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  • Alejandro Deustua

Siria, Asia, Estados Unidos y América Latina: Implicancias a la Luz del Informe del SIPRI

A pesar del incremento de la fricción internacional debido al reordenamiento del sistema, el SIPRI (1) reporta para el 2012 un cierto progreso en la disminución de conflictos (o de su menor violencia) debido al menor número de bajas reportadas.


En ese escenario de los 73 conflictos interestatales registrados en el período 2002-2011, 35 seguían activos al fin del período. Y de los 223 conflictos definidos por el predominio de actores no estatales en esa década, 38 estaban activos en el 2011 (el SIPRI reporta también conflictos “unilaterales” (“one-sided”).


Ello no implica que los conflictos no activos hayan desaparecido. En realidad, éstos pueden reactivarse. Entre ellos los conflictos interestatales son los que más lentamente se reactivan.


Entre el 2011 y 2012, los escenarios de conflicto más preocupantes fueron los del Medio Oriente, en Oeste de Asia (Afganistán) y en África mientras que entre las regiones que preocupan por la acumulación de tensiones, el incremento de capacidades y la alteración de balance destacan el Norte y el Este de Asia.


Al margen de esa preocupación, el SIPRI destaca explícitamente que en relación a la disminución del rango de conflictos mencionados, una de las causales principales para ese resultado es la menor de intervención de potencias mayores.


El quiebre de esta tendencia con una intervención norteamericana en Siria, unilateralmente o con aliados, marcaría, por tanto, un punto de inflexión sustantivo en el registro de la conflictividad global.


Especialmente cuando se estaría interviniendo en un uno de tres países (Mali, Yemen y Siria) cuya conflictividad, asociada a la primavera árabe, está vinculada a su especial propensión al escalamiento y a la “difusión” (la ampliación del ámbito y de actores). De otro lado, si se toma en cuenta que el Medio Oriente es una de las regiones donde el gasto militar se ha incrementado más en el 2012 (8.3%) a pesar de las estrecheces económicas de los países del área y que las importaciones de armamento allí hacen de la región la segunda compradora en el mundo (no obstante la caída de 22% del total en el período 2003-2007 al 17% en el período 2008-2012), se concluiría que el conflicto en Siria sólo sigue la lógica de incremento de capacidades.


Pero según el SIPRI, no es ello lo que está ocurriendo: el aprovisionamiento de la “oposición” siria provendría de las capturas a las fuerzas del Estado (algo francamente cuestionable si se atiende al financiamiento externo que reciben esas agrupaciones y al flujo de armas en el mercado negro) mientras que el aprovisionamiento del gobierno es claramente ruso e iraní a pesar de los embargo norteamericano, europeo, de la Liga Árabe y de Turquía. Ambos son relativamente escasos.


Ello explica que Siria no cuente como un importador de armas significativo como sí ocurre con Argelia (4% del total) o con los Países del Golfo (p.e. Emiratos Árabes Unidos con 4% del total y Arabia Saudita con 3% del total).


Es decir, el escenario sirio –que puede generar una guerra regional en forma que ya tiene alineamientos claros- no derivaría su mayor beligerancia de un súbito incremento de capacidades de los confrontados, sino de la mayor disposición faccional al conflicto interno y, especialmente, de la expectativa de intervención externa. Ello sin incluir el cuestionable rol de las potencias mayores en la gestión de la “primavera árabe” que en general ha devenido de esperanza en decepción (que, sin embargo, puede remontarse). La importancia de una intervención externa en Siria no sería, por tanto, coyuntural sino estructural. Y, si no se cuenta con un fundamento legítimo y un plan de ordenamiento interno y de salida de fuerzas eficiente, quizás empeoraría las cosas in situ. Con un gran agravante estratégico: el arraigamiento de poder militar norteamericano en el Medio Oriente cuando su objetivo declarado es un retiro cauto para otorgar una mayor atención al Asia. Esta complicación estratégica se daría, además, en circunstancias disminuidas para la primera potencia: ésta ya no contaría con las capacidades ni con la voluntad necesarias para librar dos guerras simultáneas en escenarios bien distintos con seguridad de triunfo. En ese caso, no sólo el proyecto “pivot to Asia” quedaría mermado sino que las tensiones que se acumulan en ese continente podrían devenir más fácilmente en conflicto abierto a falta de un balancer adecuado. De momento, los escenarios son marítimos pero también existen los continentales.


Si, al respecto, la estadística del SIPRI dice algo, es que Estados Unidos, América Latina y la Unión Europea debería estar emitiendo mayores señales de preocupación por las importaciones de armamento de India (12% del total en el 2012), China (6% del total), Pakistán (5% del total) y Singapur (4% del total). Estos países asiáticos han sido en el 2012 los cinco principales importadores de armas confirmando una tendencia ya añeja. A ella debe añadirse una preocupación superior: la incorporación de China el club de los cinco principales exportadores de armas en el mundo (5% del total) por primera vez en centurias. Esta situación es especialmente importante para América Latina no sólo porque ninguno de sus miembros figura entre los principales importadores sino porque su gasto militar ha crecido en el 2012 exiguamente (Suramérica representa apenas 3.8% donde el peso principal quizás lo tenga Venezuela, Colombia y Brasil, mientras que en Centroamérica el 8.1% de crecimiento del gasto parece orientado en su mayor parte al establecimiento del orden interno).


La preocupación latinoamericana debe surgir porque la brecha de poder con Asia sigue incrementándose y, por tanto, la importancia estratégica de la región sigue reduciéndose. Ello deriva en menor proyección e influencia global o extra-regional. Al respecto, el hecho de que el gasto en las “Américas” (el continente americano) haya decaído -4.7% sólo agrava el problema porque esa disminución se debe al menor gasto militar de la primera potencia de un total vigente de nada menos que US$ 685 billones que, implicando un recorte respecto del 2011, es 69% más de lo que la primera potencia disponía en el 2001.


En conclusión, una intervención extranjera en Siria acabará con la tendencia a la reducción de los impactos del conflicto en el Medio Oriente y si ésta no se fundamenta en la legitimidad multilateral o es realizada ineficientemente, el resultado puede ser el de una guerra regional. Ello concentraría nuevamente esfuerzos norteamericanos en el Medio Oriente descuidando al Asia como mayor centro de acumulación de tensiones. En ese contexto, las escasas capacidades latinoamericanas, contribuirían a su menor trascendencia estratégica en un contexto de diversificación de alineamientos y de renovada asimetría interdependiente. La mayor pérdida de influencia global en los ámbitos de la seguridad colectiva y de la defensa es sólo un corolario esperable de esa situación compleja.



  1. SIPRI Yearbook 2013 Summary September, 2013


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