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  • Alejandro Deustua

El “Capricho” Multilateral Venezolano

25 de Octubre de 2006



Hay quienes sostienen, en número no ralo, que Suramérica no vive momentos de fragmentación. Como muestra de su equivocación nos permitimos presentar el caso de la postulación de Venezuela a un sitio no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU como un ejemplo más de la fuerte división regional que nos afecta.


En efecto esa candidatura no sólo no cuenta con el consenso suramericano sino que ha trazado la línea divisoria en la región hasta el punto de polarizarla (aunque aún a niveles de baja intensidad).


Para demostrarlo allí está, de un lado, el voto frustrado de las dos potencias regionales, Argentina y Brasil (además del que compromete al resto de los miembros del MERCOSUR y a Bolivia) cuya imprudente persistencia no ha acarreado prestigio a los dos grandes Estados del Atlántico suramericano. Y del otro está la neutralidad diplomática de Perú y Chile (entre otros andinos) cuya indecisión para apoyar a Guatemala (que sí tiene el apoyo norte y centroamericano) se sustenta en el intento de mantener la insignificante cohesión de la Comunidad Suramericana.


Sin embargo, a pesar de que la división es clara y de que la candidatura venezolana no prosperará, Venezuela ha insistido hasta hoy en 36 votaciones. Ello ha ocurrido gracias al soporte extraregional (que, ciertamente, no ha implicado al conjunto del “Tercer Mundo” como el señor Chávez fanfarroneaba) y a la sorprendente incapacidad de sus socios suramericanos para convencerla de su renuncia (cuestión que puede producirse mañana o pasado).


Pero si la división regional, de la que Venezuela es un causante mayor, corresponde a una lamentable realidad, la irracionalidad que esa potencia muestra en la ONU es aún más preocupante. Salvo por una extraña articulación estratégica, resulta difícil explicar que una diplomacia de abolengo como la brasileña y otra no menos experimentada como la argentina hayan comprometido inflexiblemente el voto de sus respectivos Estados a esta causa perdida.


Más aún cuando el candidato a quien apoyan, que no es sólo el Estado sino, atípicamente, su gobernante, muestra un comportamiento irresponsable y hostil, cuando su mera postulación crea serios problemas de credibilidad para la región y cuando es evidente que su “influencia” afecta negativamente a la comunidad internacional. Un candidato así ciertamente no serviría los mejores intereses de la seguridad colectiva global.


Lo primero ha sido evidente en la práctica de la agresión verbal como sistema ejercida por el señor Chávez. No contento con haber insultado innumerables veces a las autoridades norteamericanas y a los presidentes de México y Perú, entre otros, Chávez no ha tenido empacho en emplear la máxima tribuna mundial para agredir violenta y circensemente al presidente de Estados Unidos sin importarle el impacto en una audiencia que reclama para sí, aún, ciertas dosis de moderación y seriedad.


Pero si esa presentación descalificaba formalmente la candidatura venezolana, la aproximación irresponsable de Chávez a los principales artífices de los mayores conflictos regionales (Irán, Corea del Norte, entre otros) es un claro indicador del grado de inseguridad que su representación llevaría al Consejo de Seguridad.


Y si esa eventual membresía abriría para Suramérica nuevos frentes de vulnerabilidad atrayendo sobre ella conflictividad exógena, es evidente que la región perdería credibilidad en la comunidad internacional. El impacto de esos resultados, materiales o de percepciones negativas, ahondaría las brechas que hoy dividen a Suramérica generando, por tanto, mayor fricción intraregional.


Finalmente, se debe evaluar bien el efecto que la insistencia de la candidatura venezolana y de quienes la patrocinan está generando en la operatividad de la mayor organización mundial (que está cambiando de Secretario General). El tiempo perdido en las innumerables votaciones que Venezuela no ha podido ganar a Guatemala contrasta con la relativa fluidez con que los países asiáticos y africanos han elegido a sus representantes (IHT). Para los países suramericanos que se encontraban entre el medio centenar que en 1945 fundaron la ONU, este capricho ineficiente y antisistémico no puede despertar el aplauso de nadie.


Y tampoco lo despertará si Bolivia es el candidato que intente resolver el impasse. El Estado boliviano ciertamente es capaz de ejercer una representación decorosa. Pero el problema es que Chávez no quiere a Bolivia en el Consejo de Seguridad. Quiera a Evo Morales. A la luz de la estrechísima vinculación estratégica que los dos gobernantes han creado, esa candidatura no sería hoy la mejor para el conjunto suramericano.


Frente a esta situación, es hora de que los gobernantes suramericanos opten por el mejor candidato latinoamericano. Si éste no se encuentra hoy en Suramérica, bien puede ser éste uno centroamericano cuyo gobernante tenga las credenciales suficientes para el cargo (ese podría ser el caso de Costa Rica).

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