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  • Alejandro Deustua

Los Problemas de la Deuda y de la Deuda Argentina

La deuda externa soberana es hoy un problema internacional sobre el que hay conciencia en los grandes sujetos financieros pero no necesariamente ánimo correctivo…salvo cuando el problema deviene en crisis como hoy ocurre, nuevamente, en Argentina.


La deuda global externa pública y privada (US$ 88 trillones o US$ 88 millones de millones según el FMI) es hoy día mayor que el PBI global (US$ 81 trillones o US$ 81 millones de millones según el Banco Mundial).


La alerta al respecto existe en diferentes países o grupos de países que sobrellevan el exceso sin hacer mucho sobre el particular. Este es el caso de Estados Unidos (108% de deuda en relación al PBI, un cuarto de cuyos bonos está en manos chinas), la Eurozona (entre 75% y 100%, con Italia en 114%) o Japón (230%) según el FMI (China tiene muchísima deuda interna). Si ocurriera una fuerte contracción (como acaba de suceder en Japón) o la explosión de una burbuja (cuya formación está en proceso en ciertas plazas bursátiles), la espada de Damocles de la deuda se percibiría con mayor urgencia.


En ese contexto, la deuda latinoamericana de US$ 2.5 trillones parece menor si no fuera por su exposición a riesgos que escapan a su manejo (Venezuela es un caso aparte) y por la reacción de las calificadoras que definen el acceso al crédito. Cuando esos riesgos se manifiestan, la importancia del porcentaje de la economía nacional comprometida eleva su peso en la ponderación del problema. Este es el caso argentino.


Argentina no tiene la deuda más grande de la región (Brasil encabeza la lista con alrededor de US$ 734 mil millones aprox. seguido de México con US$ 468 mil millones apox.). La deuda argentina es menor en términos relativos: US$ 284 mil millones según el Indec.


Pero, en relación el PBI (80%) es la mayor de la Suramérica. Al respecto, no es un consuelo que, en el Caribe, la deuda jamaiquina supere largamente el 100% del PBI.


Muy buena parte de ella fue adquirida por el gobierno del Sr. Macri que, a pesar de haber salido tempranamente al mercado para mejorar la relación con los bonistas, obtuvo, con la soga macroeconómica al cuello, más de 50 mil millones del FMI (con un desembolso de US$ 15 mil millones).


Por cierto, el requerimiento de financiamiento externo por el gobierno de Macri surgió de un déficit fiscal primario de cerca de 6% del PBI heredado del gobierno kirchnerista y del incompleto intento del presidente liberal de intentar reequilibrar la economía (liberación de controles de capital, eliminación de impuestos a las exportaciones, negociación con tenedores de bonos fuertemente castigados –FAS-). A la insuficiencia del esfuerzo se sumó el incremento de intereses por el FED, el descontrol de la lucha contra la inflación y calamidades ambientales que afectaron las exportaciones agrícolas –FAS-).


Argentina, siendo un país inmenso, inmensamente rico (especialmente en recursos energéticos, agropecuarios y humanos) y que entre el siglo XIX e inicios del siglo XX se ubicó entre las primeras economías del mundo, no ha logrado consolidar una economía sustentable desde Perón. Y su relación con el sistema financiero internacional ha sido tortuosa no sólo por haberse incorporado tarde a esa organización (a medidas de 1950 debido a sus especiales proclividades antisistémicas) sino porque los programas del FMI no funcionaron sea por aplicación, diseño o repudio.


Con la relación con el sistema financiero retomada pero sin gobernar adecuadamente su propia economía, ésta se contrajo en las vecindades de 2.5% en 2018-2019, con una inflación superior al 50% y un alto índice de pobreza (35.4% según el Banco Mundial).


El Presidente Alberto Fernández desea recomponer la inserción financiera de su país. Pero su explícito punto de partida consiste en condicionar cualquier pago al crecimiento de la economía (un dudoso resultado este año) mientras que el FMI ha recordado que sus reglamentos le impiden aventurarse en promesas de reducción de deuda (lo que no es necesariamente un rechazo al concepto de “quitas” en la deuda privada con que Kirchner apremió a los tenedores de bonos argentinos después de la crisis del 2001-2002).


Por lo demás, el Sr. Fernández ha dispuesto, con loable emoción social y sobreponderación de capacidades nacionales lo contrario a un programa de austeridad: en pos de crecimiento ha congelado los precios de los servicios públicos, incrementado los salarios y de las pensiones, reducido el precio de las medicinas, etc.


Luego de obtener respaldo europeo para su negociación con el FMI y frente al posible inicio de una revisión de programas por éste (empezando por el cuestionamiento de la libre flotación y de las reglas generales para todos los casos recién comentadas por la entidad a cargo de la Sra. Georgieva) existe alguna probabilidad que tenga mayor margen de negociación que el previsto. Especialmente ahora que el Fondo ha considerado “insustentable” la deuda argentina.


Dentro de ese margen podría encontrarse algunas “quitas” del valor de los bonos ahora que la Sra. Georgieva empieza a mostrar preocupación por el impacto de los programas del Fondo en el crecimiento y el empleo (TE). Sin embargo, el acomodamiento de los deudores privados a la a esa eventual flexibilidad no llegaría a los extremos que registró Néstor Kirchner (que logró una reducción del valor de los bonos del orden del 65% y una “aceptación” presionada del 76% de los bonistas) y tampoco consideraría, como se ha dicho, la reducción del principal adeudado a las instituciones multilaterales.


Para la región es importante que Argentina logre un éxito sensato en su esfuerzo de reestructuración financiera internacional. Y no sólo porque es un país grande que agrega riesgo al índice regional sino porque su sana relación con el Brasil liberal es fundamental para la estabilidad y desarrollo del Mercosur, lo que mejoraría la situación del nuestro devaluado entorno inmediato.


El Canciller argentino Felipe Solá así lo ha reconocido al visitar a su colega brasileño en busca de entendimiento a pesar de la explícita desconfianza mostrada por el Ministro de Economía Paulo Guedes quien registra en el pasivo regional el origen político del gobierno argentino. En el proceso de fortalecimiento de la inserción económica brasileña en el mundo, el señor Guedes y su Canciller Ernesto Henrique Araujo, han privilegiado más bien la negociación de acuerdos de libre comercio con Estados unidos, México, India, Singapur, Corea del Sur, mejorar los suscritos por el Mercosur con vecinos suramericanos (Perú, pe.) y cerrar la negociación con la Unión Europea.


Éstas no son las prioridades del Sr. Fernández quien, en lugar del acuerdo con la UE, p.e., prefiere más bien entendimientos con actores como Israel. La política comercial externa de ambas potencias debe encontrar convergencias adicionales si la relación bilateral va a caminar con la fluidez que Suramérica, ya cargada de fricción venezolana, desea y necesita.


Por lo demás, ningún país del área que administre sensatamente su economía, desea correr el riesgo de otro default argentino. Mucho menos en momentos de bajo crecimiento e incertidumbre global y regional, de convergencia liberal debilitada en el área y de haber dejado atrás el reguero de crisis financieras de fines del siglo XX.


Si es difícil esperar que el Sr. Fernández perciba el valor de la estabilidad con parámetros similares al resto de Occidente y de la mayoría de sus vecinos, sí es esperable que entienda el peligro del incremento de la erosión financiera en el área y de un nuevo capítulo de crisis de deuda externa que empezara a recorrer el mundo.


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