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  • Alejandro Deustua

FIFA: Un Ejemplo de Corrupción Corporativa y Global

El fútbol es un gran y bello deporte. Pero también es un fenómeno político de fuerte influencia global en cuyo nombre se han expresado desde la identidad nacional de no pocos estados hasta las políticas exteriores de ciertas potencias.


Esa realidad ha llegado al punto de desatar conflictos militares (El Salvador- Honduras en 1969, p.e.) pasando por la exhibición de pugnas tribales (las sangrientas competencias entre en los ex –miembros de Yugoslavia), el desastre en los estadios en partidos internacionales (Perú-Argentina en Lima, Juventus-Liverpool en Heysel) o el gran escándalo en la elección de sedes mundialistas (Qatar).


Por lo demás, mientras que el nacionalismo que se expresa en las canchas es atendido, en general, por las caballerías policiales, los partidos amistosos generan interacciones fluidas entre las sociedades y producen transacciones (generalmente de servicios –derechos de transmisión de partidos- pero también de bienes –la parafernalia representativa de clubes y selecciones-) que mueve millones de dólares.


Bajo estas circunstancias, la entidad a cargo de la regulación de este gran espectáculo debería ejercer su función de la manera más eficaz, transparente y honesta posible. Especialmente si cuenta con más afiliados -209 asociaciones- que la ONU (193 estados miembros). Pero la sospecha de corrupción generalizada en ese organismo es antigua y corre pareja a la de las entidades regionales y nacionales agremiadas en torno a ella.


Por lo demás, el sentido de responsabilidad de la FIFA podría ser sensatamente mayor si esa entidad pretende una especie de invulnerabilidad jurídica a pesar de que su pretendida calidad de organismo internacional o de asociación privada puede ser cuestionada (en el peor de los casos, la FIFA debiera regirse por las leyes suizas cuyo Registro Comercial da cuenta de su personería jurídica).


Al respecto, si bien, dependencias del Departamento de Justicia de Estados Unidos no parecieran especialmente competentes para supervigilarla, sí pueden eventualmente investigarla. Ello ocurre si ciudadanos, asociaciones o entidades extranjeras vinculadas con Estados Unidos vulneran el marco del Travel Act norteamericano que prohíbe a estos sujetos realizar transacciones en viajes o emplear cualquier servicio de esa potencia que pueda ser calificado como actividad ilícito (las leyes contra el soborno no se aplican al caso porque ésta sólo se refiere a agentes gubernamentales) (The Economist).


Esto es lo que acaba de ocurrir con una investigación que concluyó con la imputación a catorce altas autoridades de la FIFA. Entre ellas que sobresalen las que gobiernan la CONCAF (la confederación caribeña, centro y norteamericana) con más de cuarenta cargos. Además se ha comprometido a importantes de entidades de bancarias que, de manera deliberada o sin mayor conocimiento, participaron en operaciones vinculadas al crimen organizado, al fraude electrónico o al lavado de dinero, entre otros delitos a lo largo de casi un cuarto de siglo, nada menos.


Teniendo en cuenta que las autoridades norteamericanas y suizas procedieron a la captura de estas autoridades (luego de que una de ellas actuara como informante para negociar una pena menor) en vísperas de las elecciones de la presidencia de la FIFA, los comicios de esa entidad debieron postergarse y el Señor Blatter (un responsable principal y potencial investigado), debió renunciar.


La UEFA (la asociación europea) no optó por lo primero sino por votar por el candidato de menores posibilidades, el príncipe jordano Alí. A pesar de ello Blatter ganó vergonzosamente por 133 votos contra 43 con el apoyo de la Confederación Suramericana (CONMEBOL) y otras más del tercer mundo.


Además de confirmar los corruptos códigos con que se gestionan estas confederaciones, el triunfo de Blatter asegura más conflicto en el organismo que rige el destino del deporte más popular del mundo. Éste se librará entre la fuerza más poderosa (la europea) y las alianzas que, en el más puro estilo mafioso, puedan gestionar el resto (incluyendo rencillas geopolíticas ahora que Rusia ha apoyado a Blatter y cuestionado la investigación norteamericana sin percatarse de que las autoridades suizas están también tras ellas).


Ciertamente el fútbol no se merece este destino. Como tampoco las ya muy complejas y vulnerables relaciones internacionales que añadirán un nada benigno campo de batalla a la proyección de intereses nacionales de estados y de particulares.


Todos sabemos que por debajo del gran espectáculo del fútbol corren aguas sucias en todas partes. Muchos, inclusive los que investigan en serio, han preferido guardar prudente silencio hasta tener munición suficiente para destronar a la mafia mayor. Hasta que llegó la gran operación de Zürich. Y, sin embargo, Blatter ha sido reelecto en votación abierta. Estamos avisados.


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