29 de marzo de 2006
A lo largo de los últimos 35 años la política exterior peruana ha dejado de definirse sólo en términos de poder. Y si sus principios son hoy liberales en tanto privilegia al individuo (los derechos humanos) y a la sociedad (el libre mercado y la democracia representativa) a través del Estado, su involucración en el ámbito occidental se ha fortalecido. En consecuencia, lo adecuado al interés nacional es hoy el perfeccionamiento de ese ámbito. Hacer lo contrario acarrearía el alejamiento del eje de la comunidad internacional, el incremento de la inseguridad que acarrea el cambio de asociaciones fundamentales (Estados Unidos y la Unión Europea) y la reducción de beneficios derivados de nuestros principales mercados. Quien pretenda emprender esa ruta lo harán a costa de la consistencia del Estado y del bienestar de sus ciudadanos.
En el ámbito global la política exterior peruana se orienta a incrementar la seguridad colectiva, a rentabilizar mejor el multilateralismo y a favorecer la gobernabilidad global al tiempo que se aspira a una más apropiada distribución del poder.
Para ello se requiere incrementar nuestra capacidad de cooperación. Ésta debiera generar mayor participación en tareas de mantenimiento de la paz (p.e. Haití), en la lucha contra las amenazas globales (el narcotráfico y el terrorismo) y en regímenes internacionales (p.e. la Covemar), en obtener mejor ventaja de ellos (p.e.la efectiva aplicación del trato diferencial y la rejarquización de los temas del desarrollo) y en promover un balance de poder que nos incorpore a la expansión de Occidente. . Quien, en lugar de ello, desee replantear la vieja confrontación Norte/Sur, generar inestabilidad global, convertir las instituciones multilaterales en foros de propaganda o promover alianzas con Estados que cuestionan las libertades fundamentales incrementará exponencialmente la vulnerabilidad del Estado, la de sus habitantes y la de su economía. En el ámbito regional la política exterior peruana privilegia hoy la inserción en Suramérica y la “asociación estratégica” con el Brasil. Este escenario ciertamente debe consolidarse incrementando los precarios términos de la integración e implementando, el programa IIRSA como fundamento de la Comunidad Suramericana de Naciones. Pero también debiera mejorarse ampliando el rango de asociaciones preferenciales a Estados Unidos (que es el socio principal de hecho) y a Chile (que complementaría en el Pacífico la estabilidad que brinda Brasil en el continente suramericano). Esta base trilateral consolidaría el rol del Perú en el indispensable ámbito hemisférico. Lo que no puede hacerse es promover alianzas antisistémicas con Venezuela y Cuba si no se desea erosionar más la escasa cohesión suramericana, fracturar el foro panamericano y colocar al Perú entre los Estados poco fiables, desestabilizadores y de alto riesgo.
Quienes deseen este destino para el Perú complicarán enormemente nuestro progreso económico y erosionarán nuestra posición estratégica en el Continente y en la subregión andina (que será heredada exclusivamente por Colombia) y tenderán a generar fricciones con los vecinos.
Esta situación eventual contrariaría frontalmente nuestra política vecinal que no está signada por el conflicto sino por la promoción de integración fronteriza y vínculos de cooperación, que siendo aún escasos, no tienen precedentes en nuestra historia (aunque quede por resolver la delimitación marítima con Chile). Quienes se aproximen a ella con una visión militarista, especialmente la que se fundamenta en el fascismo, tenderán a generar contienda por sus acciones, sus intenciones y su anacrónico predicamento ideológico. Eventualmente esa fricción revertirá, internamente, entre los peruanos.
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