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  • Alejandro Deustua

El Importador que Manda

No hace falta ser teóricos de la dependencia para percatarnos hoy de la vulnerabilidad de las economías en desarrollo exportadoras de materias primas a los cambios abruptos de la demanda externa.


Especialmente si la caída de la demanda global es parte de una recesión peor que la del 2008-2009 (una contracción de -3% este año según el FMI) y si, a pesar del optimismo de Goldman Sachs (que contradice a Bloomberg), el Banco Mundial infiere que el impacto en los commodities puede ser de largo plazo si se suman la caída de las compras, la reducción de la oferta y la disrupción de las cadenas de valor vinculadas.


Si en un país como el nuestro en que la actividad minera implica el 9% del PBI, el 60% del valor de las exportaciones totales, el 13 % de la inversión (cayendo de 21% en 2014) y un alto porcentaje de los ingresos tributarios, la caída de las exportaciones del sector afecta al conjunto del mercado y a la sociedad.


Especialmente si las exportaciones de cobre, que compromete el 52% de las colocaciones mineras y el 30% de las exportaciones totales (2019, SNMPE), ya habían caído en enero -7.5% antes de la pandemia (Gestión).


En este escenario, cualquier choque posterior, como el colapso histórico del petróleo WTI de hace pocos días (–US$ 35.22), podría haber sido ser capaz de remover los últimos cimientos del mercado de commodities, incluyendo el cobre.


Felizmente ello no ocurrió porque el vencimiento de contratos a futuro que nadie quería retener pudo ser manejado dejando a la vista “sólo” un exceso de oferta que no encontraba almacenaje y el déficit de demanda (sin embargo el precio, luego de regresar a terreno positivo, ha vuelto a caer indicando que probablemente no se recuperará a niveles ex-ante).


Y si ese schock no sólo no derrumbó los precios del cobre (y el Banco Central reportó últimamente su incremento en 0.5%) ello no muestra necesariamente una menor sensibilidad de los precios en la cadena de commodities sino un par de certezas: la de los especuladores que esperaban un rebote y el conocimiento de que la economía china (que compra la mitad de las ventas totales de cobre) continuaba adquiriendo el metal (7.2% en el 1er bimestre según Reuters) a pesar de que la industria manufacturera de ese país repuntaba poco.


Ello se resume en un hecho principal: el precio del cobre que marca al sector minero peruano es ahora una función de lo que demande una sola economía (China) antes que un mercado complejo.


La vulnerabilidad de nuestra economía a esta anomalía es un fuerte llamado a la diversificación de la producción y de los mercados de commodities que hoy, lamentablemente, no podemos apurar.


Pero en medio de decisiones nacionales de sobrevivencia, no podemos descuidar necesarios cambios y previsiones a futuro. Las alternativas que se presentan entre una inserción externa que produce crecimiento con dependencia monopsónica y las que promueven mercados diversificadores, incluyendo el regional, deben ser replanteadas.


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