de la esfera de influencia (un concepto geopolítico de validez recusada en Occidente pero que éste aún practica) de la gran potencia euroasiática estaba en cuestión.

Es más, el presidente Putin, quien afirmó en 2005 que la destrucción de la UniónSoviética fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX” (el CIS que pretende reemplazarla no es un Estado sino una insegura organización), debía afrontar adicionalmente fuertes movimientos separatistas (p.e. la segunda y brutal guerra de Chechenia que fue asumida como con un guerra antiterrorista), conflictos en su vecindario inmediato (p.e. Nagorno Karabakh disputada entre Azerbaiján y Armenia) y las secuelas de la pérdida de influencia regional durante la guerra de los Balcanes (Lefebvre).

El Presidente Putin fue exitoso en la consolidación suficiente del territorio ruso y algo menos en su vecindario inmediato mientras que, en el ámbito regional, intentaba recuperar influencia y presencia (el caso del Medio Oriente y, especialmente, de la guerra de Siria).Ese proceso implicó un retorno al nacionalismo, a los “valores rusos” y al autoritarismo en total contraste con los valores occidentales (FAFF).

Pero si, Rusia no va a ser escenario de la expansión occidental y si ha logrado una parcial consolidación de su status nacional y regional, ¿podrá ser nuevamente una “gran potencia” global y polar capaz de alinear en torno a sus múltiples capacidades -entre las que no se encuentra aún la económica- a un conjunto de Estados que conformen no sólo alineamientos de conveniencia sino que se ordenen en un zona de influencia?


Hoy Rusia no parece tener la capacidad estructural necesaria para constituir un “polo” del sistema internacional. Pero sí puede, en cambio, actuar en ese escenario negando su “aquiescencia” para el logro de una nueva estructura sistémica y un nuevo orden multipolar. En otras palabras, puede entorpecer, mediante el ejercicio del poder, la consolidación de ese orden pero no establecerlo.


Para ello emplea distintas variantes de “balance” (p.e. sin el concurso ruso no habrá solución de conflictos fundamentales en Ucrania) mientras que el dominio de nuevas capacidades (ciber seguridad, tecnologías espaciales o de la información) le permite dividir adicionalmente a debilitadas comunidades cohesivas (p.e. la Unión Europea)mientras su disposición de recursos naturales le permite dominar ciertos mercados (p.e. la demanda de petróleo y gas en Alemania y el resto de Europa Central). Por lo demás, Rusia sabe que su contribución es determinante para la solución o mitigación de ciertos de problemas globales como el del medio ambiente, la amenaza del narcotráfico o el terrorismo.


Ello indica que Rusia es un agente indispensable para el buen funcionamiento del futuro orden del sistema internacional, pero no es aún una superpotencia global o polar.


La cancillería no parece haber tomado en cuenta estas cuestiones de gran complejidad al decidirse explícitamente por una multipolaridad aún inexistente. Esa decisión parece provenir de una buena dosis de ignorancia, de confusión de política exterior con diplomacia, de una mala estimación de nuestras capacidades y alineamientos posibles y, cómo no, de una dañina y persistente autopercepción de infalibilidad.


Por lo demás, el costo de su apuesta multipolar -que no es hoy una decisión racional- ya ha subido al no evaluar adecuadamente el status de China en sus lúdicas preferencias. Y también al no haber ponderado adecuadamente la disposición rusa de aproximarse a América Latina, si no con una cerrada mentalidad de Guerra fría, sí a través de dos visibles líneas de acción.


La primera es su preferencia por países inestables, autoritarios y desestabilizadores en donde, a pesar de su vocación por la estabilidad estratégica, su contribución puede ser mayor(el caso de Cuba, Venezuela, Nicaragua o Bolivia -y quizás ahora, del Perú-). Y la segunda es la comandada por su atracción hacia los diferentes estamentos de poder internacional (p.e. la preferencia por Brasil -parte de los BRICS-, Argentina y México). El Perú no está hoy en ninguno de los dos grupos. ¿Estará la cancillería al tanto o querrá que el Estado forme parte de alguno de esos grupos?.


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