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  • Alejandro Deustua

El Brasil y los Suramericanos Radicales

Si la división entre Estados liberales y no liberales caracterizaba a la región antes de la crisis financiera global, hoy esa brecha se ha incrementado. Una combinación de factores estratégicos mayores inducidos por la desmesurada ambición venezolana, la radicalización interna de algunos Estados (Ecuador y Bolivia) y el antagonismo ideológico crecientemente geopolítico en un marco global que lo promueve está contribuyendo a ello.


Si algún Estado dese probar su liderazgo regional, éste es el contexto adecuado para ejercerlo sea para agudizar la fricción, sea atenuarla. Por dimensión estatal, proyección global y aspiración tradicional, este último sería el caso del Brasil. Por disposición antagónica, incremento de poder convencional y radicalización ideológica, el primero es el caso de Venezuela.


Cuando los presidentes de Brasil, Bolivia y Venezuela se reunieron hace poco en Riberalta, el presidente Inacio da Silva ciertamente había reconocido este escenario de esa fragmentación. Posteriormente, luego de reunirse con los presidentes de Perú y Colombia en Leticia, se pudo confirmar que la autoridad brasileña había optado por ejercer su liderazgo separando los dos frentes andinos. Para que ello no quedara en mero ejercicio utilitario orientado a la obtención de influencia y beneficios políticos en esos dos frentes, lo sensato era esperar que Brasil procurara cambiar la conducta de los que conforma la agrupación más radical y agresiva antes que brindarle cobijo.

La primera duda al respecto surgió en la reciente Asamblea General de la ONU cuando el presidente da Silva extendió su manto protector sobre el gobierno boliviano sin causa aparente y sin recordar siquiera la grave crisis que atraviesa ese Estado ni señalar a sus protagonistas. El segundo cuestionamiento ha emergido de la reiteración de la reunión con el grupo de Estados radicales en una reciente cumbre celebrada en Manaos.


Lo esperable de esa reunión era una muestra de la vitalidad del liderazgo brasileño manifestado en el intento de cambiar la conducta de sus beligerantes interlocutores. Éste podía haberse expresado mediante la organización de agendas de trabajo que estimulara en aquéllos el interés por los beneficios que pueden lograr siguiendo el ejemplo brasileño de disciplina y equidad en la gestión de su política económica, de generación de confianza externa y de activa inserción en el conjunto del sistema incluyendo los cooperativos regímenes multilaterales.


Sin embargo, la agenda de la reunión no indicó, en apariencia, tal intención y ni siquiera el propósito de morigerar la tensión andina sino la de satisfacer los intereses brasileños y venezolanos en el ámbito regional.


Lo primero se concretó discutiendo planes de integración multimodal de acceso al Pacífico en el marco del objetivo brasileño de procurar un mejor manejo de la cuenca amazónica y de su proyección hacia el Pacífico. Lo segundo se mostró en el apoyo brasileño al Banco del Sur cuya génesis venezolana tiene connotaciones antisistémicas incluso mayores a la de la actual crisis financiera global.


Por lo demás, la reunión de Manaos incrementó su parcialidad con la ausencia del Perú. En efecto, la realización de una cumbre en la principal ciudad amazónica sin la participación del Estado que sigue en importancia al Brasil en la cuenca, que comparte, con exclusividad de curso, el gran río que le da vida y que alberga a la ciudad más importante del área después de Manaos (Iquitos), no es muy sensata.


Y menos cuando lo que allí se discute no incorpora el interés estratégico peruano-brasileño de comunicación entre Paita y Belem do Pará (un ramal principal del proyecto IIRSA que tiene legitimidad suramericana comprobada). Si el Presidente del Perú no pudo concurrir a la reunión por la razón que fuera (una visita del presidente de Hungría es alegada al respecto), lo tratado en Manos debió hacer referencia expresa a la vinculación amazónica peruano-brasileña. Esta expresión de interés estratégico no se produjo, sin embargo, para dar paso a otras aspiraciones en el área.


Por lo demás, el apoyo al Banco del Sur, que es percibido menos como estabilizador coparticipante en el sistema internacional que como un instrumento financiero regionalista que privilegia el ejercicio del poder y dista de las orientaciones de la banca de desarrollo que el propio Brasil apoya, ha supuesto mayores compromisos político del Brasil con esa institución de lo que un buen juicio financiero regional recomienda.


Si el Banco del Sur va a ser un instrumento antagónico a una banca regional cuya focalización local es plenamente compatible con la asociación externa (la CAF o el BID, por ejemplo) y es conducido con los criterios ideológicos del chavismo, lo menos que se puede decir de éste es que será un instrumento de intereses sesgados cuyo fundamento mercantilista será disonante frente a la generalidad de la banca promotora.


El potencial del liderazgo regional brasileño es indiscutible. Pero su ejercicio parcial y sesgado puede generar hoy aún más desequilibrios en la región de los ya existentes e incrementar la alteración de la identidad suramericana en la que esa potencia emergente basa su proyección global. Esta situación debe esclarecerse y corregirse.



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