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Alejandro Deustua

Seguridad Colectiva en Haití

17 de febrero de 2006



A pesar de insuficiencias (según representantes de la ONU) o de irregularidades (según los derrotados) la culminación del proceso electoral haitiano con el triunfo de René Prèval ha sido considerado una buena noticia por casi todos. Pero como el estándar de ese calificativo ha descendido en Haití, lo bueno no es aún garantía de viabilidad en ese inestable pero geopolíticamente importante país caribeño.


La controvertida elección de Prèval es ciertamente buena para Haití porque otorga a esa república una nueva oportunidad de recuperarse de sucesivos e inveterados ciclos de violencia. El ciclo más reciente –y el que motivó el actual proceso- estalló luego de que Jean-Bertrand Aristide, primer presidente libremente electo en 1990 fuera derrocado en 1991, su sucesor militar (Raúl Cedras) conminado a renunciar bajo presión norteamericana y de la ONU y, luego de un intervalo y de los irregulares comicios del 2000, en el 2004 Aristide fuera nuevamente conminado a abandonar un gobierno que nunca obtuvo legitimidad. En este contexto, los resultados son también buenos para la ONU y la OEA porque ambos organismos se han empeñado institucionalmente, a través de negociaciones políticas y de una fuerza multinacional de estabilización (la MINUSTAH), en lograr la recuperación pacífica y democrática de Haití. La culminación del proceso electoral les permitirá seguir induciendo estabilidad a un Estado fallido que hoy proyecta inseguridad al conjunto de la Cuenca. Pero ello dependerá de cuánta aceptación interna tenga el gobierno de Prèval que obtuvo la mayoría absoluta sólo después de que el Consejo Electoral Provisional decidiera distribuir, de manera proporcional entre todos los participantes, los votos en blanco que, a último momento, pusieron en duda el triunfo en primera vuelta del nuevo presidente. En efecto, si, bajo la presión de los partidarios de Prèval, esa autoridad electoral decidió por 7 a 2 y con el visto bueno de la OEA y de la ONU, declarar el triunfo de ese candidato, debe recordarse que el opositor minoritaro, Leslie Manigat (12% de los votos), ni se retiró de la contienda ni reconoció inmediatamente el triunfo del contrario como hubieran deseado los organizadores y garantes de los comicios. Por lo tanto, no se puede descartar en Haití nuevos enfrentamientos violentos ni mucho menos declarar ahora el logro de un clima político estable.


Al respecto debe recordarse, que el Representante Personal del Secretario General de la ONU, Gabriel Valdez (de Chile) tuvo que reconocer que (en Haití) no hay elección perfecta y calificó oficialmente como maniobra lo que algunos dieron señalaron como fraude. En efecto, el señor Valdez consideró que la aparición de documentos electorales en los basurales de Puerto Príncipe fue un montaje. Esa apreciación ha sido compartida por el Secretario General de la OEA quien se declaró conforme con los resultados de la elección haitiana. Luego vino el reconocimiento de los demás.


Esta situación ha abierto la puerta para la renovación del mandato de las fuerzas de la MINUSTAH luego de que la ONU y la OEA consideraran que la elección es sólo el primer paso para la recuperación del funcionamiento normal del Estado. De esta forma, la ONU seguirá contribuyendo a la futura estabilidad de Haití. Y, bajo las dificultades que presenta el escenario (como ocurre en Irak a otra escala) deberá seguir demostrando que su capacidad de cumplir con las funciones para los que fue creada no sólo es real sino indispensable.


Esta función, que durante la década de los 90 del siglo pasado cumplió Estados Unidos con el concurso de la ONU con resultados poco auspiciosos, ha sido asumida plenamente por el organismo internacional a través del capítulo VII de la Carta. En efecto en el marco multilateral de estas capacidades, el Consejo de Seguridad emitió, en el 2004, las resoluciones 1529 y 1542 que dieron origen a la MINUSTAH. Un delegado civil (el Representante Personal del Secretario General de la ONU -el señor Valdez-) y un comando miliar (ejercido por Brasil que hoy es responsable de 6700 tropas de diferentes países) deberían procurar el desarme y la desmovilización de bandos confrontados, el restablecimiento de la ley y el orden, la promoción de los derechos humanos y la realización de un proceso político que estableciera un gobierno democrático. A esa función concurrió la OEA en el 2005 estableciendo, a través de la Asamblea General, fechas sucesivas (9 de octubre, 13 de noviembre y 18 de diciembre) para celebrar elecciones en Haití. Luego de que éstas se incumplieran, la OEA y la ONU establecieron el 7 de febrero como fecha impostergable. Si la indispensable inducción coercitiva formó parte del proceso, el costo a pagar era, evidentemente, un proceso no plenamente satisfactorio. Y estos es lo que se ha logrado.


Por lo tanto, la MINUSTAH, a la que contribuye el Perú con alrededor de 200 soldados y policías, deberá seguir probando su eficacia en operaciones de reconstrucción estatal. En tanto esta es la primera gran operación de este tipo que se realiza en el Hemisferio (las anteriores han devenido de proceso de invasión posteriormente legitimados o de presencia multilateral insuficiente), es indispensable para todos que tenga éxito.


De no ocurrir así, la falla de la ONU y de la OEA en Haití puede generar mayor inestabilidad en América Latina (especialmente en la subregión andina), estimular el vacío de poder en el centro del Caribe (lo que reclamaría la presencia militar norteamericana si no se desea la de otras fuerzas indeseables en esa área), exponer la ineficacia de las fuerzas nacionales que contribuyen a la misión transnacional (lo que acarrearía el fuerte desprestigio de unos y otros) y perder una importante oportunidad de cooperación entre las fuerzas armadas de la región en seguridad colectiva.


Si este listado de riesgos importa al interés nacional del Perú, éste (y los coaportantes a la MINUSTAH) deben contribuir aún más intensamente a esa fuerza hasta culminar la misión. En tanto la imperfección de sus resultados es inevitable (porque ésta es una función de la capacidad política de los haitianos), ésta debe ser asumida. Pero si la imperfección debe ser, este caso, la menor posible, ello depende fuertemente de la cooperación externa.

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