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  • Alejandro Deustua

El Nobel Para Gore

El Premio Nobel de la Paz otorgado a Al Gore y al Comité de Cambio Climático de la ONU es algo más que un reconocimiento a muy influyentes promotores del desarrollo sustentable o que un simple llamado de atención a la conciencia ecológica de los que creen en el poder consagratorio del Parlamento Noruego.


Por su dimensión política, este Nobel destacará mucho más al individuo (Gore) que a una burocracia (la ONU). Especialmente si éste ha tenido la capacidad de sobreponerse a una derrota judicial antes que electoral en la competencia por la primera magistratura de la única superpotencia y, en el proceso, superar la aspiración de dirigir al Estado más poderoso para volcarse a una causa transnacional.


En la perspectiva nórdica, esa disposición metaestatal asociada a la protección de un bien común global tiene un valor intrínseco cuya eficacia representa muy bien Gore en un ambiente hoy manifiestamente mutante. Por lo demás, el concepto de paz adquiere con este premio una dimensión que quisiera trascender, quizás utópicamente, la dimensión intersubjetiva para privilegiar la calidad del entorno en momentos en que la velocidad de su evolución es ya dramática.


En efecto, más allá de la discusión académica o idealista sobre el efecto invernadero, la deforestación y su relación con la pobreza o del debate sobre el insustentable crecimiento demográfico y las migraciones forzadas, el trastorno del medio es una realidad palpable con consecuencias concretas. Éstas se evidencian materialmente en el cambio geopolítico (p.e., el deshielo del Ártico, la aparición de nuevas rutas marítimas y reclamaciones soberanas de la plataforma continental), el avistamiento de nuevos conflictos por recursos (p.e. tensiones por acceso al agua desde el corazón africano hasta las cordilleras andinas), en urgencias por la diversificación energética o en serias alteraciones económicas por el encarecimiento de productos agropecuarios cuyos efectos acercan a los consumidores de las ciudades con las aflicciones de los hambrientos rurales.


Tales manifestaciones son especialmente importantes para el Perú. Si bien nuestro país ostenta una megadiversidad ecológica considerada entre las más importantes del mundo, también presenta serios problemas de vulnerabilidad ambiental. La manifestación más evidente es la pobreza.

Además de retroalimentar ésta el deterioro ambiental del campo y la ciudad, a nadie escapa que los problemas de reducción de los glaciares y las altas tasas de deforestación de la cuenca amazónica constituyen vulnerabilidades extraordinarias que tendrán, en el largo plazo, consecuencias de seguridad para el país. Una de ellas probablemente será la reducción del agua disponible en la costa donde se concentra la mayor parte de la población. Otra será el crecimiento del calentamiento global por la incapacidad creciente del bosque amazónico de renovar la calidad de la atmósfera contaminada especialmente por los países industriales.


La dimensión humanitaria del cotidiano empobrecimiento ecológico contrasta fuertemente además con crudas urgencias beligerantes. Entre ellas destaca el uso de la fuerza para hacer frente a la realidad del terrorismo que luego se evade, mimetizándose como siempre entre las sociedades y los Estados para desprestigio de quien lo confronta unidimensionalmente. El Nobel al señor Gore no sólo destaca, por tanto, la aproximación compleja y renacentista a los problemas del deterioro de la "aldea global" sino que desea contrastar críticamente esa situación con la lucha primaria y sangrienta que implica la "guerra contra el terrorismo" emprendida por el rival del ex -vicepresidente.


Es posible que ese planteamiento sea cuestionable porque tenderá a acelerar el repliegue de escenarios de poder más allá de lo estratégicamente requerido. Pero ciertamente será muy efectivo. Y tendrá además otro giro en tanto el Nobel se ha convertido en un mecanismo de presión sobre el señor Gore para que éste abandone su tarea de profilaccia ecológica y se reincorpore a la contienda electoral norteamericana (escenario en el que, seguramente, sería el mejor candidato). Aunque el señor Gore probablemente no acepte, su partido, el Demócrata, habrá recibido un espaldarazo quizás definitivo.


Especialmente si el premio al ex -vicepresidente tiene más similitud con el otorgado a los demócratas Woodrow Wilson y Jimmy Carter por su intento de construir sociedades mejores que con los concedidos a los republicanos Henry Kissinger (que, a pesar de su cuestionamiento, negoció y logró la paz en Viet Nam) o Frank Kellog (que utópicamente suscribió, con su colega francés Briand, un tratado prohibiendo la guerra).


Por lo demás, el Nobel dará un impulso inmenso al desarrollo de las ciencias del medio ambiente extrayéndolas realistamente de su dimensión puramente "verde" cuyo romanticismo catastrofista impidió que la ecología fuera tomada con más seriedad y a tiempo por las políticas exteriores de los Estados. En efecto, a pesar de la labor de muy influyentes ONG y de conferencias multilaterales consagratorias para esta disciplina como las de Estocolmo o la Cumbre de la Tierra en las décadas de los 70 y 90 del siglo XX, las políticas exteriores han sido, hasta hace poco, bastante ineficaces en la aplicación de los compromisos adoptados. Para demostrarlo allí está el Protocolo de Kioto cuyo mandato de reducción de emisión de gases (5% como promedio) tomando como base 1990 no se está cumpliendo.


El Nobel otorgado al señor Gore y al Comité de Cambio Climático de la ONU puede ayudar a cambiar para bien esta precaria situación. Consolidar ese cambio, sin embargo, será otra cosa.



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