La visita del Papa Francisco 1º al Brasil ha sido un enorme acontecimiento de masas que, además de su naturaleza religiosa, ha restablecido el liderazgo papal entre los fieles brasileños, ha sentado las bases para el reposicionamiento geopolítico de la Iglesia y sugerido el marco de su cambio de orientación y de la conducta de sus representantes. El liderazgo papal sobre la feligresía, controvertido por la lejanía política y teológica de Benedicto XVI, se ha expresado nuevamente a través del carisma antes que por el mensaje detallado de una nueva prédica.
Esta cualidad carismática, que encontró en Juan Pablo II su máximo exponente, ha sido revivida por Francisco 1º a través de su disposición al contacto con la gente. Éste se ha diferenciado, hasta ahora bien, del populismo oratorio y se ha expresado mediante la deposición circunstancial de privilegios propios de la jerarquía que estructura al Vaticano y a través de una demostración de austeridad conductual que definirá, en apariencia, uno de los fundamentos de su gestión.
El resultado ha sido una explosión de entusiasmo colectivo en el Brasil cuya mayor expresión fue la concurrencia de tres millones de personas a una misa en Copacabana (cuyo atractivo debe medirse por la ola de frío que afecta buena parte de Suramérica). Ello ha contribuido a despejar la presión que las movilizaciones populares han impuesto al gobierno brasileño hasta el extremo de generar en la Presidenta Rousseff una propuesta de reforma constitucional, entre otras medidas, orientada a atenuar el descontento que invadió las calles brasileñas el mes pasado. Si ese efecto de distensión es perdurable, lo veremos en los próximos días.
Pero quizás más importante sea la relación entre el entusiasmo circunstancial que Francisco 1º ha despertado y un eventual fortalecimiento del catolicismo en un país donde la feligresía ha descendido de 92% en 1970 a 65% en 2010 en abierto contraste con las diferentes formas de protestantismo (éstas se han incrementado en ese período de 5% a 28% según PEW). A estos últimos se han sumado nuevas corrientes pentecostalistas y movimientos carismáticos que han erosionado la centralidad que aún ocupa el catolicismo en Brasil.
Si una visita que las masas han disfrutado puede debilitar una tendencia estructural en la composición religiosa brasileña, un inmenso fenómeno sociológico se habría producido. Pero la confirmación de ese milagro está por verse. En todo caso, el Papa no ha cuestionado la nueva diversidad religiosa –frente a la sí que ha expresado malestar en entrevistas durante su viaje- y más bien ha llamado a la curia a intensificar su labor misionera al respecto.
Esta situación tiene un impacto geopolítico importante porque tiende a variar la identidad católica del segundo país con más cristianos en el mundo (el primero, con 11% del total, es Estados Unidos según PEW) y que se ha definido, alguna vez, como un “nuevo Occidente”. Si las conversiones protestantes se incrementan, el “nuevo Occidente” sólo se tornará más variado en tanto el protestantismo, que es una de las religiones cristianas de más arraigado origen occidental, gana lo que el catolicismo pierde. Pero éste no es el caso de los nuevos movimientos carismáticos o pentecostalistas.
En cualquiera de los dos escenarios, el catolicismo tiende a perder centralidad en Brasil. Si Francisco 1º desea contribuir a paralizar o revertir esa tendencia, la Iglesia tendrá que desplegar mucho más esfuerzos.
No es éste un fenómeno menor en tanto que esa mutación afecta la naturaleza de una Nación (en este caso, la brasileña) cuya dimensión religiosa forma parte de una de las más importantes formas de expresión popular. Y, por tanto, es un fenómeno político de calado tal que, en no pocos Estados, éste es recogido por la ley.
En el caso del Perú el artículo 50 de la Constitución establece que “el Estado reconoce a la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú y le presta su colaboración”. Más allá de que en el Perú el catolicismo haya sido alguna vez la religión oficial, aquel reconocimiento muestra la importancia nacional que la religión aún tiene para el Estado.
