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  • Alejandro Deustua

La Alianza del Pacífico: El Mayor Activo Estratégico Emergente de América Latina

En medio de la opacidad de la 1ª reunión cumbre de la CELAC realizada en Santiago, destacó por mérito propio -y también por contraste- la 6ª cumbre de los estados integrantes de la Alianza del Pacífico.


Más allá de su superior dimensión geopolítica y económica evidente en el escenario físico de la Alianza y en sus fundamentos, sus miembros han evidenciado voluntad de realización al comprometer para fines de marzo la conclusión de un acuerdo de liberalización arancelaria entre las partes, terminar en el primer semestre de este año la negociación de los diversos regímenes que profundizarán su integración (desde normas de origen hasta condiciones para liberalización de servicios pasando por avances en propiedad intelectual y mejoras regulatorias) y progresar en la implementación de un fondo común de cooperación.


Aunque aún no se sabe si la liberalización arancelaria tendrá el formato de un nuevo acuerdo de libre comercio o el de una consolidación plurilateral de los convenios bilaterales ya suscritos entre las partes, éste es un asunto menor frente a la sólida evolución de la Alianza hacia un eventual mercado común.


Frente a la quiebra de la CAN (que, en algún momento debe recuperarse) y los incumplimientos del MERCOSUR (que han complicado su funcionalidad), el progreso regimental de la Alianza del Pacífico la coloca como el espacio de integración más prometedor del área y quizás también como el de mayor credibilidad de la región.


Esta percepción se consolida por la realidad económica de los países que la integran (que son los más sólidos del área) y por la adecuada aplicación de principios convergentes. Esta realidad constituye una ventaja estratégica sustantiva frente a los demás acuerdos subregionales del área.


En efecto, a diferencia de la debilidad andina manifiesta en el incumplimiento de los compromisos de su zona de libre comercio y de la cláusula democrática que debería articularla, así como de las ambigüedades mostradas al respecto por la ampliación del MERCOSUR, la Alianza subraya la importancia que tiene acompañar la adhesión a principios liberales (un requerimiento imprescindible para formar parte de ella) con su efectivo cumplimiento. La cohesión derivada de esa realidad, que fundamenta el orden interno de sus miembros, facilita enormemente la convergencia de las políticas y procesos que persigue.


A esta fortaleza se suman las complementariedades propias de la gran red de acuerdos comerciales suscritos por Perú, Chile, Colombia y México con terceros. Entre ellos destacan los formalizados por cada uno de ellos con países latinoamericanos, Estados Unidos y la Unión Europea. Estos marcan una diferencia tanto por el tamaño del mercado involucrado (el comercio intrarregional tiene importancia sustantiva en el área, Estados Unidos es un socio principal de la misma y la Unión Europea lo sigue siendo a pesar de haber sido superada por China) como porque éstos cumplen la función de arraigar a la Alianza en su propia región y en Occidente antes de proyectarse al Oriente.


Este anclaje asegura, en medida razonable, que la proyección de la Alianza hacia la cuenca del Pacífico (y, por tanto, la interacción estrecha con el núcleo asiático de un nuevo centro de poder mundial) se realice sin arriesgar la identidad de sus miembros. Es más, en tanto la Alianza se define como abierta a otros miembros (sujeta a convergencias elementales) y a la participación de terceros en los beneficios de esa proyección (el status de Observador tiene ese carácter práctico -o debiera tenerlo-), ésta asume que su proyección tendrá efectos multiplicadores positivos en los socios que no son miembros de ella. Tal apertura se traduce en la percepción de la Alianza como una “plataforma” en el Pacífico y debería atenuar las suspicacias que otras potencias regionales puedan tener sobre ella.


En este marco se enriquece la condición geopolítica de la Alianza al otorgar a Suramérica una dimensión marítima que complementa vitalmente su dimensión continental (Norteamérica, a la que pertenece México, ya la tiene). Tal condición agrega extraordinario valor estratégico a la región, lo que implica un fuerte incremento de sus capacidades. Éste se expresa en dos dimensiones: la potenciación marítima de Suramérica (área hasta ahora sólo conocida por su importancia la formación de la doctrina de las 200 millas y por su dimensión pesquera) en una cuenca de gravitación mundial y por la articulación oceánica de Suramérica con Norte y Centroamérica.


