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  • Alejandro Deustua

El Fracaso (¿Definitivo?) de la Ronda Doha

Aunque dentro de los complejos códigos de la diplomacia económica multilateral, la Ronda Doha se reserva alguna oportunidad de logro, su última reunión ha colapsado estrepitosamente. Puede ser que ello no sea un desastre para el comercio mundial (éste creció 5.5% en el 2007 por encima del PBI global de 3.4% en un contexto de desaceleración según la OMC). Pero ciertamente agrava la crisis del multilateralismo, incrementa la propensión proteccionista entre sus principales actores y contribuye a un mayor desentendimiento sistémico entre potencias centrales, emergentes y en desarrollo.

Aunque la Ronda Doha había ingresado a una inercia de fracaso desde la reunión de Cancún en el 2003 y, en consecuencia, las expectativas sobre su eficacia habían disminuido considerablemente, la reciente reunión de ministros de comercio se consideró como, quizás, su última oportunidad de rescate inmediato.

Este último esfuerzo empezó en mayo con la presentación de las propuestas sobre “modalidades” agrícolas y no agrícolas (NAMAs) por la OMC y durante los últimos nueve días las negociaciones alcanzaron, según estimación periodística, un 85% de acuerdo. Pero la fórmula decisoria que establece que “nada está acordado hasta que todo esté acordado” (“single undertaking”) empantanó el resultado en una discusión sobre salvaguardas agrícolas. Y en consecuencia el éxito “se escurrió entre los dedos” según el Director General de la OMC Pascal Lamy.

Con ello se perdió la posibilidad multilateral de que las exportaciones de bienes industriales de las potencias centrales ganaran acceso a los mercados de los países en desarrollo y éstos, a su vez, perdieron la posibilidad de ampliar sus ventas en más y mejores en los mercados de aquéllos.

Para éstos últimos, según el señor Lamy, la pérdida implica dos tercios de los beneficios totales que la Ronda podía producir frente a una contribución de un tercio por las potencias emergentes. Aunque nadie sabe exactamente cuánto habría implicado ello para el crecimiento del comercio global, las estimaciones de la propia OMC bordean los US$ 70 mil millones en ahorro de tarifas que hoy deberán seguir sufragándose (otros estiman ese beneficio, de manera más compleja, en US$ 130 mil millones). Ciertamente ello no es mucho en relación al valor del comercio global del año pasado (US$ 18 mil billones -miles de millones- incluyendo los servicios), pero para el sistema internacional los costos son significativos.

Por ello, lo recomendable es que el señor Lamy no sólo tome nota de los avances logrados (como sugieren algunos) sino que establezca un nuevo piso negociador a partir de ellos. Esto incluye la oferta de la Unión Europea de reducir subsidios agrícolas a 60% y de la norteamericana de bajar el tope correspondiente a US$ 15 mil millones anuales a pesar de que, en un contexto de incremento de precios de los alimentos, esas ofertas sean, en realidad, considerablemente menores (especialmente si se refieren sólo a topes antes que a reducciones efectivas). A ese piso debe sumarse la disposición de Brasil a reducir las barreras a las importaciones de bienes industriales en líneas más próximas a las demandas de la Unión Europea y Estados Unidos.

Siendo estas aproximaciones insuficientes para lograr ahora el éxito de la Ronda, debe recordarse que éstas no complementaron eficazmente la posición de India y China. Estas potencias lideraron, en apariencia, la oposición a aceptar las propuestas de Estados Unidos y de la Unión Europea en tanto éstos no flexibilizaron su posición sobre niveles de salvaguardas (tales normas autorizan a las partes a incrementar su protección en casos de que una extraordinaria afluencia importadora ponga en riesgo letal a la producción local). Por lo demás, Argentina ya había adelantado que no acompañaría al Brasil en la flexibilización de su postura frente a lo que consideraba una insuficiente oferta de las potencias mayores.

Si con ello el G20 (que dice representar a los países en desarrollo) se quebró generando la primera víctima grupal entre los negociadores principales, el fracaso tiende a generar una fractura mayor: la renovación del divorcio normativo y comercial entre países desarrollados y en desarrollo que no han suscrito acuerdos de libre comercio entre sí en un contexto de crisis financiera y energética. Aunque estamos lejos de los escenarios de la década de los 70 del siglo pasado, los ingredientes de la “confrontación Norte-Sur” de la época esbozan su replanteamiento. Más aún cuando el fracaso de la Ronda no está sólo referido a la mayor desregulación del comercio internacional sino a los aportes efectivos de éste al desarrollo de los países menos adelantados (la Ronda es conocida como la “Ronda del desarrollo).

A esta eventualidad debe agregarse la materialización de las tendencias proteccionistas en la principal economía del mundo (especialmente en Estados Unidos). Éstas ya se han materializado en la oposición del Congreso de ese país a aprobar ciertos acuerdos bilaterales (p.e. el TLC con Colombia). Por lo demás, uno de sus principales candidatos anuncia una revisión de los mismos y una redefinición sustantiva de su posición en las negaciones económicas multilaterales. Esa disposición ya se extiende a otras potencias cuando a una recesión eventual en la primera potencia puede seguir una mayor desaceleración en Japón, otra menor en China o una complicación en la Unión Europea.

Tal escenario destaca además la creciente indiferencia de los Estados más poderosos frente a la incapacidad de los organismos internacionales para producir una adecuada gobernabilidad global. En efecto, si el Consejo de Seguridad de la ONU pierde relevancia en el control de conflictos regionales o globales y G7 muestra incapacidad de cooperar en la confrontación de la crisis económica internacional, ahora es la OMC la que muestra su impotencia para abrir mercados ordenadamente en beneficio de los menos poderosos. El fracaso de Doha incrementa la pérdida de credibilidad en las instituciones multilaterales, sobre el tipo de diplomacia que ésta requiere y erosiona aún más la pérdida de consenso sobre el libre comercio.

Si lo ocurrido en la última reunión ministerial de la OMC no es un desastre, si agrega riesgo a un contexto internacional cada vez más frágil.



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