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Alejandro Deustua

Lecciones del G20: Disminuir Riesgo Generando Orden Global en Escenario de Intereses Divergentes

En un escenario de incertidumbre económica derivada de la débil recuperación global y de intereses divergentes entre las mayores potencias, el diálogo entre las economías que suman alrededor de 80% del PBI global ciertamente no puede lamentarse. Salvo que aquél haya consistido en un despliegue de política lúdica. Algo menos que esto es lo que ha ocurrido en la cumbre del G20 celebrada en Seúl.


Si los resultados de esa cumbre prefieren verse desde el lado lleno del vaso, se constata que los concurrentes han indicado que no están listos a emprender caminos de mayor divergencia ni mayor enfrentamiento (aunque las condiciones objetivas e intereses de las potencias económicas muestren que la divergencia entre ellas es una tendencia reconocible).


A mayor abundamiento, el G20 ha reiterado en Seúl el esfuerzo para compartir una visión común de la postcrisis que reconoce que los desbalances estructurales son los obstáculos de una recuperación menos heterogénea, que el proteccionismo y las devaluaciones competitivas deben evitarse y que deben llevarse a cabo las reformas institucionales en los organismos multilaterales (el FMI), la actualización de regímenes financieros (Basilea III) y la políticas de normalización en las economías nacionales (teniendo en cuenta las circunstancias de cada quien en el caso de la consolidación fiscal).


Al reiterarlo, los concurrentes han creído aclarar el ambiente económico confrontado sus respectivas posiciones, tomando nota de lo que preocupa al interlocutor, acordando volverse a reunir en Francia (y luego en México), comprometiendo el esfuerzo común para lidiar con las divergencias emergentes y evitando la “tentación” de buscar soluciones no globales (aunque la realidad de hoy dice lo contrario).


Pero hasta acá llega la disposición colectiva para fortalecer el piso de la interdependencia global y mantener las salud de la interacciones. Más allá de ello, Seúl ha confirmado que el estado de situación de los intereses colectivos no es el de la comunidad que caracterizó la respuesta común a la crisis de 2007-2008 y que, más bien, éstos han evolucionado hacia la divergencia cuyo destino conflictivo no se desea pero cuya inercia no convergente es real.


Pruebas al canto. En Seúl ha quedado expuesta la realidad diferente de los intereses norteamericanos (p.e., reclamo de arbitrariedad para consolidar el primer mercado nacional) y que ésta es tan real como la pérdida creciente de su influencia. La singularidad normativa de la primera potencia, a pesar de la cohesión verbal en el pronunciamiento grupal final, se mostró en la negación por casi todos los participantes a adoptar los topes a los déficits de cuenta corriente (inicialmente de 4%) sugeridos por la Secretaría del Tesoro, el cuestionamiento general (especialmente alemán, chino y brasileño) al relajamiento cuantitativo recientemente adoptado por Estados Unidos, la ausencia de un frente común de presión sobre China para que ésta revalúe el renminbi y hasta en la indisposición de las autoridades de Corea del Sur a cerrar rápido con el presidente Obama un acuerdo de libre comercio (CNN lo comentó abiertamente). Por lo demás, el documento de los líderes reconoció que las políticas monetarias deben tener en cuenta el impacto que éstas producen en los demás (referencia cierta a Estados Unidos primero antes que a los socios).


Por su lado, la Unión Europea, cuyo casi exclusivo proceso de consolidación fiscal define la naturaleza disímil de sus intereses, sólo ha podido cobijarse en las generalidades del documento final. Así Francia, luego de haber amenazado con su retiro (CBS) si no se alcanzaban resultados concretos, al final suscribió con Alemania e Italia el documento que hizo alguna referencia genérica a una de sus exigencias (la disminución de la influencia de las agencias de calificación de riesgo), pero ninguna mención explícita a otras como la regulación de los fondos de inversión o la desaparición de los santuarios tributarios (estos asuntos se trataron en el documento de Seúl pero no en el de los Líderes). Por lo demás, al cabo de los graves problemas financieros de Irlanda, que se suman a los de Grecia, la Unión Europea no está para afanes que escapen demasiado de la sustentabilidad del euro.


