6 de octubre de 2021
Desde hace mucho tiempo la complejidad intersectorial, que define a la gobernanza, se refleja en la política exterior. Así, Cancillería ha debido incorporar ciertos objetivos de otros ministerios mientras que éstos han desarrollado específicos requerimientos internacionales.
En estas dinámicas de cooperación y pugna intersectorial, Cancillería puede ser agente principal (p.e. las negociaciones comerciales multilaterales) o un apoyo sustancial (p.e. la negociación de asuntos de Defensa, TLC, deuda externa, asuntos laborales o salud pública).
Hoy la evidencia más evidente al respecto es la cooperación entre los ministerios de Salud y Relaciones Exteriores en la adquisición de vacunas anticovid.
En etapas históricas recientes, resaltan la centralidad del Ministerio de Economía que, con el apoyo de Cancillería, logró la reinserción económica en el marco de la apertura del mercado gestada por Fujimori. Y también la cooperación de Relaciones Exteriores con el Ministerio de Interior en la dimensión externa de la lucha contra el narcotráfico en los gobiernos de García y Fujimori. O la que existió entre Cancillería y el Ministerio de Defensa durante el gobierno militar. Los ejemplos son abundantes.
Desde el punto de vista de Relaciones Exteriores, el ejemplo más exitoso de complejidad interburocrática corresponde a los gabinetes binacionales que, abarcando el conjunto sectorial bilateral, han mejorado la relación con los vecinos.
En ese amplio marco se entiende la participación de Cancillería en la ejecución de parte de los objetivos de la denominada “Segunda Reforma Agraria”. Según esa entidad, Relaciones Exteriores coadyuvará a que ese programa de inclusión se enmarque en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU (especialmente en el logro de una agricultura sostenible y adaptada al cambio climático mejorando la calidad de la tierra).
Este propósito, debe ser aclarado, sin embargo, en un par de dimensiones.
En lo general, la realidad interburocrática de la política exterior no puede ser considerada como una calidad distintiva de este gobierno que pretende racionalizarla como marca de un Estado que quisiera refundarse. Esta maroma ideológica es tan farsesca como la “diplomacia nacional, autónoma, democrática y descentralizada” de un gobierno precario que se apropia de características generales aplicadas con anterioridad con diferentes limitaciones de interdependencia, soberanía relativa, status de poder y circunstancias.
En lo específico, el hecho de que el Canciller haya concurrido, de manera tan disonante, al lanzamiento campestre de esta pretendida reforma agraria, subraya menos el compromiso de coadyuvar a su implementación que la proyección de su curiosa filiación gubernamental. Ello sin participación visible en la gestación de una iniciativa de pretensión incluyente pero que excluye al sector privado y se orienta sólo al sector tradicional sin precisar su nivel de protección, ni la viabilidad de sus instrumentos técnicos mientras exalta su permisividad cocalera y hasta un extraño aeropuerto.
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