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  • Alejandro Deustua

Los Países Desarrollados Generan una Crisis Sistémica

La degradación de la deuda norteamericana por Standard and Poor’s ha cumplido el mismo rol retroalimentador de la crisis financiera que el que las agencias calificadoras desempeñaron en la crisis asiática de 1997 y que el G20 acordó corregir a inicios de la crisis del 2008. El hecho de que esa corrección no haya ocurrido es, sin embargo, sólo una muestra de la persistente falta de gobernabilidad de los mercados financieros que acentúan las fallas de los mercados de la economía real.


De otro lado, mientras ciertos comentaristas norteamericanos decidían atenuar la responsabilidad de la primera potencia al destacar el “el verdadero problema” (el de la Unión Europea), el Dow Jones los llamaba a la realidad con una caída de cerca de 6%, bastante más que lo que ha ocurrido en las bolsas europeas y asiáticas este lunes.


Así, si la volatilidad se ha trasladado de un mercado a otro demostrando la masiva fuerza de la globalización financiera, lo ha hecho más en la primera potencia. Allí la indisposición del Congreso para lidiar con el problema del techo de la deuda salvo in extremis y su incapacidad para tomar las medidas necesarias para avanzar en el control del déficit ha alarmado al resto del mundo.


Lo mismo ha ocurrido en la Unión Europea donde la violación del pacto de estabilidad de 1997 y las asimetrías y falta de cohesión de las economías que integran la unión monetaria ha puesto en cuestión la viabilidad de la zona del euro. El problema es allí más complejo que en Estados Unidos porque la unión monetaria la componen 17 de los 27 Estados de la Unión.


Ello no ha impedido que el contagio de las economías periféricas (Grecia, Irlanda, Portugal) amague a las economías intermedias (Italia y España) con cierta rapidez aunque sin tocar aún a las economías centrales. La intensidad con que éste se está produciendo sin que existan mecanismos de contención preestablecidos (por ejemplo, el retiro temporal de la zona por un país en problemas) muestra la debilidad en que se asienta una unión monteraria quizás demasiado rápidamente construida. En esta materia no importa cuál es la economía más grande. Si Estados Unidos y la Unión Europea se disputan el primer lugar con una participación en el PBI global en torno del 15% (en términos de paridad de poder compra) y si la eurozona es claramente inferior a la norteamericana (aunque “apenas” por unos US$ 3 millones de millones), ello es intrascendente a la luz de su impacto global y de la fluidez de los mecanismos de transmisión.


El problema muestra también que entre los inversionistas y los gobiernos norteamericano y europeo se ha reinstalado una brecha de desconfianza difícil de salvar bajo las actuales circunstancias. En el caso de la eurozona ésta ha traspasado la disconformidad con los insuficientes resultados del primer paquete de rescate a Grecia de alrededor de US$ 140 mil millones y el anuncio del segundo por US$ 158 mil millones al que se comprometieron las autoridades europeas y las del FMI.


El rescate griego, al que contribuiría nuevamente el FMI y la Facilidad de Estabilidad Financiera Europea debía complementarse con la extensión de plazos, la reducción de intereses, la participación del FMI y la contribución voluntaria del sector privado según se decidió en una reunión de Jefes de Estado y de Gobierno realizada el 21 de julio pasado.


A pesar de ello (y quizás porque la implementación de las medidas está prevista, por su complejidad, para setiembre), la desconfianza, traducida ya en abierta especulación, se ha trasladado al mercado de bonos de España e Italia incrementando el riesgo en esos papeles en más de 400 puntos en relación al bono alemán a pesar de que los fundamentos de ambos países son reconocidos por el Comisario Europeo para Asuntos Económicos y Financieros, Olli Rehn, como sostenibles. Ello se asienta en el inicio de procesos de consolidación fiscal y de reforma estructural en España e Italia. Italia se ha comprometido a equilibrar su presupuesto para el 2014 y España ha emprendido un proceso de reestructuración bancaria y de reforma del sistema de pensiones y del mercado laboral.


Los problemas de estas economías, consideradas “demasiado grandes para caer y para ser salvadas”, son diversos. En el caso de Italia la relación deuda/PBI es de 120% con un crecimiento económico de apenas 0.1% en el primer trimestre y sin señas de mayor dinamismo. En cambio, la relación deuda/PBI de España se presenta en un rango manejable de 65% pero el saneamiento bancario presenta retrasos, el desempleo (21%) es el mayor de Europa y el crecimiento estimado por el FMI en 0.8% ha sido castigado por la realidad reciente.


Frente a ello, la Comisión Europea ha recordado que los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión se comprometieron también el 21 de julio a reforzar el sistema de estabilidad financiera europeo (que se transformará en el Mecanismo de Estabilidad Europea) para mejorar tanto la gobernabilidad de la zona del euro como los métodos de manejo de crisis. Ello implicará, además del incremento del capital correspondiente, una mayor coordinación fiscal confirmando, de manera poco estimulante, que la profundización de la integración europea tiende a incrementarse con escapes hacia adelante en situaciones de crisis.


Por lo demás, el Banco Central Europeo ha procedido a comprar bonos en el mercado secundario pero sin precisar el ámbito de su intervención. Si esta disposición incluye la compra de bonos italianos y españoles es algo que no se ha especificado por razones institucionales (la cultura del BCE es extraordinariamente conservadora) y de mercado (la intervención del BCE puede dar la señal equivocada).


A pesar de ello, los mercados europeos han caído fuertemente hoy. A este fenomenología puede haber contribuido, además del factor psicológico, el informe de la OECD que da cuenta de una desaceleración de la perfomance de todos sus miembros (y los que no los son como el caso de China y Brasil). Si ello se traduce en una recesión global, está por verse. Pero los elementos objetivos de la erosión de la perfomance mundial constituyen un riesgo evidente ya no para Estados Unidos, la Unión Europea o Japón sino para el sistema internacional entero.


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