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  • Alejandro Deustua

La Política Exterior Norteamericana Hoy

Estados Unidos sigue siendo la única superpotencia pero el sistema internacional no es más estable que cuando el presidente Obama juró cargo en el 2009.


La economía global ha superado la crisis del 2008 pero el crecimiento colectivo (3.1%, FMI) sigue siendo mediocre, el comercio internacional ha caído a niveles peligrosos (1.7%, OMC) y la economía de libre mercado está presionada por crecientes sentimientos insatisfacción en Occidente.


El sistema tampoco disfruta hoy de más seguridad de la que existía cuando el Presidente Obama dispuso el retiro de tropas de Irak y Afganistán y cuando se alentó la “primavera árabe”. La expresión mayor del terrorismo –el ISIS- puede estar a la defensiva pero también eleva el costo de su exterminio en Alepo y en Mosul.


De otro lado, la prometedora política de reducción de dispositivos nucleares iniciada con Rusia cuenta hoy con la hostilidad de la potencia euroasiática que no desea entender que la usurpación de Crimea no es una respuesta aceptable a la estratégica aproximación occidental a Ucrania. Y si la política de condicionada cooperación con China puede implicar beneficios mutuos, ésta no puede esconder la fricción estructural que la emergencia de esa potencia implica.


¿Ha sido entonces la política exterior del presidente Obama exitosa? La Casa Blanca dice que sí en base a una impresionante agenda de logros puntuales. Más allá de que su base nacional sea la recuperación económica (6% de desempleo y un crecimiento económico de 2.5%), la agregación de logros singulares daría la razón a Washington si es que cada uno de ellos no contara con un factor de degradación.


En efecto, el acuerdo de suspensión de la dimensión militar del programa nuclear iraní obtenido por el P5+1 ha sido un éxito. Pero ese acuerdo tiene un plazo que indica que la voluntad iraní no ha variado necesariamente. Y, en ese ámbito, los esfuerzos coercitivos y disuasivos de la hostilidad de Corea del Norte no muestran eficacia.


Por lo demás, la ampliación de las alianzas norteamericanas en Asia es real. Pero aliados tradicionales (Filipinas) cambian de posición, socios importantes (India) no pueden considerarse alineados y la capacidad de defensa norteamericana en el área está presupuestariamente cuestionada.


Y en Occidente aunque la “relación especial” con el Reino Unidos se mantiene, Estados Unidos no pudo impedir el Brexit mientras la integración europea pierde cohesión.


En América el “éxito” mayor (el establecimiento de relaciones con Cuba) ha sido favorecido por cambios positivos en Brasil y Argentina. Pero en Cuba no hay apertura real, en Venezuela la dictadura chavista sigue devorándose a su población y en Colombia la renegociación del acuerdo con las FARC apoyado por Estados Unidos no cuaja aún un reinicio.


Y aunque Estados Unidos ha potenciado su argamasa multilateral su indispensabilidad no sostiene su excepcionalismo.


Es claro que ninguna política exterior puede juzgarse con perspectiva de suma 0. Pero los claroscuros de la política norteamericana muestran una menor capacidad de realización.


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