Estados Unidos no es un hegemón (y menos un imperio) capaz de imponer orden donde quiera que pisen sus fuerzas armadas. Pero ciertamente sigue siendo una potencia indispensable para impedir que la anarquía interestatal, o la que proviene de la ausencia de Estado, impere en sitios estratégicos.
Bajo el mandato del Presidente Obama ese rol se ha probado aún más evidente a pesar de que ese Jefe de Estado dispusiera el retiro de tropas de Irak y de Afganistán (éstas se retirarán este año) sin que un orden sólido reemplazara el vacío de poder que dejaba la presencia de la única superpotencia.
En efecto, Estados Unidos no puede retirarse del Medio Oriente a pesar de que lo desee porque el daño remanente, transformado en la progresiva desestabilización del MENA, deviene en una amenaza no sólo para los Estados aún establecidos en el área (que no son muchos) sino para los propios Estados Unidos y ciertamente para Europa (región de países aliados a la que no mencionó el Presidente en su reciente discurso sobre la estrategia a emplear contra el ISIS).
Tan lejana de la voluntad política del Presidente Obama es la incapacidad de retiro norteamericano que el extraordinario costo que puede generar ese proceso ha sido recordado sólo a propósito del salvaje asesinato de dos ciudadanos de ese país por los terroristas del ISIS. En efecto, tal parece que éstos no sólo estaban ya asentados en la zona que ocupan sino que su ambición política, que desea constituir un extendido califato islámico a partir de territorios sustraídos a Irak y a Siria, era sido conocida hace algún tiempo por las entidades antiterroristas occidentales.
Esta exuberante y letal ambición expansionista que implica la construcción territorial previa de una entidad política por una agrupación terrorista derivada de Al Qaeda, es una anomalía histórica que no sólo constituye evidencia de que la organización que lideró Bin Laden no está aniquilada sino que puede recrearse atrozmente potenciada.
Por ello ha hecho bien el Presidente Obama en especificar la dimensión política del ISIS y del Estado Islámico (EI). En efecto, el EI no es un Estado porque carece de atribuciones de legalidad y legitimidad interna y externa (aunque tenga autoridad, control territorial y poblacional) ni es islámico (porque sus métodos lejos de procuras fines religiosos pertenecen a una ideología asesina).
Sin embargo, la definición de la amenaza que plantea el ISIS no parce bien planteada en el discurso de Presidente norteamericano. Ésta se ha remitido a señalar la afectación de Irak y Siria (Estados fallidos y en guerra civil) y señalado sólo un potencial peligro para Estados Unidos en el caso de que no se haga nada.
Esta afirmación va a contramano de la capacidad ofensiva del ISIS, de su fuerte financiamiento, de su capacidad de control territorial y de lucha en varios frentes y de su declarado propósito de probar su capacidad de destrucción en Occidente.
Ello también es producto de la capacidad de reclutamiento de esa entidad terrorista (que además de los 20 ó 30 mil combatientes hoy estimados por la CIA, ha captado a cientos de ciudadanos europeos –especialmente británicos- y norteamericanos). Esto último indica que existen bases de terrorismo islámico establecidas en esos países (escuelas, beneficencias, etc.) cuyos agentes desean hacer daño (al fin y al cabo, los decapitadores de los periodistas norteamericanos fueron, en apariencia, británicos) sin que la legislación occidental permita destruir sus instituciones.
Por lo demás, la estrategia referida por el presidente Obama parece minimalista frente a la magnitud del desafío. En primer lugar ésta implica sólo una campaña aérea de carácter sistemática que, sin embargo, sólo pudo referir de momento algo más de un centenar de ataques. El término sistemático no implica aquí volumen de fuerza (que, por tanto, puede ser pequeña) y recuerda la debilidad con que reaccionó Alemania en las guerras balcánicas de fines del siglo pasado.
Por lo demás, el Presidente no refirió por su nombre a ninguno de los aliados que acompañarán a Estados Unidos en esta campaña. De momento se sabe que no será la OTAN como alianza, ni todos sus miembros, los que participen en el empeño sino un núcleo duro (Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Polonia, Dinamarca) mientras que Turquía ha declinado su involucramiento en bombardeos contra Siria. Estos Estados debieran ser acompañados por fuerzas de países árabes como Jordania, Egipto, Arabia Saudita y otros del Golfo (algunos de los cuales, como Qatar han financiado fuertemente a los sunitas en Siria sin ejercer control sobre el flujo del dinero que bien pudo terminar en el ISIS).
En segundo lugar, 465 asesores norteamericanos adicionales para acciones de entrenamiento, inteligencia y manejo de armas por iraquíes y peshmergas kurdos no parece un esfuerzo muy impresionante y pone sobre estos últimos la responsabilidad del combate y su resultado.
Ello es preocupante porque las fuerzas iraquíes ya se han mostrado no sólo ineficientes sino contribuyentes a la creación del ISIS como consecuencia de la segregación de los sunitas bajo el gobierno del chiita Al Maliki, cuyo reemplazante no parece haber tenido experiencia de gobierno al punto que ha colocado a Al Maliki como su vicepresidente. Es verdad que son los iraquíes y los kurdos los que deben hacer la diferencia en el terreno, pero a la luz de los antecedentes, algo más de respaldo terrestre debiera serles proporcionado.
En tercer lugar, no parece verosímil que recién se pongan en alerta a los poderosísimos servicios de inteligencia antiterrorista occidentales –especialmente los norteamericanos- para cortar el flujo de financiamiento al ISIS, bloquear su expansión ideológica o impedir la captación de más agentes terroristas. Entendemos que sobre esta materia no puede haber más detalles y que no debiera ser necesario el anuncio público del estado de alerta de estas entidades. Pero el Presidente se ha referido a su empeño como si recién fuera a empezar.
Finalmente, es evidente que la ayuda humanitaria es un imprescindible complemento de estas campañas. Pero en el escenario en cuestión esa asistencia debe ser mayor (más aún en el caso del MENA cuyas fuerzas anárquicas están motivadas, en buena parte, por la insuficiencia de un mercado laboral). Allí se requiere de un Plan Marshall. Si Estados Unidos no puede proveerlo, será importante que este punto forme parte de los temas a discutir en el marco de la reunión del Consejo de Seguridad que el Presidente Obama procurará convocar a la brevedad.
De estos esfuerzos no pueden distanciarse los países antiterroristas de América Latina. Y menos cuando los antecedentes de presencia de fuerzas terroristas árabes en Venezuela (y en otros países del área) han sido detectadas y cuando la preocupación por escenarios de bajo control local, como la Triple Frontera entre Brasil, Argentina y Paraguay, ya ha sido motivo de preocupación al respecto.
Aun cuando esos países hayan negado que en esa zona se hubieran instalados bases del Hezbollah, entre otras agrupaciones, hoy es necesario volver sobre la materia así como resulta imprescindible incrementar la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico en Perú y Colombia (Bolivia es otra historia). Especialmente cuando sus agentes delictivos han mostrado extraordinarias capacidades de contacto externo.
En esta materia, desorganizar y destruir al ISIS, que es el objetivo norteamericano y el de sus aliados, debe ser también un objetivo regional.
Al respecto esperamos que Rusia, Irán y Siria no se opongan si no participan.
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