El gobierno chino acaba de celebrar el 70º aniversario de la rendición japonesa en la segunda guerra mundial con un desfile militar que antes que onomástico fue una importante demostración de poder.
Aunque todo desfile militar tiene esas características, la demostración de la capacidad militar del Estado suele mitigarse si aquél está en paz consigo mismo, con sus vecinos y con su entorno. Pero no fue ése el tono de la demostración de fuerza realizada por el Ejército Popular de Liberación chino.
En efecto, habiendo cargado el desfile de fuerte simbología nacionalista, partidaria (al punto de olvidar que la fuerza aliada responsable de la defensa contra el avance japonés en la Segunda Guerra Mundial fueron las tropas de Chiang Kai Shek quien debió refugiarse en Taiwán donde estableció el gobierno que hoy da lugar al apelativo “una nación, dos sistemas”) y mediáticamente anti-japonesa, el gobierno chino deberá apelar a la más compleja acrobacia diplomática para convencer a sus vecinos y a la comunidad internacional que la demostración de poder realizada en la plaza Tiananmen es consistente con su declarada vocación por la paz, el orden y la estabilidad internacionales.
Es claro que China no requiere de un desfile militar para proclamar y convencer a los demás de su status de gran potencia emergente. Y menos si ha anunciado con meses de anticipación que se proponía celebrar este aniversario como no ha ocurrido en los últimos años. Pero quizás sí ha instrumentado la oportunidad para recordar al mundo que la situación de esa potencia es, como su modelo económico, de transición. Y que su vocación estratégica es la de una superpotencia que hará lo que sea necesario para ser reconocida como tal.
Ello implica la exhibición pública de aliados de casi todos los continentes y escenarios civilizacionales. En efecto, en ausencia de jefes de Estado occidentales (que declinaron la invitación) estos abarcaron el amplio espectro que cubre desde Rusia hasta Venezuela y Cuba (y, bueno, México).
Ellos fueron testigos de la exhibición de nueva misilería de alcance intercontinental de la más destructiva tecnología (p.e. misiles cuyas múltiples ojivas pueden corregir su rumbo para asegurar infalibilidad y de destruir portaviones además de aviones de la serie J que copia de los Su rusos). A mayor abundamiento, todas las armas de la vitrina llevaban el mensaje de que éstas son producidas en China (que es, a su vez, un gran comprador de armas rusas).
Por lo demás, es interesante que esta demostración ocurra cuando Japón evalúa el cambio de su doctrina militar y el rol estrictamente defensivo de su fuerza armada en el contexto de reivindicaciones marítimas e isleñas en el Mar de la China. Y lo es porque el simbolismo anti-japonés y nacionalista del desfile chino muestra que el conflicto que dinamiza el balance de poder en Asia del Este está en la orden del día y no como un escenario aleatorio a la competencia económica o al desarrollo de mecanismos de integración en el área.
Pero más interesante es el hecho de que este desfile fuera precedido por la sorpresiva e ineficiente gestión del gobierno chino de tres devaluaciones consecutivas del yuan (que fueron seguidas de dos grandes caídas de la bolsa de Shanghai).
Si el FMI elogia la medida considerándola sólo como un reacomodo del tipo de cambio chino a las necesidades de un nuevo modelo económico que requiere de flotación cambiaria, quizás esa institución no haya cotejado su reacción a la luz del considerable control que el Partido Comunista aún ejerce sobre la economía china.
Es más, el FMI ciertamente no ha tenido en cuenta al respecto el impacto internacional, especialmente en las golpeadas economías emergentes, de esas extraordinarias medidas que también reflejan la capacidad china de generar inestabilidad en el mercado global actuando por sorpresa si es necesario con el pretexto de una corrección interna. No afirmamos que ésa haya sido el objetivo chino, pero el efecto demostrativo del caso ha sido evidente.
De otro lado, el desfile fue también una demostración de poder que ejerce la dictadura del Partido Comunista en el escenario interno chino. Reflejando aún la capacidad de poner en práctica una extraordinario control poblacional, el desfile se llevó a cabo en el escenario de las revueltas ciudadanas de 1989 (la plaza Tiananmen) y en total “privacidad”. Es decir, lejos de los ciudadanos chinos que fueron impedidos no sólo de acercarse al escenario del desfile sino de verlo desde los edificios que bordean la plaza. Las medidas de control sólo permitieron la observación por televisión de un evento que se realizaba en el centro del poder del “proletariado”.
En momentos de crisis y de transición sistémica, demostraciones de poder como las realizadas por China tienen los efectos perceptivos que aquí mostramos. No creemos que a la milenaria potencia se le haya escabullido la posibilidad de actuar con mayor prudencia en una fecha que debió ser meramente onomástica.
Comments