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  • Alejandro Deustua

Sedición en el Capitolio

El intento de golpe de Estado perpetrado en el Capitolio norteamericano por extremistas blancos de derecha azuzados por Trump debiera motivar la renuncia del mandatario o su destitución iniciada por el gabinete (y asistida por el parte del Congreso -Enmienda 25-) o activada sólo por el Congreso (“impeachment” efectivo).


Pero Trump no renunciará ni su gabinete está dispuesto a iniciar el proceso de destitución luego de que el Vicepresidente Pence fuera decisivo en la certificación parlamentaria de la elección del Sr. Biden. Los representantes demócratas, en cambio, desean iniciar el segundo impeachment de Trump (hoy, por incitación a la insurrección). Pero no lograrían culminarlo: la toma de posesión del cargo presidencial por el Sr Biden es inminente.


La decisión punitiva parece necesaria cuando las arengas presidenciales a la turba a actuar con fuerza para cambiar el resultado electoral culminaron en la toma del Capitolio mediante acciones sediciosas (captura de la sede, 5 muertos, amenaza a congresistas, violentación de oficinas, sustracción documental).


Sin embargo, apenas se posesione, el Presidente Biden adoptará medidas contra la pandemia que requieren de la cooperación social, forjará un nuevo consenso para la reactivación económica e intentará cohesionar una sociedad extraordinariamente fragmentada. Ello impediría que el proceso de impeachment concluya antes de los 100 días que Biden reclama para iniciar las más urgentes tareas de gobierno.


Así, si el impeachment se suspende durante ese término y se retoma con Trump fuera del gobierno, éste retornará a la vida civil “sólo” con la deshonra encima. La punición penal vendría por otra vía.


Peor aún, en un contexto en que el deterioro democrático en el mundo no ha dejado de empeorar desde la crisis del 2008/2009 (Freedom House), será muy complicado que las políticas de promoción democrática que Biden retomará, tengan éxito parcial o legitimidad inmediata (tal es el daño causado por Trump).


La implicancia de este escenario es mayor a la pérdida de capacidad de liderazgo norteamericano en los ámbitos político y militar internacionales. Si ésta ya se expresaba en el debilitamiento del orden liberal internacional de la postguerra con anterioridad a Trump, hoy esa erosión alcanza a Occidente como civilización erosionando sus principios democráticos y de mercado y debilitado fuertemente la eficiencia de sus instituciones (aunque Wall Street, preocupada apenas por la estabilidad, no se inmute).


De allí la preocupación expresada por varios jefes de Estado o de gobierno europeos y latinoamericanos, además de la burocracia de la UE y hasta de la OEA (el Secretario General condenó los hechos de violencia calificándolos con lenguaje que calza en la horma de la Carta Democrática).


Ello implica que la recuperación de los principios políticos que definen a Occidente violentados por Trump como resumen de la decadencia, requerirá el concurso del conjunto de esa civilización. Incluyendo al Perú que en abril deberá pronunciarse al respecto.



Publicado en Diario Gestión


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