Esta última se puede poner en valor a través de la cooperación con el Arco de Pacífico que, como foro de diálogo político, es articulado por los miembros de la Alianza del Pacífico, Ecuador y los países centroamericanos (Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala) que también se proyectan a la Cuenca. Estos últimos países – a los que se suma Belice que no forma parte del Arco- forman parte del Sistema de Integración Centroamericana (SICA) conformando un escenario con suficiente masa crítica para interactuar con la Alianza y ampliar su radio de acción sin complicar su capacidad operativa.


En el marco de esa configuración marítima, la Alianza y el Arco no pueden obviar la relación con Estados Unidos. Al margen de cualquier consideración política, el hecho es que cada uno de los integrantes de la Alianza (y los del Arco en su conjunto) han suscrito un acuerdo de libre comercio con la primera potencia. La cohesión interamericana que esta realidad genera tiende a compensar la marginalidad estadounidense en entidades como la CELAC generando, en su lugar, sinergias económicas que agregan valor estratégico a la Alianza.


Especialmente si Estados Unidos, como parte de su política de “pivote” asiático, ha decidido incorporarse a la negociación del Acuerdo de Asociación Trans-Pacífico. Este acuerdo podría concluirse en octubre de este año. La negociación del mismo incluye a los miembros de la Alianza (salvo Colombia que, sin embargo, podría incorporarse aunque su ausencia de la APEC complica la aspiración), a Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Malasia, Singapur, Brunei y Viet Nam (Japón, China han expresado un interés aún irresuelto).


Este acuerdo constituirá el tratado de libre comercio más importante en el ámbito de la APEC. La importancia del mismo deriva tanto de su dimensión cuantitativa (el acuerdo integrará a economías de América, Asia y Oceanía constituyendo la mayor área de libre comercio en la Cuenca) como cualitativa (frente al estancamiento de la ronda Doha y el fracaso de los países desarrollados de lograr en 2010 un acuerdo de libre comercio conforme al “primer objetivo Bogor”, el acuerdo transpacífico se convertirá en el gran dinamizador de la integración comercial y de servicios en la APEC ampliando el segundo “objetivo Bogor” (lograr el libre comercio entre los países en desarrollo de la APEC) además de impulsar de las negociaciones comerciales multilaterales que la OMC no logra destrabar (o de compensar su fracaso).


Al mejorar su posición en esas negociaciones la Alianza no debe perder especificidad americana. Especialmente cuando la negociación plantea revisar o ir más allá de los acordado con Estados Unidos en el tratado de libre comercio suscrito con el Perú. Esta capacidad se refuerza con la Alianza.


Tal capacidad se refleja en el hecho de que la Alianza constituya la 9ª economía del mundo (si se agregan los respectivos PBI, según el BBVA) y supera al MERCOSUR en valor de comercio transado y recepción de inversión extranjera directa. Y también supera al Bovespa (Brasil) en número de empresas que participan en las bolsas que constituyen el Mercado Integrado Latinoamericano –o MILA- según el BID.


Esta capacidad es un instrumento que debe utilizarse sin sobre-extensiones especialmente si se considera que la cohesión de la Alianza es sólo una función de los intereses nacionales de quienes la componen (ésta no es ni aspira a ser una entidad transnacional). Y también si se toma en cuenta que buena parte de ese potencial está aún por evaluarse a la luz de lo que podría definirse como el “efecto mexicano”: el PBI mexicano, inferior en la región sólo al brasileño, es 5 veces superior al colombiano y chileno y 8 veces superior al peruano (CEPAL). Y si su participación en el comercio con el Asia más que duplica a la participación chilena y quintuplica la participación peruana y colombiana (BID) el desequilibrio en la Alianza es francamente manifiesto.


Ese desbalance, que pesará sustantivamente en la distribución de beneficios, se incrementa aún más porque las exportaciones mexicanas de bienes tienen un valor agregado muy superior a las principales exportaciones peruanas y chilenas (cobre).


Si estos desbalances pueden manejarse en las negociaciones con terceros y no es enturbiada demasiado por el nuevo balance de poder que emerge en el Noreste de Asia, la Alianza habrá prevenido conflictos y ganado aún más valor estratégico en el conjunto latinoamericano y del Pacífico.


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