Especialmente en Suramérica que es la región “más católica” en tanto comprende al 28.3% del total de la población católica mundial seguida de cerca por Europa (23.8% del total). Lamentablemente para el catolicismo, en estas dos regiones líderes el número de fieles está decayendo mientras que en África Subsahariana y en el Sudeste asiático las tasas son más bien incrementales (cifras del 2010 en el Anuario Pontificio 2012). Si en esos procesos intervienen factores demográficos (bajas tasas de natalidad en Europa y a la baja en América Latina) o simplemente religiosos no es algo que discutiremos acá. Pero sí mencionaremos que el descenso del catolicismo es un problema occidental si el protestantismo no lo cubre en tanto la población cristiana del mundo equivale hoy a un relativamente mayoritario 32% de la población mundial (50% de los cuales son católicos según PEW). Y su centro es doble: América - la suma de los cristianos de América del Norte y de Latinoamérica es 797.8 mil millones- y Europa que tiene 558 mil millones. Este monto (2.2 mil millones de cristianos) es superior al total de fieles islámicos (1.57 mil millones) 60% de los cual habitan en Asia (sólo 20% en el Medio Oriente según PEW en el Council of Foreign Relations).
Si se toma en cuenta sólo estas dos religiones (que representan alrededor del 54% de la población mundial) puede decirse que ambas desempeñan un rol fuerte en la conformación de las respectivas identidades de América y el Asia en cuyo hábitat (la cuenca del Pacífico) se decide hoy la mayor distribución del poder mundial.
Esta referencia es fundamental para evaluar escenarios que no deseamos (el choque de civilizaciones) y los que sí deseamos (el diálogo de civilizaciones). Si la influencia potencial de Francisco 1º en Brasil (es decir en la Iglesia de ese país) es para ello un factor condicionante de cuyo perfil emergerá el conflicto, la cooperación o algo de ambas actitudes, se comprenderá el valor estratégico de su visita y de lo que pueda resultar de ella. Pero ésta es sólo una connotación, aunque no marginal, de la visita del nuevo Papa al Brasil. La razón principal de su viaje fue la de participar en un encuentro de la Jornada Mundial de la Juventud a la que concurrieron representantes de 174 países. A ellos el Papa llevó esencialmente el mensaje del catolicismo y de sus valores, no un programa político. Como única referencia laica expresó su disconformidad con la liberalización de las drogas (una convicción que pierde terreno en la región) mientras que apoyó su disposición a la protesta por causas justas (p.e. contra la corrupción).
La primera opinión tendrá que ser considerada en foros como la OEA (una de cuyas comisiones especiales ha propuesto al respecto, políticas menos coactivas) y por países como Uruguay que ya legisla sobre el uso legal de la marihuana. Y la segunda, focaliza la protesta popular en Brasil contra la corrupción facilitando la compleja tarea del gobierno frente a las múltiples demandas sociales que lo acechan.
Por lo demás, los pronunciamientos sobre la integración de los homosexuales a la sociedad fueron acompañados por la mención a la posición de la Iglesia (opuesta al matrimonio entre personas del mismo sexo) y su crítica a los lobbys y a la necesidad de que la administración pública sea más tranparente produjo frente a una pregunta periodística referida al Vaticano (lo que anuncia el tono de las reformas administrativas que allí se realizarán). Estas apreciaciones fueron esporádicas y escasamente fundamentadas.
Aquí Francisco 1º perdió quizás una oportunidad de sentar posiciones claras a cambio de la discreción que reclama el manejo de estos temas en el Vaticano. ¿Era ello en realidad necesario? En cambio, el mensaje más claro fue el que planteó al Comité de Coordinación del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM): la Iglesia debe retomar su objetivo misionero y pastoral y abandonar sus fueros aristocráticos en el marco del Concilio Vaticano 2º. Este cambio funcional deberá evitar la excesiva dependencia de las Ciencias Sociales (aparentemente, una crítica a los métodos de la Teología de la Liberación con la que la prensa había anunciado entendimientos), el exceso ideológico (liberal o marxista), la tentación elitista y las presiones de quienes desean expresar una espiritualidad superior, tradicionalista, clericalmente aislacionista o meramente eficaz.
He aquí un mandato contra el faccionalismo religioso y la soberbia teológica que pondrá a la curia a trabajar. Es decir, a salir a la calle sin discriminar. La tarea es grande para Francisco si sus usos y dichos van a ser traducidos en comportamiento institucional. En ella el rol de Brasil y de América Latina será fundamental. Aunque no esté planteado explícitamente, ha sido sugerido por los dichos, hechos y origen del nuevo Papa.
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