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  • Alejandro Deustua

Francia Frente al Terrorismo

Francia está en guerra. Así lo ha expresado el Presidente Hollande ante la Asamblea Nacional y el Senado franceses reunidos en sesión parlamentaria. Y así lo ha reiterado ese Jefe de Estado en otras reuniones solemnes. Su objetivo es erradicar el terrorismo (del Daesh) mediante la destrucción de esa entidad nefasta.


Frente a la barbarie desatada sobre París esta declaración ha congregado la inmediata solidaridad europea y la de los socios occidentales que consideran que el terrorismo es una amenaza global y que el Daesh es hoy su manifestación político-militar más peligrosa. Es más, cualquier vacilación que ponga en duda la resolución occidental de proceder en consecuencia sería una señal de extrema debilidad y una concesión estratégica a la perversa organización que se asienta en Siria e Irak.


Para evitar ese riesgo y responder a la agresión extrema Francia ha escalado el ataque aéreo sobre establecimientos de comando y control del Daesh, está desplazando el portaviones Charles De Gaulle hacia aguas cercanas a la costa siria, ha concertado el apoyo militar activo de Estados Unidos y Rusia (cuyas modalidades se formalizarán en reuniones bilaterales del Presidente Hollande con sus colegas norteamericano y ruso) y ha invocado la cláusula de seguridad del Tratado de Lisboa (el artículo 42.7 que establece que en caso de agresión armada a un Estado miembro de la Unión Europea los demás socios están la obligación de prestarle asistencia para actuar de acuerdo al artículo 51 de la carta de la ONU sobre legítima defensa).


Los Estados Unidos y Rusia han comprometido su disposición material de apoyar a Francia y de coordinar su acción en Siria. Y los ministros de Defensa europeos han expresado su voluntad de operar con Francia bajo los términos de la mencionada cláusula de seguridad.


La acción esperable debería ser, por tanto, rápida y decisiva.


Sin embargo, a diferencia de la eficacia mostrada por las fuerzas que resguardan el orden interno en Francia, no parece ése ser el caso aún de la acción militar en Siria. Y no sólo porque el compromiso aéreo francés no sea aún decisivo (las operaciones se incrementarán luego con el concurso del portaviones francés) sino porque éste se inscribe en el marco de las operaciones más pausadas de Estados Unidos (que no desea cambiar radicalmente de curso) y por un compromiso ruso que debe aún reorientar bien su objetivo contra el Daesh (en lugar de atacar a la oposición a Asad).


Por lo demás, la invocación de la cláusula de seguridad europea hace sitio a consultas, quizás bilaterales, con los miembros de la UE en las que cada Estado definirá, de acuerdo a su política de seguridad y defensa, el tipo de apoyo que prestará la acción de militar francesa. Esa consulta reclamará un tiempo y puede ser farragosa.


De otro lado, Francia no ha invocado expresamente el artículo 222 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea que se refiere a la solidaridad europea en aplicación de la cláusula de seguridad para los específicos casos de desastres naturales y de ataques terroristas. Algunos (The Guardian) sostienen que éste artículo es más expeditivo que el 47.2 del Tratado de Lisboa y que haber elegido este último implicaría una opción francesa por una decisión colectiva europea más consensual y sopesada de acuerdo las posibilidades de sus socios.


El gobierno francés, sin embargo, puede haber pensado que la opción por el artículo 222 no era necesaria en tanto el Tratado de Funcionamiento de la UE sólo implementa de una obligación superior como es la contenida en el Tratado de Lisboa. Ello no obstante, tratándose de acciones que involucran el escenario de la defensa, el Consejo Europeo debe pronunciarse e informar al Parlamento Europeo. Ese proceso no parece ser extraordinariamente expeditivo.


Al respecto debe recordarse también que el Presidente Hollande no ha invocado la cláusula de seguridad que establece el artículo 5 de la OTAN. Éste hubiera comprometido, para el caso, el concurso norteamericano bajo términos quizás distintos a los que hoy orientan la acción norteamericana en Siria.


