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  • Alejandro Deustua

El “Arco del Pacífico Latinoamericano” Debe Acercarse a Europa y a Estados Unidos

El gran escenario estratégico que conforman los países del Pacífico latinoamericano (denominado el “arco”) no ha sido hasta hoy puesto en valor. La inminente cumbre de la APEC a realizarse en Lima puede ser la oportunidad para actualizar ese activo más allá de la aproximación minimalista y técnica de la que ha sido objeto hasta ahora. Esa responsabilidad debiera corresponder a los miembros latinoamericanos de la APEC: Perú, Chile y México.


Por lo pronto la CEPAL ha presentado un diagnóstico de la situación y la prospectiva de los 11 países del “arco” en la relación con el Asia. La conclusión es simple: el punto de partida general muy bajo y, en consecuencia, está casi todo por hacer.


En efecto, el agregado de los países del “arco” no define a una entidad de considerable influencia económica: los 11 países representan en conjunto apenas 3% del comercio mundial (aunque México es responsable del 40% de esa magnitud) según el estudio en cuestión.


Por lo demás, sólo algunos (fundamentalmente los miembros de la APEC) vienen desarrollado una red de acuerdos de libre comercio con las más dinámicas economías asiáticas mientras que las exportaciones de los países del “arco” (como es usual en la región) se concentran en las materias primas, algunas de mayor valor agregado (como las textiles) son desplazadas y la inversión asiática en el área es notoriamente inferior a la proveniente de Estados Unidos y la Unión Europea. El denominador común de estas carencias de potencial, que deben ser superadas, es la asimetría con los países asiáticos cuya brecha se amplía año a año.


De otro lado, la relación política con el Asia carece aún de masa crítica y de institucionalización, la cooperación es marginal y, en el agregado, la relación con China es predominante.

La realización de la cumbre APEC en el Perú, como antes ocurrió en Chile, debiera iniciar la tarea de revertir la realidad de la muy escasa densidad transpacífica desde el punto de vista latinoamericano. Al respecto la representación regional en el foro, si la hubiera, debe tener presente que su dimensión diplomática no puede contribuir a su ocultamiento y, en consecuencia, a evitar el requerimiento de hacer algo al respecto.


Con anterioridad (ver contexto.org de 24 de agosto de 2007) hemos propuesto que Perú y Chile podrían contribuir a esa tarea reduciendo, en conjunto, los costos de acceso a los mercados asiáticos si sus empresas y gobiernos pudieran coordinar esfuerzos. La CEPAL ha desarrollado esa idea en el ámbito regional sugiriendo la complementación de emprendimientos que van desde la organización de la oferta exportable hasta el involucramiento de la producción latinoamericana en las cadenas de producción asiáticas.


A la luz de la escasa interdependencia entre las dos áreas (salvo en el caso de economías como la peruana que tiene a China como su segundo destino exportador o a Chile que coloca en Asia por lo menos un tercio de sus ventas), la sugerencia cepalina es ciertamente razonable. Sin embargo, no considera un activo fundamental: la creciente y buena relación que los países del Pacífico latinoamericano han desarrollado con Estados Unidos y con la Unión Europea.


No jugar la carta estadounidense en la relación con el Asia no sólo es una muestra de debilidad latinoamericana sino de miopía estratégica. Si la mayoría de nuestros países se rigen por principios liberales, su orden interno es expresión de la democracia representativa y prácticamente todos han negociado acuerdos de libre comercio con la primera potencia resulta absurdo y perjudicial marginarla de estos los esfuerzos de coordinación transpacífica. El hacerlo no fortalece la autonomía sino que resta potencial de acceso y de negociación.


Por lo demás, pretender que México y los países centroamericanos orienten su aproximación al Asia dando la espalda a su principalísimo socio del norte (con quien, a pesar de la asimetría hegemónica, comparten una zona de seguridad) no tiene sentido ni buen destino.


Y en lo que hace a Suramérica, si la postergación norteamericana en el “arco” parece insensata en el caso colombiano hasta por razones de seguridad, en el caso del Perú y Chile ello implica la negación del potencial que brinda ese vínculo en los ámbitos de la inversión y el comercio para desarrollar mejor la relación transpacífica. No sólo los agentes económicos suramericanos estarán interesados en ganar volumen y escala para lograr una mejor convergencia de intereses con sus pares asiáticos sino que éstos querrán hacer buen uso de nuestro espacio económico para ganar mercado en Estados Unidos.


Por lo demás, la relación transpacífica latinoamericana no puede planificarse haciendo caso omiso al fuerte arraigo occidental de la mayoría de los países del “arco”. Y tampoco puede pretender, implícitamente, una alternativa estratégica al Atlántico como si la Unión Europea no fuera un socio vital para los ribereños del Pacífico.


Si el Perú ha invitado al Brasil a la cumbre de la APEC para promover nuestra proyección bioceánica y la de esa potencia regional, no tiene sentido postergar la vital relación que los latinoamericanos ribereños del Pacífico mantienen y pretenden desarrollar con la Unión Europea para proyectarse autárquicamente al Asia.


Cuando los países del “arco” tomen conciencia de la necesidad de potenciar su débil capacidad y posicionamiento actual en la cuenca del Pacífico deberán promover alguna forma de asociación con Estados Unidos y Europa para mejorar esa situación sin perder en ella ni autonomía ni identidad. Estas épocas de crisis económica no son inadecuadas para meditar al respecto. Especialmente en función del escenario que se abrirá luego de que la crisis sea superada.



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