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  • Alejandro Deustua

Perú-Brasil: Inercia y Potencial Renacimiento de una “Alianza Estratégica”

Los presidentes de Perú y Brasil han celebrado el 10o aniversario de la “alianza estratégica” bilateral con un acuerdo laboral, otro de integración fronteriza y otro de gestión hídrica. Ello ha sido complementado con un desafío brasileño para incrementar el intercambio comercial que hoy no es descollante en la región. Esa dimensión de pragmático funcionalismo dice mucho sobre la pobre perfomance de la “alianza” en esta década, de la necesidad del Perú de mejorar sustantivamente la relación con la primera potencia suramericana y de calificar mejor las relaciones con nuestros vecinos.


Si es cierto que una alianza estratégica que no sea militar puede entenderse como la simple complementariedad de objetivos sobre la base de principios comunes, en política exterior (especialmente vecinal) ello debiera implicar el compromiso de intereses sustantivos cuya satisfacción sea fundamental para las partes.


En lugar de ello, en el 2003 la “alianza estratégica” se explicó más bien como el rol central que tendría el Brasil en la relación del Perú con el resto de Suramérica. Ello implicaba otorgar a la potencia regional un rol geopolítico adicional al que ya tiene por su propio peso (y consolidar el interés brasileño de cuajar una entidad regional que le permitiese proyectar mejor intereses globales).


En se marco se suscribió el acuerdo comercial con Brasil, que a pesar de la “alianza”, no pudo ser bilateral sino extensivo al conjunto del Mercosur (el ACE 58). Y sólo para toparnos con que el flujo de intercambios de bienes (US$ 3.7 mil millones en el 2011) es un grano de arena comparado sólo con las exportaciones brasileñas de ese año (US$ 266 mil millones). Como es evidente, ese monto está muy lejos de la conformación de un núcleo económico como el argentino-brasileño y, por la estructura de los intercambios, es demasiado parecido a una vinculación Norte-Sur.


Por lo demás, mientras que el stock de la inversión peruano-chilena suma US$ 20 mil millones (en términos que aún deben demostrarse apropiadamente), el stock peruano-brasileña se aproxima a US$ 7 mil millones. Con un agravante: Brasil es el país de la región que recibe sistemáticamente más inversión extranjera en Suramérica (en el primer semestre captó US$ 30 mil millones a pesar de la pérdida de fundamentos económicos –UNCTAD-) ampliando estructuralmente la brecha de acumulación de capital con los demás.


Ello nos deja el interés geopolítico. En primer lugar, la protección de la cuenca amazónica (el área de mayor producción de oxígeno del mundo y una de las más despobladas) ciertamente es un interés vital compartido con el Brasil (y con todos los vecinos de la cuenca). La especificidad peruana en la materia consiste en que la extensión de cuenca de soberanía peruana es la segunda en la región. En consecuencia sus necesidades de vigilancia y de control son mayores que las de los demás (salvo el Brasil). Para satisfacer la primera necesidad se suscribió con esa potencia el acuerdo SIVAM-SIPAM. Sin embargo, ese sistema no puede ser aún plenamente empleado debido a las carencias tecnológicas peruanas.


En segundo lugar, el componente de integración física de ese gran proyecto que es el IIRSA se desarrolla, por su dimensión, en términos de largo plazo. De la misma escala parecen, sin embargo, ser los obstáculos que encuentra. El principio guía –la bioceanidad- corresponde a tramos que están en ejecución (el eje amazónico y el eje interoceánico central) requieren aún de esfuerzo y paciencia mientras que el eje ya culminado (que comunica Perú con el Acre) debe aún rendir los frutos del desarrollo que es el fin con que el IIRSA fue creado. Aquí sí se avanza pero los resultados demorarán más en manifestarse.


En este contexto de logros parciales, medianos, frustraciones y horizontes lejanos el resto de la extensa agenda peruano-brasileña fue interferida por las dificultades que encontraron los proyectos hidroenergéticos que, desde la Amazonía peruana, deberían haber contribuido a saciar la inacabable demanda brasileña. Y, quizás, por la decisión peruana de adquirir un sistema digital de TV y material de Defensa en otros mercados.


Pero esa probabilidad fue antecedida por una realidad: la tendencia de los asesores de Planalto durante el gobierno del Presidente Lula a introducir un fuerte componente ideológico a su política exterior y de volcar el resultado a favor de los países del ALBA. Ello ha derivado, por ejemplo, en la incorporación de Venezuela al Mercosur generando aún más problemas a esa entidad que los que sus miembros ya tienen entre sí (y en los que los obstáculos al comercio quizás no sean los principales).


Por lo demás, la cohesión que no tiene hoy el Mercosur (cuya vocación expansiva antes que convergente ha sido un fracaso luego de que hiciera fracasar el ALCA) sí la tiene, en términos fundamentales, la Alianza del Pacífico.


Ese proyecto que no nació de una gran mesa de diseño sino de las coincidencias de principios, políticas y filiaciones ya establecidas de sus miembros ha recibido de parte del Mercosur (que se distingue nominalmente por su vocación por la “Patria Grande”) escasa solidaridad. Algunos de sus integrantes no entienden que así como Suramérica necesita una cohesión regional basada en un heartland continental, también requiere de fundamentos marítimos que la arraigue y la proyecte mejor hacia el Pacífico (un acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea podría desempeñar un rol semejante en el Atlántico).


Por ello es necesario que los plurales proyectos de cooperación peruano- brasileños en energía, seguridad y defensa, políticas sociales y ciencia y tecnología se desarrollen con vocación de cumplimiento inmediato. Y que inversiones como las propuestas en lograr valor agregado a los fosfatos de Talara o contribuir con la industria pesada peruana (como el SIMA) a cambio de un importante retorno son, efectivamente, puntos de reinicio.


Ello beneficiará al Perú y al Brasil en términos sectoriales y contribuirá a consolidar las bases de una asociación entre una potencia mediana a escala regional y una potencia emergente a escala global. El renacimiento de la “alianza estratégica” parte de esa base fundamental.


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