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Alejandro Deustua

Irán: Una Oportunidad Multilateral o un Nuevo Umbral de Inseguridad

10 de marzo de 2006



El Consejo de Seguridad de la ONU tiene ante sí, en estos días, el desafío de contribuir a resolver uno de los más complejos problemas de preservación de la paz y estabilidad globales (la gradual adquisición de capacidad nuclear militar por Irán) y la oportunidad de recuperar para el multilateralismo la relevancia que, para muchos, el Consejo perdió en el tratamiento del caso iraquí. La decisión de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) de remitir finalmente al Consejo de Seguridad los reportes que dan cuenta del incumplimiento iraní de las salvaguardias previstas en el Tratado de No Proliferación (TNP), de las dudas de la OIEA en torno al destino del programa nuclear iraní y de la incertidumbre sobre las intenciones de los gobernantes de ese Estado en relación al desarrollo del arma nuclear, reclama del Consejo una decisión cauta pero eficaz en la materia.


Como se sabe, la OIEA ya había tomado la decisión que ahora se ejecuta a principios de febrero. El mes transcurrido debió haber servido para que Irán aclarase su posición, respondiera con transparencia a las inquietudes de la Organización y restaurara la confianza que la comunidad internacional no tiene sobre el desarrollo nuclear iraní. Éstos preocupaciones surgieron luego de que los gobernantes iraníes ocultaran sistemáticamente información mientras la OIEA inspeccionaba las instalaciones correspondientes, después de que aquéllos no ofrecieran explicaciones suficientes sobre documentación que indica que ese programa de supuesto uso pacífico puede devenir en uno de uso militar y con posterioridad a que el nuevo gobierno no cumpliera con la exigencia de que, mientras tanto, suspendiera toda actividad en la materia.


En lugar de cumplir con las demandas de la OIEA, Irán continuó con las actividades que pueden conducir al enriquecimiento y reprocesamiento de uranio útil para armas nucleares, no retomó las negociaciones con los tres países de la Unión Europea que buscaban una solución (Reino Unido, Francia y Alemania) y desatendió la oferta rusa de procesar el material requerido para el uso pacífico de energía nuclear fuera de Irán (en lugar de ello instigó la mantención, bajo su control, de una parte de ese proceso a lo que Rusia accedió inicialmente pero luego renunció cuando la oferta fue rechazada por los miembros de la OIEA).


A mayor abundamiento, en lugar de negociar las autoridades iraníes desencadenaron una guerra psicológica contra todos los que reclaman garantías de seguridad en torno a su programa. Y señalando a los países occidentales, Israel y Estados Unidos aseguró que estaba en capacidad de inflingir “daño y dolor” a quienes tomaran acción en contra suyo. En tanto la amenaza es indiscriminada y tiene connotación terrorista sus objetivos pueden abarcar desde los consumidores de petróleo hasta a la seguridad física de los miembros del Consejo. La amenaza iraní es inaceptable. De otro lado, su abierto apoyo a organizaciones terroristas (desde el Hezbollah en Líbano y el Hamas en Palestina hasta la “insurgencia” chiita) y la reiteración de las amenazas a Israel (que, a juicio de su jefe de gobierno, debe desaparecer del Medio Oriente) ha impulsado a Estados Unidos a considerar a Irán no sólo como “el banquero del terrorismo” sino como el principal desafío planteado por un Estado singular en la actualidad. A la luz de la pérdida de credibilidad de la inteligencia norteamericana en la justificación final de la guerra de Irak, del rol actual de esa potencia en el Medio Oriente y de su reciente decisión de promover la democracia en Irán en un esfuerzo de largo plazo (lo que muchos traducen como la disposición a adoptar tácticas de “cambio de régimen”) se puede tener dudas sobre las intenciones norteamericanas. Especialmente cuando Estados Unidos acaba de avalar el uso militar de la energía nuclear por India, un país que no pertenece al TNP (aunque algunos puedan sostener que se ha procedido en ese sentido teniendo en cuenta la confiabilidad hindú y para cortar el vínculo colateral entre India e Irán a propósito del acuerdo de aprovisionamiento de petróleo iraní a través de un oleoducto que llegaría eventualmente a los centros de consumo de la potencia asiática). Pero sobre lo que no hay duda posible es sobre la incertidumbre patente que despierta, en todos lo miembros permanentes del Consejo de Seguridad y en los que decidieron la resolución de la OIEA (27 a favor, 5 abstenciones y sólo 3 en contra entre los que cuentan Cuba y Venezuela), la naturaleza del programa nuclear iraní y la intención de su uso futuro.


En consecuencia, el Consejo deberá proceder a considerar el caso sea insistiendo en la solución pacífica de la controversia (el capítulo VI) sea promoviendo sanciones concretas para que Irán desista del uso bélico de su programa y se someta a la vigilancia de la OIEA (el capítulo VII). Tomando en consideración la situación de alta volatilidad del Medio Oriente y la indisposición de las principales potencias de comprometerse con mayores acciones coercitivas que pudiesen incrementar la conflictividad en el área, el Consejo se ha inclinado por una aproximación gradual.


Esta aproximación, compartida por la OIEA, privilegia la solución política. Ésta consideraría primero una declaración que exhortaría a Irán a dar seguridades públicas de que su programa es de naturaleza exclusivamente pacífica y de que, por tanto, no se orientará a usos militares. La OIEA se encargaría de la verificación correspondiente en el entendido de que Irán, de acuerdo con el TNP, tiene derecho franco a disponer de energía nuclear que no sea de uso bélico. El rol de la OIEA quedaría fortalecido, la declaración mercería aprobación unánime y, de cumplirse, la confianza en el programa iraní retornaría. De no lograrse este cometido a través de la negociación política, luego se procedería bajo el capítulo VII. Esta es una alternativa sensata que el Perú, como miembro no permanente del Consejo de Seguridad, debe apoyar en tanto sus resultados resolverían el problema de corto plazo. Y hasta podría orientarse en el camino de Libia (un Estado musulmán radical que decidió, mediante la negociación diplomática, postergar sus requerimientos nucleares de uso militar a cambio de otro tipo de compensaciones). Pero, a la luz de la situación actual Medio Oriente y del avance de la proliferación nuclear –la legal y la ilegal- difícilmente será una solución de largo plazo. En consecuencia, la OIEA y el Consejo deben persistir en ese empeño hasta dar con alguna solución real y específica para Irán (lo que implica mayor involucramiento –y no menor como algunos solicitan- en el conjunto del problema del Medio Oriente) y otra para el problema mayor de la proliferación nuclear que acredite las ventajas del multilateralismo y de la seguridad colectiva en el trato de nuevas y complejas amenazas que plantea el nuevo escenario internacional. Especialmente cuando, en materia nuclear, estamos cruzando un nuevo umbral de inseguridad.

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