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  • Alejandro Deustua

Un Año de Política Exterior

En un contexto de crisis económica externa e incremento del desorden en el sistema internacional, la política exterior peruana ha procurado la continuidad antes que el cambio en el primer año de gobierno del presidente Humala. La virtud de esa posición es su contribución a la estabilidad en los ámbitos donde aquélla es posible (América Latina, p.e.) y su defecto es la falta de propuestas a las nuevas realidades extrarregionales (de la que el tipo de aproximación a la Unión Europea y a los países árabes da cuenta) y a la crisis internacional (p.e, carencia de trato con el G20 que no sea del Banco Central o indiferencia a la inserción de largo plazo que mantiene su definición económica a cargo de los ministerios de ese sector en tanto Cancillería se deshace de las pocas capacidades que tiene en el área).


En el ámbito de la agenda diplomática, que supera a la política, el mayor logro ha sido la instalación del objetivo de la inclusión social en la interlocución general (aunque los logros no están a la vista). Y en el ámbito regional el mayor éxito ha sido la concreción de la Alianza del Pacífico (que, gestada con anterioridad, procura una integración profunda entre Perú, Colombia, Chile y México y mejor proyección a la cuenca de mayor dinamismo económico).


De otro lado, en el prioritario escenario suramericano las ganancias bilaterales con algunos vecinos han superado largamente a las institucionales del fragmentado UNASUR y al deterioro de la integración subregional. En el primer caso, la relación con Ecuador sobresale impulsada por el incremento de los intercambios comerciales, energéticos y de transportes. Su marco institucional supera los condicionamientos ideológicos y hasta el obstáculo de los reclamos antimineros cajamarquinos (la reunión de gabinetes afirmó que la minería es complementaria de la agricultura).


La relación con Chile, en la que la que el proceso de solución de la controversia marítima genera naturales precauciones, ha sido gestionada sensatamente al amparo de la densificación económica y el compromiso político de llevar el proceso jurisdiccional con seriedad y sentido de futuro. La solución del problema de las minas ha sido sui generis.


En cambio la relación con Brasil ha perdido el dinamismo que debió otorgarle la asociación estratégica a pesar de la mayor presencia de agentes económicos del vecino. Ello se debe al exceso de expectativas creadas en torno de ese vínculo y al rol articulador que le fue otorgado a esa potencia emergente.


La prioridad de UNASUR asociada al mismo ha contribuido a despojar al sistema interamericano de contenido. La opción minimalista considerada para la OEA concentrada en el fortalecimiento democrático y humanitario (que implica la revisión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos) no refleja preocupación superior por la democracia representativa y cancela inadecuadamente la importancia estratégica del sistema interamericano al punto de generar descoordinaciones preocupantes (caso Paraguay).


A ese contexto ha contribuido la pasividad política norteamericana en relación a Perú cuyo vacío la iniciativa peruana no ha querido llenar a diferencia de Chile.


En cambio la relación con APEC (cumbre de Hawai), con Japón, Corea del Sur, China y Rusia se ha fortalecido fundamentalmente en el ámbito comercial (salvo en el caso de Corea del Sur que ha incorporado elevación de status y cooperación de seguridad y de Rusia).


En lo que hace a Cancillería este año ha habido mucho de diplomático y menos de política exterior influyente mientras que en los sectores económicos ha primado, bajo su control y la asistencia de Torre Tagle, la proyección comercial. Esa tendencia debe reorientarse.


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