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  • Alejandro Deustua

Si El Mercado Desea Estabilidad, Sus Agentes Deben Cooperar

La crisis financiera global ha producido extraordinarios ajustes de poder económico, pérdidas que superan el trillón de dólares (millones de millones) según el FMI y un cambio sustancial de ese sistema. Si aquélla continua, es posible que se arraigue la percepción de que un cambio del sistema económico en su conjunto puede ocurrir.


La reducción del valor del mercado bursátil en dimensiones superiores al 30%, la mutación extraordinaria del mercado de capitales con la desaparición parcial de la banca de inversión tradicional y la masiva, pero desordenada, intervención del Estado en los mercados de dinero han debilitado considerablemente los principios del sistema financiero al punto de que quizás no pocos de los miembros del G7 demanden, razonablemente, su reinstitucionalización.


Sin embargo, la erosión del sistema no ha llegado todavía al punto del quiebre total de su estructura. Para que ello ocurra, los pasivos deberían superar a los activos en el ámbito global, la mayoría de sus más grandes agentes (que no son sólo los de la banca de inversión) deberían salir del mercado y la intervención que hoy ocurre debería ser permanente.

Si bien la volatilidad de los mercados de valores sigue siendo intensísima, sus agentes siguen intentando “encontrar precio” para reaccionar. Y si el sistema bancario se ha rigidizado, no se ha producido una corrida general que lleve a sus unidades a quiebras en progresión. De otro lado, la erosión que implica la disolución de parte de la banca de inversión norteamericana no ha acabado con ella (finalmente, ésta ha sido adquirida por partes, en conjunto o se ha transformado en banca comercial).


En el agregado, sin embargo, la destructiva revolución financiera ya ha producido un cambio dentro del sistema. Por lo demás, su traslado a la economía real ya es una realidad que anuncia recesión (y hasta la quiebra de algún Estado, como el caso de Islandia, a la que puede agregarse la de una serie de países en desarrollo entre los más pobres del mundo como los 28 identificados por el Banco Mundial que añadirían a la quiebra la incapacidad de recuperación).


Sin embargo, ese proceso no ha llegado aún a producir el cese de la apertura de las economías, ni una corrida general hacia el proteccionismo ni al bloqueo de la inversión extranjera.


Ello, sin embargo, podría ocurrir en alguna escala. Así lo señala la tentación proteccionista que está presente no sólo en Estados de creciente vocación autárquica sino en los antiguos capitalistas, la dinámica expropiadora que ya complica a ciertas regiones y cierta propensión a crear sistemas financieros cerrados dinamizados por monedas locales que preferirían no tranzar en los mercados de dinero.


Si esa tendencia se materializa y luego se globaliza, el sistema económico internacional habrá cambiado radicalmente. Pero ciertamente, no estamos allí.


A pesar de ello, un buen número de los agentes de los mercados principales (los de las l0 economías que componen alrededor del 70% del PBI mundial) no parece darse cuenta del riesgo. Es más, los Estados correspondientes, a través del incremento de la tendencia reguladora, no han se atrevido aún a poner coto a los grandes especuladores que están sacando provecho de esta situación como ocurren en cada crisis mayor.


En efecto, hoy podríamos estar asistiendo a una racionalización del pánico financiero por algunos de estos actores institucionales. Es decir, a la translación del miedo que genera aversión al riesgo y propende el escape hacia un refugio seguro hacia otra fenomenología que calcula la manipulación de la incertidumbre y hasta se ofrece como vehículo para canalizarla a cambio de alguna comisión o recompra futura.


Aunque nadie discute la debilidad de los fundamentos de la economía norteamericana (especialmente la generada por el exceso de consumo), ésta sigue en pie y con perspectiva de recuperación a fines del próximo año. Por lo demás, sus autoridades han producido el plan de rescate financiero más grande de la historia, están inyectado liquidez en los mercados de manera nunca vista, se han comprometido a comprar la deuda tóxica de los bancos, han garantizado los depósitos hasta por US$ 250 mil y han reducido las tasas de interés a 1.75%.


Más aún, ahora consideran garantizar la totalidad de los depósitos de los ahorristas (siguiendo los pasos de alguna banca central europea) y hasta los préstamos de la actividad interbancaria.


Aunque todo ello ha sido realizado de manera descoordinada con las autoridades europeas y asiáticas (a excepción de la reducción de tasas y con el atenuante de la diversidad problemáticas), este fin de semana ello debiera corregirse en las reuniones de ministros de finanzas del FMI y del Banco Mundial y en la del moroso G7.


A pesar de ello los mercados, empujados por sus agentes más influyentes, no desean calmarse. Si el desfreno ya mostrado en las épocas de exuberancia los lleva a pensar que la satisfacción de sus intereses pasa por un desafío al Estado transformándose de especuladores en negociadores anónimos, estarán contribuyendo al colapso de sus propias operaciones. Y en el proceso, induciendo un cambio indeseado en el sistema económico global. Los gobiernos deberían contribuir a identificar a estos grandes agentes para transmitirles no sólo estímulo y confianza, sino también su opinión.



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