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  • Alejandro Deustua

La Visita de Alan García a Chile

22 de Junio de 2006



Aunque calificada de inicial y oficiosa, la visita que acaba de realizar el presidente electo Alan García a Chile puede resultar en algo más que la simple reanimación de un vínculo bilateral mellado.


De un lado, la recuperación de la confianza y de la fluidez de trato entre las partes puede permitir en el futuro cercano la consolidación de un vínculo de integración que asegure estabilidad en el Pacífico sur suramericano. Del otro, la reaproximación de dos gobiernos que se rigen por los términos liberales de la democracia representativa y de la economía de mercado fortalecerá la vigencia de ese orden en la región ahora desafiado por formas autoritarias y pseudo participativas de regímenes de manifiesta vocación estatista en el área. Ello quedará más claro aún luego de la visita que realice el presidente electo a Colombia cerrando un periplo que se inició en el Brasil.


En ese contexto, la revigorización de la relación del Perú con Chile estará, en el peor de los casos, en capacidad de contener el empuje chavista en la subregión andina, en el Mercosur (al que se incorporará Venezuela en los primeros días de julio) y quizás hasta en la ONU (si Chile es persuadido luego de que puede optar por otro candidato que no sea el régimen venezolano para ocupar el sitio de miembro no permanente en el Consejo de Seguridad que dejará Argentina). En el ámbito bilateral, la rápida respuesta del presidente electo a la invitación de la presidente Michelle Bachelet, ha inducido al Canciller de ese país, Alejandro Foxley, a proponer una alianza con el Perú para afrontar la competencia asiática.


Aunque el término alianza sea en este caso un exceso, parece evidente que la Cancillería chilena está proponiendo un vínculo de cooperación en el Pacífico sur que, sin eludir la competencia, minimice la remanencia conflictiva con que la historia ha sellado hasta ahora la relación bilateral.


En tanto ello no implique adormecimiento de la voluntad expresada por el presidente electo de cerrar la brecha de desarrollo político, económico y de seguridad con Chile, esa propuesta debe ser aceptada luego de que el señor García asuma el gobierno (y, en consecuencia, tenga la posibilidad de redefinirla).


Y debe ser aceptada porque su razonamiento es sensato. Es claro que la demanda de productos peruanos y chilenos que generan –o generarán los acuerdos de libre comercio que ambos países negocian con países asiáticos singularmente o en el marco de la APEC- superará rápidamente la capacidad de oferta de cada uno. A estos efectos, nada mejor que sumar esfuerzos de proveedores complementarios para reducir costos de transporte, seguros, fletes, distribución y acceso a mercados extraordinariamente distantes y complejos.


Por lo demás, la sistemática y creciente orientación asiática de los flujos de capital que concurren a los países en desarrollo podría ser parcialmente redirigida hacia esta parte del mundo si dos de las tres principales economías del Pacífico sur suramericano proceden, de manera conjunta, a captar inversión. Ésta se sentirá aún más atraída si el nuevo escenario de destino propone una escala superior a la nacional en la presentación de proyectos.


Ello generará sinergias capaces de incrementar la interdependencia bilateral peruano-chilena que, a pesar de su progreso, es aún insuficiente para crear en el área un polo de desarrollo similar al brasileño-argentino en el Mercosur y al colombo-venezolano en la subregión andina.

En ese marco la ambigua relación con Bolivia podrá acceder a un mejor trato. Pero, sobre todo, el incremento de intereses complementarios facilitará la solución de problemas del pasado (como la controversia peruano-chilena sobre delimitación marítima) para mirar el futuro con menores obstáculos.


En este contexto la competencia por una mejor proyección sobre el Pacífico dejará de ser recelosa para el vecino si de ella resulta el incremento del beneficio para cada una de las partes, la reducción enriquecedora de las asimetrías y la generación de un equilibrio más estable en la zona.


Si en su visita a Chile el presidente García dejó sentada las bases para que ello ocurra, habrá dado un paso significativo para traer progreso y estabilidad a nuestros dos países.

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