La aceleración del cambio de orden interno en Ecuador y el incremento del imprudente activismo internacional boliviano plantean un desafío a nuestra política exterior. Éste consiste en gestionar adecuadamente la fragmentación ideológica del núcleo andino y en intentar rescatar beneficios de la complicación de la relación vecinal.
En efecto, si el consistente patrón de cambios en Ecuador está orientado por el denominado "socialismo del siglo XXI", es posible esperar que los principios de la política exterior de ese vecino puedan ser alterados. A la luz del extraordinario fortalecimiento político del Presidente Correa y del debilitamiento de la oposición, la discrecionalidad presidencial en esa evolución se ha incrementado.
En consecuencia del Presidente dependerá en buena cuenta cómo se definirá constitucionalmente al Estado en Ecuador una vez que su sustento ha abandonado la democracia representativa para fundarse en la desintermediada democracia directa o participativa en contraposición con el contrahecho régimen hemisférico vigente.
A su influencia también responderá la organización social ecuatoriana que probablemente reemplazará la primacía de los partidos políticos por la emergencia de organizaciones de base. En busca del consenso, éstas tendrían vinculación directa con el gobierno y podrían evolucionar hacia la organización de partido oficialista.
Bajo responsabilidad presidencial también quedará el grado de cuestionamiento de la economía de mercado por el denominado "socialismo del siglo XXI". ¿Se reconocerán algún tipo de propiedad equivalente o superior a la privada y la pública? ¿Cuál será el grado de intervención del Estado en la economía? ¿Se considerará seriamente la alteración del sistema de precios para dar lugar a la cuantificación del valor en función del factor trabajo (Steffan)?.
Y si estos elementos del neosocialismo son semejantes a los que abriga el gobierno venezolano, ¿aceptará el Presidente Correa los términos de una nueva internacional afiliada al chavismo? En este acápite el Presidente ha marcado diferencias parciales con Venezuela al tiempo que ha evidenciado no tener la disposición antinorteamericana de Chávez mientras participa plenamente en las negociaciones con la Unión Europea. Pero la inercia ideológica del proceso de cambios en el Ecuador podría alterar esa moderación.
Teniendo en cuenta la fundamentación liberal del orden político peruano y de su disposición a una inserción global, el cambio en el vecino podría generar fricciones si la política exterior ecuatoriana se sobreideologiza. De allí la importancia de que ambos Estados identifiquen mejor sus intereses nacionales primarios (especialmente los derivados de 1998) para mantener una relación de cooperación e interdependencia crecientes.
La importancia de esta disposición es aún mayor a la luz de la desmejorada relación con Bolivia. En tanto la ideologización de la política exterior boliviana ha desbordado la calidad de los intereses permanentes de ese Estado con el Perú, el vínculo consecuente se ha debilitado al tiempo que el riesgo ha emergido. Éste proviene del imprudente activismo internacional del Presidente Morales que, superando los requerimientos del cambio interno y las limitaciones de su propio poder, ha establecido una asociación con Venezuela que desestabiliza el centro de Suramérica desde el Caribe, atrae a ella a los actores más cuestionados del conflicto del Medio Oriente (Irán) e insiste en antagonizar a Occidente.
Las consecuencias periféricas de esa anomalía se traducen en la alteración de la relación hemisférica y en la obstaculización de las negociaciones con la Unión Europea. Los efectos concretos de ese antagonismo en el Perú se traducen en el ejercicio de una intervencionista "diplomacia social" y de la inapropiada "integración de los pueblos".
La política exterior peruana deberá afinarse para minimizar la fricción al tiempo que incrementa su influencia vecinal y promueve beneficios mutuos generadores de interdependencia pero también de contención de los excesos ideológicos de gobiernos radicales.