Sobre la materia el Presidente francés puede haber recordado que, en el caso del ataque de Al Qaeda contra Estados Unidos en el 2001, la OTAN terminó de decidir su acción en el 2003 después de que Estados Unidos y el Reino Unido (junto con otros socios) se empeñaran en combate (en esa ocasión el respaldo hemisférico a través del TIAR fue, si no material, sí jurídicamente más expeditivo). Nadie puede dudar de la lealtad de los miembros de la alianza atlántica entre sí, pero ciertamente el proceso de toma de decisiones de esa entidad fue, por inercia o decisión, extremadamente lento (y, al serlo, favoreció la libre acción norteamericana iniciada en el 2001).


Esta discusión, que probablemente hoy ocurre en Francia y en la Unión Europea, quizás no reste contundencia a la aún limitada respuesta francesa. Pero es posible que sí la retrase orientándola hacia el mediano plazo. En cualquier caso, este plazo no podría ser superior al año y medio que norteamericanos y rusos han fijado para la realización de elecciones en Siria luego de lograrse un alto al fuego (un escenario que complica la dimensión de la respuesta francesa pero que, paradójicamente, sí favorece su inmediatez).


De otro lado, para erradicar al Daesh Francia y los aliados que intervienen en Siria deben resolver el dilema que plantea la necesidad de empleo de fuerzas de tierra. Si bien el empeño de fuerzas terrestres parece imprescindible para lograr el objetivo (el ataque aéreo contribuye pero no garantiza el resultado de una derrota del Daesh), esta requerimiento no parece aún una materia fácil de resolver.


En efecto, ni Estados Unidos (el Presidente Obama se muestra renuente a tomar decisiones que se parezcan a las que criticó durante la campaña iraquí) ni la Unión Europea (donde grandes potencias como Alemania se han negado anteriormente a desplegar fuerza militar en el terreno en la resolución de conflictos anteriores como el de los Balcanes) están aún dispuestos a emplear decisivamente fuerzas de tierra en Siria.


Por lo demás, el consenso europeo y francés sobre la estrategia militar a seguir parece menos cohesivo que la forma cómo se expresó a Francia la solidaridad requerida. Por lo pronto, existe una consistente crítica a la posición oficial de declarar la guerra al terrorismo y al Daesh en tanto el terrorismo es una amenaza de alcance global. Esta posición, alegada por el ex -Canciller Dominique De Villepin (quien se opuso en el Consejo de Seguridad de la ONU a la acción norteamericana en Irak en tanto ésta no contaba, según él, con un mandato expreso del Consejo). El señor De Villepin sostiene que no parece sensato declarar la guerra a una amenaza cuyos agentes, además, mutan, no operan bajo las leyes de la guerra y su despliegue implica una pluralidad de escenarios no completamente predecibles.


Por lo demás, ¿cómo declarar la guerra a una entidad terrorista (que, por definición, no es un Estado) y evitar los riesgos de operar en un escenario en el que un Estado fallido interactúa con fuerzas irregulares en ciudades que no ofrecen otra alternativa que la destrucción total o el combate casa por casa?.


El Presidente Hollande ha adelantado parte de la respuesta: el Daesh controla territorio, domina una población, ejerce autoridad interna (aunque ilegítima) y agrede internacionalmente. El Presidente francés no lo ha dicho, pero éstos son (aunque, en este caso, de manera perversa) factores tradicionales que contribuyen a la organización de un Estado (o, en este caso, de una entidad para-estatal que es antagonista del sistema internacional y que desea desarrollarse atacando a ese sistema).


En tanto la respuesta que se dé a esta situación no es académica sino estratégica y ésta se enfrenta a la novedad amorfa que caracteriza a los agentes no convencionales que se involucran en guerras no convencionales, la estrategia francesa quizás no podrá ser bien perfilada de inmediato.


Ello, sin embargo, no implica la ausencia de respuesta. Francia debe responder y, teniendo en cuenta la naturaleza del ataque de que ha sido víctima, debe contar de inmediato con todos los medios disponibles al respecto.


Por lo demás, es deber de la comunidad internacional no sólo asistirla en este empeño sino comprometerse más decididamente en la lucha contra el terrorismo según las circunstancias y capacidades de cada Estado. Al respecto debe tenerse claro el objetivo: si bien el terrorismo global y el que sistemáticamente emana del Medio Oriente no va a ser derrotado ahora, el Daesh sí puede y debe ser “erradicado”.


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