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  • Alejandro Deustua

El Riesgo de Conflicto Armado Entre Estados Unidos, La OTAN y Rusia es Real

14 de enero de 2022


En medio de una gran incertidumbre mundial, especialmente en Occidente y Eurasia, la crisis de seguridad en Ucrania, generada por la presencia hostil de más de 100 mil tropas rusas en la frontera con ese país, ha escalado el peligro de guerra.


Si el conflicto armado estallase su repercusión sería global. Y no sólo por la participación en él de Estados Unidos, la OTAN y Rusia. En efecto, la probabilidad de que los intereses de estos actores interactuaran conflictivamente con los de potencias ajenas al escenario europeo y euroasiático haría del esfuerzo de contención y restricción del conflicto un ejercicio de muy compleja realización. Especialmente si el tipo de conflicto que se puede desarrollar podría ser híbrido (un tipo de confrontación que Estados Unidos estaría dispuesto a organizar y que Estados más pequeños pueden desarrollar).


Por lo demás, si la intensidad del conflicto superarse hoy los niveles de las guerras balcánicas de finales del siglo pasado, la referencia de crisis puede ser la de Berlín (1961) o la de los misiles en Cuba (1962) sólo que hoy con mucho mayor fricción, concentración y variedad de fuerzas.


El riesgo es de tal magnitud que los representantes norteamericanos, rusos y de la OTAN en las conversaciones que acaban de concluir sin resultados en Ginebra, Bruselas y Viena prefieren no pronunciar la palabra guerra. Sin embargo, el riesgo de un conflicto armado en Europa es “real” según el Secretario General de la Alianza Atlántica mientras los delegados rusos califican como “muy peligrosa” la situación actual.


Éste es el momento para que los Estados que no intervinieron directamente en las mencionadas conversaciones lo hagan presentando requerimientos urgentes de desescalamiento en la zona, de identificación de intereses realizables entre las partes y de generación de medidas de confianza entre ellas. Y también para que que la Asamblea General, el Consejo de Seguridad (si fuera posible) y el Secretario General de la ONU expresen, sin retórica inútil, su mayor preocupación al respecto.


Pero ello no puede ocurrir sacrificando intereses y principios básicos de las partes que se confrontan (y menos los de Occidente). Estados Unidos y la OTAN sostienen que el desescalamiento que ellos buscan implica el retiro de las tropas rusas que amenazan con invadir Ucrania y que el foco de atención consecuente debe mantenerse en eliminar ese peligro concreto.


Ello implica, además, la defensa de la política de “puertas abiertas” de la OTAN (la incorporación a esa alianza de Estados que soberanamente lo soliciten), el compromiso material con aliados de Europa del Este y el no reconocimiento de zonas de influencia en el área (implicando su compromiso con Ucrania y Georgia). Los principios de soberanía y de integridad territorial de los Estados deben ser sostenidos.


En el marco de estas “líneas rojas” Estados Unidos podría, además, negociar con Rusia asuntos de control de armamentos (p.e la renovación del tratado de misiles nucleares de alcance intermedio) y de despliegue misilero, entre otros.


Rusia en cambio pretende que Estados Unidos y la OTAN den garantías de seguridad verosímies (y por escrito) en el sentido de que no admitirán a Ucrania en la OTAN, que esta alianza no se expanda hacia el Este teniendo como referencia la situación de 1997 (antes del ingreso de Polonia, Hungría y la República Checa -los primeros Estados ex-soviéticos en incorporarse), que Estados Unidos y la OTAN se retiren de los Estados ex -soviéticos (roll-over) y que éstos no desplieguen armas en esos Estados.


Sobre estas bases (consideradas inviables por Estados Unidos), Rusia podría empeñarse en negociaciones de control de armamentos.


Aunque las conversaciones realizadas entre el 10 y el 13 de enero en Ginebra (Estados Unidos-Rusia), Bruselas (OTAN-Rusia) y Viena (OSCE) concluyeran sin resultados, su alto nivel (vicecancilleres y embajadores que se reunieron luego de dos conversaciones telefónicas entre los presidente Biden y Putin en diciembre pasado) y la densidad del proceso (reuniones bilaterales en Ginebra y plurilaterales en el Consejo OTAN-Rusia y en Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa) permite afirmar que tales conversaciones podrían proseguir. Sobre su resultado, sin embargo, hoy el pesimismo predomina (aunque sin descartar algún entendimiento) y depende esencialmente de la decisión del presidente Putin.


Ese entendimiento deberá reconocer ciertas realidades más allá de que los reclamos rusos no sean plenamente satisfechos. En esencia éstos son cuatro principales. La primera consiste en la evidencia de que Rusia se comporta como una gran potencia (y que tiene los medios esenciales para sostener ese status) y no sólo como una potencia regional. Su capacidad de mantener el desafío a Occidente es hoy manifiesta.


En ese marco, al margen de juicios morales, ha mostrado que tiene la voluntad y capacidad para sostener el rol. Estos factores se han evidenciado también en la consolidación de su liderazgo en el CIS (la asociación de Estados que fueron miembros de la URSS) y en su capacidad de establecer el orden en su frente oriental (Kazakstán) en medio de la negociación con Occidente. El condenable hackeo de muy importantes webs ucranianas al final de las conversaciones es también demostrativo (si se comprobase su origen ruso) de su capacidad en el área de la ciberseguridad. Si ello no bastase para constituir una superpotencia, es evidente que denegar su poder estructural en el sistema sería un error de juicio muy grave.


La segunda realidad consiste en que Estados Unidos, a pesar de las malas señas de su retiro de Afganistán, sigue siendo una superpotencia efectiva e indispensable (su calidad de centro del poder de Occidente no puede ser desafiado por nadie). Sin embargo, su capacidad de planeamiento estratégico podría haber subvaluado el desafío euroasiático. Hoy, Estados Unidos deberá mantener nuevamente la capacidad de atender dos frentes: el privilegiado -China- y el ruso.


La tercera realidad consiste en la evidencia de que los juegos de poder no pueden desprenderse de la geopolítica. Aquí los Estados Unidos deberá reconsiderar el concepto de zona de influencia si desea que la confrontación con Rusia no culmine en una catastrófica suma 0. La materialización de ese concepto se ha impuesto hoy en Europa de una manera que no puede ser ignorada (consideremos al respecto que la anexión de Crimea por Rusia parece un hecho consumado).


Junto con esa realidad geopolítica, el rol del balance de poder se ha puesto también en ostensible evidencia. Si no se examina bien la importancia de las alianzas (el rol de la OTAN se ha potenciado grandemente) y contra-alianzas y la capacidad rusa de crear de conflictos extra -regionales mediante la amenaza de desplegar fuerzas en Cuba y Venezuela, Estados Unidos aceptaría pérdidas estratégicas que no tiene por qué embolsar.


En este escenario geopolítico es imprescindible que los países latinoamericanos que no militan en el ALBA, presionen a Rusia, dentro de lo suyo, y hagan gestiones que impliquen costos para esa potencia. La eventual decisión rusa de generar inestabilidad en Suramérica (que incluye la fabricación de armamento liviano en Venezuela como ya lo hemos mencionado en contexto.org) no puede ser pasada por alto.


En ese marco, Estados Unidos debe repotenciar, en el corto plazo, la cooperación militar con la región mediante una asociación de seguridad efectiva que pudiera superar al viejo TIAR.


La cuarta realidad consiste que, aún en los conflictos sistémicos, se considera vital la guerra híbrida librada mediante agentes formales e informales y empleando múltiples instrumentos. En el nivel que comentamos, sólo aquí las sanciones económicas encuentran sentido.


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