Y aunque China haya incrementado sus tasas de interés preocupada por las expectativas inflacionarias generadas por el recalentamiento de su economía (lo que debería contribuir a revaluar su moneda) se negó, con irresponsabilidad, ya no sólo a revaluar bajo presión sino hasta a una flotación acorde con sus fundamentos (aunque no lo lograra plenamente porque el documento final reitera la necesidad de atenuar los desbalances, la conveniencia de orientarse a la consolidación fiscal ad hoc y procurar reformas estructurales que hoy China no practica). Las potencias emergentes (Brasil) pudieron, por su lado, quejarse de las consecuencias de los impacto de flujos de capital extraordinarios en sus respectivas economías, pero no lograron hacer mucho para cortarlos en el origen (y sí más bien en el destino: el FMI ya había reconocido la perversidad de esos movimientos y, por tanto, indirectamente, las medidas para atenuarlos).


Esta yuxtaposición de intereses en conflicto fueron atenuados por el esforzado y diplomático espíritu común del documento, lo que es de por sí un mérito.


Aún así no se pudo evitar que éste incurriera en irrelevancia en los acápites operativos (entre ellos, el Mututal Assessment Program). Entre las más destacadas exuberancias se cuenta al respecto la alusión a una suerte de “lineamientos indicativos” (“indicative guidelines”) para que los ministerios de finanzas y los bancos centrales puedan, entre otras cosas, prever desbalances! Pero si esos desbalances son reconocidos como el problema fundamental de hoy, resulta asombroso que la aproximación operativa del G20 a los mismos resulte en el ofrecimiento de unas parámetros sin contenido para prevenir problemas futuros cuando los impactos de la excesiva brecha entre superavitarios y deficitarios están hoy a la vista. Nosotros hemos opinado que siendo esos problemas estructurales no son solucionables sólo mediante políticas multilaterales. Si, a la luz de las circunstancias, algunos en el G20 opinan lo mismo, bien podrían haberlo dicho para evitar este señuelo que resta legitimidad al grupo.


A pesar de ello, el G20 ha confirmado progresos significativos. Entre ellos destacan los avanzados por la reunión previa de ministros sobre redistribución del poder institucional en cuotas y capacidad de decisión en el FMI (los países de la Unión Europea ceden dos sitios para países emergentes los que incrementan su participación económica y política en cerca de un 5% del total) o las reformas de regulación bancaria (Basilea III que implica mayor estándares de capital e incremento de requisitos de liquidez especialmente para la banca de influencia sistémica).


Ese avance real se ve contrarestado, sin embargo, por renovadas invocaciones a un resultado “ambicioso” de la ronda Doha en el 2011 sin identificar en qué consiste éste ni las vías para lograrlo. En esto no pudo evitarse la redundancia declarativa sobre asuntos comerciales globales que, según la primera potencia, son los fundamentales.


Para todos es fundamental que la economía global recupere sus niveles normales de crecimiento a la brevedad y que, en el proceso, el orden financiero se renueve y se estabilice. En el caso del Perú, la vulnerabilidad de una economía excesivamente dependiente de los precios de los commodities complicada por un sistema financiero poco desarrollado así lo requiere.


Al respecto, deberemos pagar el precio que cobran las fuerzas inmersas en esa proceso: la tendencia revaluatoria del sol derivada por los excesivos flujos de capital que concurrirán a la región, la tendencia a la volatilidad de los precios de las materias primas (el Banco Central ha anunciado un posible incremento de los precios de los alimentos mientras que un eventual ajuste de la economía china penderá siempre sobre los ingresos de divisas aunque nada indique hoy una caída de la demanda) y las consecuencias ambivalentes de la dependencia del dólar cuyo manejo hoy sí está motivado por la competencia sin que el control arbitrario de la principal moneda de reserva haya disminuido.


Nuestro trabajo consiste en reducir el impacto de esos riesgos sin alterar el orden macroeconómico en un contexto actual de intereses nacionales y regionales divergentes cuya regresión el plurilateralismo amplio (en el que no estamos representados y que, en este caso, ha reemplazado al plurilateralismo restringido del G7 en ausencia de multilateralismo), no puede garantizar. Sobre estas bases deberemos, de momento, progresar.



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