16 de enero de 2006
Si alguien duda de que el poder del voto es inmensamente superior al que proviene del fusil, allí está la elección de Evo Morales a la presidencia de Bolivia para probarlo: una aplastante mayoría de 54%, inédita en ese vecino, ha convertido a un candidato antisistémico en el encargado de representar al atribulado e inestable Estado boliviano y le ha procurado, si no aceptación, sí bien intencionada interlocución con líderes políticos de tres continentes de las más diferentes tendencias y características.
Pero si el poder legítimamente obtenido otorga tales credenciales a un Jefe de Estado, éste no transforma automáticamente el pasado político del arisco candidato. En efecto ahora resta ver si el señor Morales ejercerá la presidencia de su país para imponer una agenda cocalera acorde con su origen político o con la responsabilidad de un gobernante. Y también aclarar si el nuevo Jefe de Estado está dispuesto, en efecto, a producir una revolución pacífica o violenta que podría tener la referencia potencial de la del MNR de 1952 o la propia de un Estado guiado por los requerimientos de la modernidad; a alterar el oden regional activando la alianza ya establecida con Cuba y Venezuela; o a reorganizar Bolivia con los propósitos alternativos de viabilizar su futuro o de terminar de subvertirla siguiendo la experiencia de movilización callejera y presión extrema sobre la ciudadanía y el Estado ejercida hasta hace pocos meses.
En el plano interno, la mayoría obtenida por el señor Morales ha reclamado el respeto de todos los bolivianos incluidos sus rivales más acérrimos. Así el candidato de la derecha, pero también de la modernidad, el señor Jorge Quiroga ha reconocido el triunfo del adversario sin medias tintas y sin haber obtenido otra cosa que dos o tres prefecturas departamentales y una representación senatorial que contribuye a que el MAS del señor Morales no obtenga mayoría en la Cámara de Senadores (que el oficialismo sí adquiere, en cambio, en diputados). Lo mismo ocurre con los representantes del departamento de Santa Cruz –el más activo representante de la autonomía oriental- y de los principales gremios empresariales. Los primeros han alabado la disposición del señor Morales a reconocerles el liderazgo por el derecho a una mayor autogestión (hecho que será plasmado políticamente junto con la convocatoria a una Asamblea Constituyente). Y los segundos esperan que se respeten las promesas de mantener las reglas y la estabilidad jurídica requerida por el mercado.
La opinión pública, expresada por los medios de comunicación, también reconce en su mayoría el nuevo estado de cosas y, en consecuencia, está desempeñando un rol estabilizador por lo menos hasta la toma de posesión del señor Morales el 22 de enero. Luego de esa fecha, sin embargo, las cosas pueden empezar a cambiar cuando los integrantes radicales del MAS y de los movimientos regionales (p.e., la Frejuve de El Alto) desacomoden el manto de tranquilidad actual, las fricciones propias de la convocatoria al proceso de redefinición del Estado (la Asamblea Constituyente) reaparezcan y las complicaciones con las empresas petroleras que deben readecuar sus contratos a las nuevas disposiciones que establecen la renacionalización de los recursos en boca de pozo (entre otras alteraciones sustantivas) eventualmente ocurran.
En el plano externo, el señor Morales ha creado un clima favorable a su presentación internacional (el número de delegaciones extranjeras que acudirá a la toma de posesión será, probablemente, una de las más numerosas en la historia boliviana). Ello le permitirá tanto una extraordinaria oportunidad de relaciones públicas (cuya dimensión ecuménica, sin embargo, no logró el objetivo de emparentar la experiencia de la marginación boliviana con el appartheid surafricano que el señor Morales buscó en Suráfrica) como una oportunidad real de mejorar su inserción externa (p.e. con Chile si un representante de alto nivel de ese Estado acude a la ceremonia).
Sin embargo, no todo será confraternidad y cooperación para la política exterior boliviana si se tiene en cuenta la orientación marcada por el propio señor Morales: la prioridad de la relación con Cuba y con Venezuela, la postergada prelación de la relación con los vecinos y la redefinición de un problema de seguridad, como es la relación entre coca y narcotráfico, que añadirá complicación a la relación con Estados Unidos.
En efecto, el señor Morales, empelando medios y protección cubana, ha buscado el contacto privilegiado con Cuba y Venezuela cuyos presidentes mantienen relaciones crecientemente tortuosas con varios países de la región (especialmente el señor Chávez) y ciertamente no son socios preferidos de los Estados Unidos (digamos, el caso del señor Castro). Si la alianza forjada entre ellos se materializa los problemas en el corazón de Suramérica se agudizarán cuando el impacto escénico de la informalidad del señor Morales en la comunidad internacional se haya diluido. En lo que toca a Chile, la reactivación de la política de “gas por mar” ofrece a la relación bilateral boliviano-chilena una nueva oportunidad que deberá ser discutida con el Perú. Si ésta es manejada con criterio de Estado (es decir, al margen de la dimensión “étnica” con que que el señor Morales desea revestir su dimensión externa), las posibilidades de una nueva relación trilateral en el Pacífico sur suramericano se incrementarán siempre que los intereses de todas las partes sean adecuadamente respetados. Si no lo son, la dimensión geopolítica de la zona se complicará aún más que la situación ex ante. Y en lo que hace a la relación con Estados Unidos, ésta no será afable sino resultado de la dimensión de coincidencia de intereses hasta ahora contrapuestos. Si la propuesta de despenalización de la coca, de su mayor uso industrial y de combatir el narcotráfico de manera simultánea no abarca la erradicación y obstaculiza la interdiccón, la relación con la primera potencia será llevada a niveles de tensión no vistos en años recientes en la región. Más si ésta se comporta al margen del “respeto” reclamado pro el señor Morales. La política norteamericana de esperar y ver el comportamiento un gobernate legítimamente electo será puesto a prueba.
Como todos en Suramérica deseamos lo mejor para Bolivia, esperamos que el señor Morales sepa entender cuáles son las limitaciones a su poder en el entendido obvio de que el 54% no es el 100% y que la buena voluntad externa no está referida a su su persona sino a Bolivia.
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