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  • Alejandro Deustua

Las Adquisiciones de Armas Convencionales y la Latencia del Conflicto

Reiterando la correlación entre crisis económica y conflicto internacional, el SIPRI (1) acaba de informar sobre el incremento global de la compra-venta de armas convencionales en 24% entre los períodos 2007-2011 y 2002-2006. Ese incremento cubre la etapa de decaimiento de la perfomance global en el que, sin embargo, las economías que transitaron por una contracción vendieron más armas a los que pudieron escapar a la crisis y crecieron más en términos relativos. Si, en la perspectiva económica, la explicación del incremento de las adquisiciones correspondientes se explica por la brecha entre países afectados por la crisis y los que no lo fueron (o lo fueron menos), en la perspectiva política la lógica de las mayores compras se fundamenta en la latencia del conflicto convencional y en el cambio de distribución de poder en el sistema internacional. Si la conflictividad más visible hoy se despliega en el ámbito interno de ciertos Estados (las revueltas en los países del Norte de África y en el Medio Oriente son los ejemplos más evidentes), su violenta proyección externa expresada en la compra de armas explica menos las adquisiciones por conflictividad latente que las que se han realizado donde esa conflictividad se concentra manifiestamente: en Asia. En efecto, en esa región se concentra alrededor del 44% del incremento de las adquisiciones totales y también los principales importadores (India -15%- Corea del Sur -6%- Pakistán -5%- China -5%- y Singapur -4%- del total). Ello contrasta con las adquisiciones del Medio Oriente que han crecido “sólo” 17% debido al fuerte debilitamiento económico derivado de las revueltas (pero donde se espera que las compras se incrementen considerablemente una vez que se estabilicen los Estados hoy convulsionados). Sin embargo, esta región no es comparable porque allí la conflictividad no es latente sino activa. En tanto la tendencia al incremento de la compra de armas se mantiene desde el anterior período observado por el SIPRI (2002-2006) se puede entender que, aunque los países asiáticos padezcan de serios problemas de inestabilidad social y política, esas compras convencionales confirman dos tipos de conflicto en Asia: uno propia del complejo dinamismo de la relación interestatal asiática y otro derivado de las nuevas dinámicas de cambio de status que se observa en el área (las principales potencias emergentes, salvo Brasil entre los BRIC, se ubican en ese escenario). En ambos casos estamos frente un fenómeno de sustancial incremento de capacidades. En otras palabras, el incremento de compra de armas ha puesto en evidencia la vigencia de la conflictividad entre India y Pakistán, India y China y China y ciertas potencias del sudeste asiático, entre otras dinámicas. Y también muestra el apremio que, para el conjunto asiático, implica los serios desequilibrios derivados de la emergencia china en correlación con la pérdida de influencia occidental. A esa complejidad se agrega otra, demostrativa de filiaciones o alianzas extra-regionales, y cuya manifestación económica se correlaciona con las fuentes de aprovisionamiento. De esta manera no sorprende que Rusia sea el principal proveedor de India (80%) y de China (78%), ni que Estados Unidos lo sea de Corea del Sur (74%) y Singapur (43%), ni que la ambigüedad de Pakistán quede reflejada en la dualidad de fuentes (42% de China y 36% de Estados Unidos). Si se margina el rol de esta última potencia (Pakistán), el patrón de aprovisionamiento de armas convencionales mostrado por el SIPRI pone, en evidencia, de manera gruesa, la rivalidad entre asociaciones (no necesariamente alianzas) continentales y marítimas (aunque de manera que ciertamente debe ser calificada por otra clase de vínculos). El patrón de asociaciones continentales corresponde a la relación de Rusia con China e India y el marítimo al de Estados Unidos con Corea del Sur y Singapur. Aunque ese “corte” geopolítico pueda y deba ser relativizado por otras variables (como las de balance de poder), ese corte también indica la condición natural de dos potencias con diferente inserción en Asia pero de determinante influencia en ella: Estados Unidos (una superpotencia marítima preocupada por la protección de las rutas comerciales, de la periferia continental y de otros Estados marítimos de tendencia liberal) y la de Rusia (una potencia continental preocupada por su reciente condición imperial y su esfera de influencia euroasiática y por la recuperación de su rol más allá de ella). De esa confrontación dual se puede concluir, también de manera genérica, que la preocupación por un escenario bélico (p.e. el mar del sur de la China) quizás no pueda priorizarse (como lo hace Kagan) sobre otros escenarios más “territoriales” como los que involucran a los Estados mayores (es decir, “más grandes”) del continente asiático. De otro lado, si la definición de conflictividad latente muestra una relación entre viejos conflictos y los nuevos vinculados al cambio de status (no a las nuevas amenazas) a través de un indicador como la compra de armamentos, el dinamismo de esta fenomenología no puede ocultar la conflictividad latente en América Latina si operan allí variables similares vinculadas al incremento de capacidades. Y menos cuando el aumento de compras en el área fue de 11% entre el 2007 y 2011 en relación al período anterior. Aunque la región pueda ser identificada como la más “pacífica” porque es la que menos compra (superando sólo al 9% de África), el volumen de adquisiciones es suficientemente importante como para determinar que esta supuesta zona de paz tiene problemas mayores. En efecto, la región no sólo alberga muy costosos y sangrientos conflictos internos, sino que está también dividida estratégicamente entre las potencias que compran más y las que compran menos sistemáticamente. La conflictividad correspondientes es de status y de configuración geopolítica e ideológica pero también de interactiva conflictividad remanente a la luz de los indicadores presentados por el SIPRI. Estos criterios son ilustrados tanto por el notable incremento de las adquisiciones en Suramérica (77%) como por la tendencia que marcan la expansión armamentista venezolana (555% más que en el período 2002-2006) y brasileña. En el primer caso esas adquisiciones convencionales confirman la emergencia de un nuevo centro de poder militar en el área que, mediante la alianza cubana, hegemoniza el ALBA. Y en el segundo, las compras reiteran el predominio brasileño cuya vocación de potencia cualitativamente distinta (evidenciada por la adquisición de licenciases y no sólo por la mera importación de armas) es también extra-regional. A ese panorama debe sumarse las adquisiciones chilenas que, quizás por haber concluido un ciclo, no aparecen en la muestra inicial del SIPRI. Si el conflicto interestatal es obviamente mucho más probable en Asia que en América Latina, el hecho es que en ambos existe latencia, emergencia, doctrina y desarrollo de mecanismos de balance que otorgan a la conflictividad una realidad que no puede ocultarse por simple voluntarismo pacifista. Aunque América Latina esté más orientada a combatir las nuevas amenazas y menos a generar fricciones interestatales en un contexto de capacidades bélicas relativamente menores, este lado de la realidad regional–que ciertamente puede ser superado por la activación de otros mecanismos políticos o económicos- no puede negarse. Como tampoco puede desmerecerse la influencia conflictiva del contexto y la dimensión estructural de la misma evidenciada por el hecho de que las potencias mayores siguen siendo las principales exportadoras de armas convencionales. En efecto, salvo el caso de China hoy (que está más preocupada por el aprovisionamiento interno para transformar en poder real su creciente status), la totalidad de los miembros permanente del Consejo de Seguridad figuran como los principales proveedores de armas convencionales. Ello evidencia que, como contraparte de la realidad de la distribución de poder, existe la realidad del núcleo de poder militar estable. Ningún Estado sensato puede dejar de considerar esta variable, en el sentido y con el propósito que sea, en la organización de su política exterior.


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