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  • Alejandro Deustua

La Visita Europea de la Señora Rousseff

Durante su reciente gira por Europa, la Presidente de Brasil, Dilma Rousseff, ha fortalecido el proceso mediante el que ese Estado va traduciendo en poder y status sus crecientes capacidades.


Esta vez un punto de inflexión diplomático ha esclarecido ese hecho: Brasil puede hoy recomendar al conjunto europeo políticas relativas a la viabilidad del principal ente de integración mundial, puede evaluar el clima de negocios en ciertas economías específicas y también culminar una gira transatlántica fortaleciendo vínculos con una potencia euroasiática que forma parte de una nuevo escalón de poder (los BRIC).


En efecto, durante la 5ª cumbre entre Brasil y la Unión Europea, la Presidenta Rousseff fue más allá de consolidar su peculiar status de socio estratégico de la Unión prescindiendo de las limitaciones que el MERCOSUR padece al respecto. En esta oportunidad, la Presidenta ofreció ayuda a la UE para salir de la crisis innovando el rol correspondiente a un país en desarrollo y, por tanto, deponiendo una conducta ya no corresponde a esa categoría. En ello coincidió con la actitud china que se expresó con anterioridad de manera más concreta ofreciendo invertir en la UE siempre que ésta apresure el reconocimiento de la potencia asiática como economía de mercado. Sin esa condicionalidad (no bien recibida en la UE), Brasil reveló la decisión de jugar un rol estabilizador en una crisis que redefine progresivamente jerarquías de poder en el sistema internacional. Éste se expresará, de manera cooperativa, pero también reivindicativa, en la próxima cumbre del G20 a realizarse en noviembre.


A ello sumó la señora Rousseff el rol de agente normativo. Si la década perdida latinoamericana (la de los 80 del sigo XX) fue alimentada por la recesión a la que contribuyó el ajuste dispuesto por el FMI, los europeos no deben seguir ese ejemplo. La búsqueda del equilibrio fiscal no debe sacrificar el crecimiento ni el empleo europeos sostuvo la Presidenta Rousseff.


En consecuencia, la UE no sólo se equivoca hoy sino que agrega riesgos a la economía mundial mediante la insistencia en políticas ortodoxas que incrementan el daño global generado por las políticas de sobreestímulo norteamericano. Éstas generaron un exceso de liquidez en el mercado que no fue plenamente absorbido por sus destinatarios (una suerte de liquidity trap) y cuyo remanente fue atraído por mejores tasas de interés y por las oportunidades que presentan los buenos fundamentos de la economía brasileña. La apreciación del real y la pérdida de competitividad de las exportaciones de ese origen fueron la consecuencia de esa desmesura (según Brasil) en un contexto de crecientes desequilibrios cambiarios (la “guerra cambiaria” aludida antes por las autoridades económicas brasileñas).


El Presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, se vio en la necesidad de responder a este llamado de atención explicando que la Unión Europea había hecho mucho más que ajustar sus economías (aunque aún sin lograr aún los resultados correspondientes).


Fue en ese contexto que la Presidenta brasileña visitó el país de origen paterno (Bulgaria) donde fue recibida con honores y emociones que, en otras épocas, quizás hubieran correspondido a ciertos gobernadores estadounidenses. La raíz europea de Rousseff, cuyo Estado se considera parte de Occidente, ganó así notoriedad también en la periferia suroriental de la Unión Europea.


En el trayecto del centro a los confines de la UE, la Presidenta Rousseff se dirigió luego a Turquía, un miembro de la OTAN, discutido candidato a la membresía europea y muy activo integrante de los BRIC. En un escenario en el que Turquía tiende a erigirse como la potencia de mayor influencia en el Medio Oriente –y con la que el anterior presidente brasileño, Luis Inacio da Silva, compartió una cuestionada iniciativa para contribuir al problema nuclear que presenta Irán- la Presidenta de Brasil fortaleció el vínculo estratégico con la ex-potencia otomana.


Al respecto, llamó la atención sobre la necesidad de solucionar el conflicto palestino-israelí, criticó nuevamente la “inmovilidad política de los países desarrollados y comprometió con Turquía la coordinación de posiciones para demandar reformas multilaterales en la cumbre del G20. Aunque no mencionó, en apariencia, el reconocimiento de brasileño del Estado palestino, el rol brasileño, en el área, cualquiera fuera su nivel, quedó confirmado. Y para añadir interés estratégico al asunto, un grado de cooperación militar fue pactado con Turquía.


Aunque Brasil es un auspiciador de las cumbres ASPA es evidente que no depende su realización para proyectar influencia en los países árabes. Ello fue recordado cuando la visita europea, por la importancia del Unión, habría merecido los honores de la exclusividad.


Lejos de ser decorativa, la diplomacia presidencial del Brasil revela así su nueva dimensión estratégica y evidencia su disposición y capacidad para construir su nuevo status y hacerlo sobre la base del ejercicio de efectivos intereses globales. Ello debe ser tomado en cuenta por la política exterior de ciertos vecinos que siguen viendo al Brasil sólo como una potencia regional.



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