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Alejandro Deustua

Mayor Inestabilidad en el Escenario Central del Terrorismo Global

Una combinación de desastres naturales y de decisiones estratégicas ha redefinido el escenario principal de la lucha contra el terrorismo global: Pakistán, Afganistán e Irak. Ese importante cambio de circunstancias, cuya plena consecuencia no está aún clara, no contribuye a la estabilidad geopolítica de ese lugar de Asia Central en el que las principales potencias occidentales -y su principal alianza- están empeñadas.


Las catastróficas lluvias que asolan Pakistán, que han inundado el 20% de ese territorio de 804 mil kms2, han sido calificadas como un “desastre global” por el Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon. Si su dimensión humanitaria se refleja en la afectación de 20% de una población de 181 millones de personas, ha complicado el 60% del sector agrícola que es el pilar principal de la economía pakistaní.


La ayuda inmediata de US$ 460 millones solicitada por la ONU y el compromiso del Banco Mundial de asistir con US$ 900 millones podría ser suficiente en el corto plazo. Pero la reconstrucción económica de mediano y largo plazo probablemente requerirá de más recursos. Si ésta no llega con la puntualidad y eficacia necesarias, la instabilidad interna que un gobierno débil se incrementará.


La consecuencia estratégica de la insuficiencia asistencial a Pakistán se puede reflejar en el debilitamiento del ya poco confiable compromiso pakistaní en la lucha contra los talibanes, en el fortalecimiento consecuente de las fuerzas que apoyan a esa secta (incluyendo alguna del propio gobierno pakistaní) y en el incremento del riesgo de la proliferación nuclear (de cuya dinámica las capacidades nucleares paquistaníes han sido beneficiarias y promotoras).


Si Pakistán es el baluarte principal del apoyo de Occidente en la lucha contra el terrorismo asentado en Afganistán es evidente que el nivel de la inestabilidad estratégica puede ser mayor. Especialmente cuando el comando norteamericano de las fuerzas de la OTAN comprometidas en Afganistán no se ha consolidado luego del polémico retiro de su anterior responsable.


A ello se debe agregar el retiro de tropas de ciertos destacamentos (p.e. el de Holanda), los retiros completos que se producirán en el 2011 (p.e. el de Alemania) y el inicio del retiro de tropas norteamericanas que iniciará en julio del próximo año. Aunque este último es considerado “innegociable”, su ritmo dependerá probablemente de lo que ocurra en el terreno. Pero ello no es consuelo que compense debilidades fundamentales como la escasa legitimidad del presidente Karzai.


Es en este escenario en que Estados Unidos procede ahora a dar por concluida la “Operación Irak Libre” para ser reemplazada por la “Operación Nuevo Amanecer”. La primera implica que el 31 de agosto la misión de combate de las tropas norteamericanas habrá terminado en Irak y el retiro correspondiente también. En su lugar quedarán 50 mil soldados estadounidenses con el mandato restringido de asistir y entrenar a las fuerzas de seguridad iraquíes y, probablemente, brindar apoyo a los civiles que mantendrán el apoyo a la reconstrucción institucional de ese país.


A pesar de que el retiro gradual se inició desde que el presidente Obama asumió el poder (y cuando había en Irak 660 mil tropas y 357 bases militares), éste culmina en momentos en que el gobierno de Irak está lejos de poder brindar seguridad y servicios básicos a la población. Ello a pesar de las ganancias políticas derivadas de la adopción de una nueva constitución aprobada popularmente, de la reconstrucción parcial de la infraestructura básica y de los sucesivos procesos electorales de los que ha surgido un parlamento y un ejecutivo puestos a gobernar bajo condiciones extremas. Estas circunstancias pueden haberse atenuado pero no han sido aliviadas suficientemente como lo demuestra la subsistencia de la violencia faccional y el contraataque de Al Qaeda.


Estas no son buenas noticias para la lucha contra el terrorismo global cuyo epicentro se encuentra en los tres países mencionados según diferentes fuentes oficiales norteamericanas. Si es verdad que las fuerzas de la primera potencia no pueden permanecer indefinidamente en combate (y menos cuando el esfuerzo de guerra supera a la duración de la Segunda Guerra), establecer plazos fijos para un objetivo que se sabe no logrado sin un esfuerzo colateral no parece lo más sensato.


Y no lo es aunque las fuerzas del conflicto “madre” (el palestino-israelí) al que están los demás ligados, se hayan empeñado en nuevas conversaciones amparadas por el Cuarteto (Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y la ONU).


Si bien los latinoamericanos estamos físicamente lejos del escenario, las características transnacionales del terrorismo nos acercan a él. Especialmente cuando países de nuestra región no han podido eliminar aún al narcoterrorismo, un eslabón (no sabemos cuán débil) del terrorismo global.


Por ello debiéramos preocuparnos por el conflicto en Pakistán, Afganistán e Irak y contribuir a mitigar su intensidad en pos de un nuevo equilibrio en la zona. Para empezar debemos participar, en la medida de nuestras capacidades, en la reconstrucción económica de Pakistán.



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