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  • Alejandro Deustua

La OIT y el Señor Hollande

La elección de Francois Hollande ha colocado el término “crecimiento” en el más alto nivel de la agenda económica europea dominada hasta hoy por la disciplina del Pacto Fiscal. Pero el resultado de esa elección (y de la griega) no es algo que los organismos de la Unión Europea, por oportunidad antes que por convicción, no hayan procesado con anticipación. En efecto, la Comisión de la UE ha preparado un marco en el que la difícil convergencia de austeridad con crecimiento sea interactuante mientras que Alemania, presionada por el cambio del clima político en Europa, opta ahora por un convenio de crecimiento complementario del Pacto Fiscal.


Por lo demás, el crecimiento, cuando es débil, no siempre implica empleo (como ocurriría en Europa durante los próximos años si se evitan quiebras y otros desórdenes hoy a la vista). Y mucho menos cuando se tiene sólo el corte del gasto por todo estímulo. De esa “trampa de la austeridad” da cuenta la OIT en su informe de las perspectivas del empleo en el 2012 (1) en el ámbito estadístico (excesivamente generalizado en cifras y regiones) y también en el normativo (el enfoque de la OIT no sólo tiene un punto de vista crítico sino que propone alternativas extra-keynesianas para superar esa “trampa”).


La dimensión global del problema se resume en la identificación de un déficit de 50 millones de empleos en relación a la situación pre-crisis a los que se suman otros 80 millones de puestos que deberán crearse en el corto plazo para acomodar a la población que ingresa al mercado laboral. Esta situación impacta desigualmente a las economías nacionales pero con mayor incidencia en los países desarrollados. Entre la masa desempleada el sector juvenil es el más afectado (un incremento de 80% en los países desarrollados y de 2/3 en los países en desarrollo) y los empleos de largo plazo son los menos accesibles. En este marco, la creación de empleo se concentra en puestos temporales, de tiempo parcial y en la informalidad.


Tal fenomenología está estrechamente ligada al incremento de la pobreza (50% en los desarrollados y 1/3 en los países en desarrollo) y de la desigualdad (50% en los desarrollados y ¼ en los países en desarrollo) situación que se evidencia en el hecho de 57 de 106 países hayan incrementado su participación en un Índice de Inestabilidad (o Desencanto) Social. La OIT considera que estas tendencias de impacto diferenciado en países desarrollados, emergentes y en desarrollo, tienen un incremental carácter estructural (definido como uno que es más difícil de corregir) hacia el cuarto año de crisis (cuya cobertura, sin embargo, la OIT no limita geográficamente). De ese cuadro se exceptúa varios países, en general a América Latina y específicamente al Perú, Brasil, Chile y Paraguay (pero no a Venezuela ni Bolivia salvo en el caso de la inequidad en este último). La OIT considera que, más allá de las razones de la crisis y de las fallas fundamentales en su confrontación, dos son las causas principales de la grave problemática del empleo: su fuerte vínculo con la inversión (que es insuficiente y volátil) y el foco financiero de las políticas en desmedro de la concentración de las medidas en la economía real. Ello incrementa la incidencia de la “trampa de la austeridad” que debilita el mercado laboral (mediante su desinstitucionalziación y flexibilización) en un marco de volatilidad de la inversión y de desbalance bancario. Ello, a su vez, disminuye el crédito (especialmente a las pequeñas y medianas empresas) y aumenta los desincentivos a la inversión. Así, si en el 2010 la inversión cayó -19.8% del PBI global, en el 2011 fue de -3.1%, por debajo del promedio histórico sin mejores perspectivas para este año (las excepciones latinoamericanas y asiáticas son acá evidentes pero no suficientemente enfatizadas) en el marco de un fuerte incremento de la volatilidad (170%). Las precisiones al respecto cubren el largo período 1970-2010 que establecen que el promedio histórico de la relación inversión/PBI fue de 22.9% para el mundo, de 22.3% para los países desarrollados, de 33.8% para el Asia (37% para China ) y de 26% para el Medio Oriente y Norte de África. Sólo entonces aparece América Latina con 21.7% superando apenas al África Subsahariana (20.6%). Permitámonos aquí una digresión: hacia el 2010 la relación global de inversión/PBI fue de 19.8% y la de los países desarrollados de 17.9% bien por debajo de América Latina (21.2%). Tal relación, que, como es evidente, es bien diferente al volumen de inversión que sigue siendo superior en el mundo desarrollado, no deja, sin embargo, en buen pie a Latinoamérica: ésta aparece por debajo de Asia (que aumenta considerablemente su relación a 41.5% con China explotando al 47.8%) y hasta de África Subsahariana (que también incrementa a 23.7%). Si la correlación entre inversión entre inversión y empleo es fuerte, entonces la situación excepcional con que la OIT define a un buen número de países del área en generación de empleo se torna precaria cuando se la compara con otras regiones. Esto debe ser un llamado de atención a nuestros gobernantes. Fin de la digresión. El informe de la OIT no se focaliza en los problemas de empleo la región sino en los del empleo en general. Para corregir la precaria situación del trabajo la OIT plantea políticas focalizadas en la economía real antes que medidas subordinadas a los problemas financieros (es decir, a la deuda de la que no dice mucho). Al respecto sugiere políticas que mejoren la demanda interna (incremento de sueldos mínimos, fortalecimiento de la institucionalidad laboral), el saneamiento efectivo del sistema financiero (incremento la liquidez para facilitar del acceso al crédito), políticas tributarias ad hoc (premios la inversión y castigos a la falta de reinversión) y políticas fiscales razonablemente expansivas. El señor Hollande tiene acá un marco referencial de limitada racionalidad (bajo otra perspectiva y con otro énfasis, la CEPAL propuso infructuosamente algo parecido para América Latina en la “década perdida”) para sus políticas de crecimiento en Francia y Europa. Aunque el compromiso simultáneo del presidente electo con el objetivo del equilibrio hacia el 2017 (además de la difícil situación europea) le impedirán adoptarlo a cabalidad, ese recetario sui generis forma parte de un diagnóstico en el que la mera restricción fiscal ya no ocupa sola el centro del espacio político en Europa. El horizonte del crecimiento deberá ser al respecto algo más que un placebo en un marco de orden presupuestal.


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