La crisis económica del 2008-2009, que aún no ha sido globalmente superada, empieza a mostrar, de manera cuantitativa, reordenamientos fundamentales en la estructura del sistema internacional. Algunos de ellos provienen de la aceleración de las tendencias que precedieron a la crisis y otros derivan de la velocidad y consistencia con que ésta tiende a ser superada por algunas economías.
En el primer escenario se ubica la economía china acaba de superar en dimensión a la del Japón según fuentes de este último país. En efecto, la magnitud de la economía japonesa en el segundo trimestre del año (y sólo en ese período) ha sido evaluada en US$ 1.28 millones de millones luego de haber crecido sólo 0.4% en ese período. Ese valor es inferior al crecimiento de la economía china que, en ese tiempo, creció hasta US$ 1.33 millones de millones como resultado de una perfomance continuada de dos dígitos (y que, en apariencia, se ha desacelerado). Teniendo en cuenta que la diferencia de tamaño ente una y otra economía era escasa en el 2009, la proyección del valor total de la economía china ha desplazado del segundo lugar a la japonesa. El reporte no establece esa medición en términos de PBI, pero si esa estadística es confirmada por las instituciones multilaterales, la economía china sería, de acuerdo a los valores del 2009, superior a los US$ 5’067,525 millones del PBI japonés calculado por el Banco Mundial para ese año (el chino era, en ese período, de US$ 4’909,280 millones).
Si es verdad que esa tendencia estaba en marcha con anterioridad al 2007 (y que, en términos de poder compra, el rebase se había producido ya hace un tiempo), lo cierto es que la velocidad del crecimiento de la economía china, el amplio margen para la expansión de su demanda interna y su inmensa capacidad exportadora se ha potenciado en relación a la disminución las capacidades de sus socios en el transcurso de la crisis. Si ello indica que la brecha con Estados Unidos también se ha acortado, es posible que la proyección que anuncia que China superará a la economía norteamericana hacia el 2050 se habrá reducido en consecuencia.
Ese menor plazo, sin embargo, deberá dar cuenta de una diferencia con la primera potencia del orden de US$ 9’188,774 millones (la brecha entre el PBI norteamericano de US$ 14’256,300 millones y el japonés en el 2009 según cifras del Banco Mundial). Es decir, la economía china tendría que alcanzar dos veces su tamaño actual hacia el 2050 (o menos) para alcanzar el PBI norteamericano de hace un año.
Aunque esa revolución estructural está lejos de producirse teniendo en cuenta, además, la superioridad cualitativa de la economía norteamericana (su insuperada capacidad tecnológica o la dimensión de su mercado de capitales), el hecho es que China ya ha adquirido el status de superpotencia económica, ha mejorado su posicionamiento estructural en términos de sus capacidades y está en condiciones de imponer o condicionar, de manera creciente, las reglas de juego y la marcha de la economía internacional.
Si éste es el impacto sistémico del crecimiento de la economía china, el hecho de que se le considere economía emergente tendrá menos relevancia en el sistema. En lugar de ello más importante será para ese Estado y los demás su vulnerabilidad interna (derivada de la pobreza subsistente, su dependencia de recursos básicos o su aparente exceso de inversión actual) o el uso, por su política exterior, de ciertos estamentos como los BRIC (siendo una superpotencia económica, esta agrupación sería quizás menos valiosa como una instancia de jerarquía de poder que como instrumento de poder). A ello ayudará status adicionales como, por ejemplo, la de ser el primer exportador mundial luego de superar Alemania.
En tanto este incremento de capacidades se tornará más eficientemente en poder efectivo, la condición de China (como, por ejemplo, la de ser un centro principal de la economía asiática) será mejor empleada en tanto sus interlocutores percibirán mejor su propio desplazamiento. La dimensión de cooperación y conflicto que este fenómeno dinamiza marca un punto de inflexión incrementado por la clarificación de la percepción ajena de una economía que los sobrepasa.
De otro lado, la crisis ha presentado oportunidades y costos estratégicas para quienes, en una misma región, han transitado por ella. Este doble efecto se evidencia mejor en la Unión Europea que en otras entidades de integración regional en tanto ha producido divergencia estructural donde había disposición cohesiva. Este el caso de Alemania en relación a los socios de la UE que crecen con lentitud (y el de Grecia entre los que no crecen). La consecuencia de ambas dinámicas genera disfuncionalidades procesales y estructurales en la Unión.
A esta diferenciación está contribuyendo el desempeño superior mostrado por la economía alemana en el segundo trimestre del año (2.2%) que, según los medios, es el más alto desde la reunificación. De esta manera, las fortalezas industriales y exportadoras alemanas (que se beneficia mejor que sus socios del mercado norteamericano pero, especialmente del chino) se distancian de las de Francia que se considera, quizás de manera decreciente, como el núcleo duro de la UE. Francia ha crecido sólo 0.6% el pasado trimestre (mientras que España apenas lo ha hecho en 0.2% -y Grecia ha decrecido-). Teniendo en cuenta que el FMI proyectaba un crecimiento equivalente para Alemania y Francia en el 2010 (1.4%), la brecha emergente entre ambos puede indicar en la coyuntura algo más que un eventual cambio del peso específico de esas economías en la Europa de los 27. El caso alemán destaca aún más si se lo compara con la proyección de crecimiento del conjunto de la Unión en julio pasado (1%).
Si esta estadística se confirma, la Unión Europea no sólo acelerará su tendencia a funcionar a diferentes velocidades sino a encontrar, de momento, más en Alemania que en Francia un liderazgo efectivo. Si Francia no levanta el ritmo o evoluciona tecnológicamente, podríamos presenciar nuevamente un afán (poco realizable) por profundizar el núcleo de la integración europea (allí está el proceso de formación del servicio diplomático europeo para probarlo) con el propósito de contrarrestar las tendencias de la eventual renovación del interés nacional en la Unión. La superación de la crisis condiciona así estas realidades regionales.
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