A fines de abril el rechazo del Grupo de Lima a calificar como golpe de Estado el llamado de Juan Guaidó a su Fuerza Armada para apurar el tránsito a la democracia pareció reorientar el rol del Grupo.
Su explícito apoyo a consolidar esa acción y el reclamo de alerta a la comunidad internacional en vista de la “evolución de los acontecimientos” subrayaba el punto. Algo eficaz y no sólo retórico podría hacerse en el ámbito hemisférico para derrumbar al dictador.
Pero ni el llamado de Guaidó ni la solución interamericana pasarían a la historia. En el primer caso el apresuramiento, dicen, produjo el retraimiento de los uniformados contactados en la cueva de Miraflores. En el segundo, la subvaluación del rol de potencias extrarregionales fue decisivo para la falta de éxito.
Este último error estratégico pareció indicar que, o los miembros del Grupo de Lima no se habrían tomado en serio el compromiso geopolítico que China, Rusia y Cuba han adquirido en el norte suramericano (variable inverosímil) o simplemente no cumplieron con su oficio.
Esto es, no tomaron acción para persuadir a los dos primeros de lo mucho que tenían qué perder en Suramérica por su defensa de un régimen hostil y desestabilizador. Y tampoco advirtieron a Cuba que habría consecuencias por su participación en la política y seguridad del régimen ilegal.
Peor aún, tampoco advirtieron que su parcial subordinación a una gran potencia implicaba su marginación en un escenario abiertamente extracontinental.
Así, si Maduro buscaba desde hace tiempo incorporarse a la agenda de un sistema de polaridades en transición, los presidentes Trump y Putin lo satisficieron a principios de mes. Por fin Venezuela era objeto de mutuas reclamaciones entre Estados Unidos y Rusia –no exentas de un posible entendimiento- a lo que siguieron los intercambios entre los cancilleres Pompeo y Lavrov.
Esterilizado el Grupo de Lima, éste acudió a la Unión Europea y su “grupo de contacto” (alrededor de ocho grandes países miembros) que dialogaría con las potencias de menor influencia en la región (Ecuador, Costa Rica, Uruguay y Bolivia).
El irresoluto Grupo de Lima ha preferido así dar un rol al sustituto colectivo del “mediador” chavista Rodríguez Zapatero (cuyo partido en España está hoy en el poder) en lugar de tomar acción vinculada a la Obligación de Proteger o a la cláusula de seguridad colectiva interamericana (que no ha sido anulada).
Para colmo, en medio de muy tardías e inverosímiles exigencias de autorestricción a Rusia y Turquía, el Grupo procedió a sucumbir nuevamente: convocó a Cuba –cuya tutoría represiva y bélica es determinante para la Fuerza Armada venezolana- a que forme parte abierta de la solución democrática en el país al que explota a cambio de know how totalitario.
Finalmente, el Grupo padeció de dos omisiones perversas: en nombre del comercio no mencionó a China y en nombre de la no intervención no se atrevió a replicar la decisión de Guaidó de mantener, como recurso último, una opción de fuerza.
¿Hasta cuándo?.
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