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  • Alejandro Deustua

El Acuerdo Transatlántico: Una Buena Noticia, una Innovación Geopolítica y un Instrumento Anticrisis

En el marco de la cumbre del G8 celebrada en Irlanda del Norte se ha lanzado la negociación del acuerdo comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea, las dos principales potencias económicas si pudiera considerar como potencia a una entidad regional.


En efecto, la negociación del acuerdo transatlántico (Transatlantic Trade and Investment Partnership, TTIP) agrega algo menos del 50% del PBI mundial y convoca a los dos principales socios comerciales y financieros del mundo. Ello se expresa en hechos sólidos: Estados Unidos y la UE congregan alrededor de un tercio del comercio mundial mientras que la inversión norteamericana en la Unión Europea triplica a la que la superpotencia realiza en China al tiempo que la inversión de la UE en Estados Unidos supera ocho veces a la que esa entidad realiza en China e India (1).


Ese nivel de interdependencia está calificado por un hecho fundamental: alrededor de un tercio de la inversión que cada parte realiza en el mercado del socio ocurre en el ámbito intraindustrial. Ello muestra que es la inversión más que el comercio el “verdadero motor de la relación transatlántica” (idem).


El fortalecimiento de ese vínculo ocurre en momentos en que Estados Unidos “pivotea” hacia el Asía y negocia el acuerdo de asociación transpacífico (TPP) en el marco de la APEC (alrededor del 54% del PBI mundial y 44% del comercio global). La relación transatlántica opera entonces también como balance afirmando la dimensión económica de Occidente. Su dimensión geopolítica en el escenario marítimo ha sido planteada nada menos que por un integracionista en el G8. En efecto, más allá del giro retórico, el presidente del Consejo de la UE, Herman van Rompuy ha hecho al respecto la aclaración correspondiente: “el Atlántico no es el pasado sino el futuro”.


Si bien el planteamiento tiene efectivamente las definiciones estratégicas aludidas, el TTIP fue presentado también como un instrumento que ayudará a la UE a apurar la superación de la crisis y a Estados Unidos a incrementar el crecimiento y el empleo.


En el primer caso, el Primer Ministro británico David Cameron ha aludido al acuerdo como un instrumento de política económica antes que como un gran arreglo. En un contexto de política monetaria restringida en la UE y sin espacio para la expansión fiscal, el comercio transatlántico se presenta como un estímulo de la oferta y de la demanda en las dos riberas sin mayor costo que el que demande una negociación compleja.


Al respecto, el Presidente Obama y su anfitrión británico han compartido pronósticos de impacto. Según el presidente norteamericano el acuerdo creará 13 millones de puestos de trabajo en Estados Unidos y la UE (el desempleo en la UE afecta 26.6 millones de personas de los cuales 19.7 millones corresponden a la eurozona) y creará comercio por valor de 119 mil millones de euros al año para la UE y de 95 mil millones de euros para Estados Unidos. Ello implicará un incremento del PBI europeo en el rango de 0.5%-1% una vez que el acuerdo sea plenamente implementado (2).


El spillover global del acuerdo generaría, por lo demás, ganancias potenciales para el resto del mundo ligeramente mayores a los beneficios norteamericanos (85 mil millones de libras según el Primer Ministro Cameron). Si ese beneficio se registrara hoy, impulsaría el deteriorado comercio global que apenas ha crecido 2% en el 2012 por debajo del promedio de 5% anual en los últimos 20 años (3)


Este beneficio puede parecer menor si no se le compara con el tamaño de la UE, el mayor mercado de integración (un PBI de 12.4 trillones de euros en 2012 equivalentes a 25% de la economía mundial o US$ 15.9 trillones medidos por paridad de poder adquisitivo) que no supera aún una profunda recesión (y que se seguirá contrayendo en el 2013 en el orden de -0.1% -algo menos que en 2012- mientras la eurozona lo hará en -0.4%) (5).


Los beneficios comerciales tampoco parecen extraordinarios a primera vitas si se considera que el arancel promedio de Estados Unidos y la Unión Europea es de 4% (no queda mucho qué reducir). Pero la ganancia es obviamente mayor si se estima que el monto de la liberación arancelaria debe multiplicarse por el tamaño del mercado y adicionar el efecto multiplicador de la reducción de costos que ella implica para las partes.


Si se trata de eliminar obstáculos al comercio los mayores beneficios esperados devendrán de la eliminación de las barreras no arancelarias (80% del total de los beneficios comerciales del acuerdo según la Comisión de la Unión Europea) y de la armonización de normas y estándares (cuya armonización se realizará sobre la base de los mejores niveles para no reducir calidad de los productos).


El acuerdo será ambicioso en el sentido que liberará el comercio de manufacturas, servicios y agricultura (sobre la base de la reforma de la PAC), destrabará razonablemente el flujo de inversiones (se esperan controversias que podrán ser resueltas en un mecanismo ad hoc) y establecerá normas de acceso a los mercados (además de la desgravación arancelaria y la eliminación de barreras no arancelarias y la facilitación de los servicios, se normará el origen, la defensa comercial –subsidios y medias antidumping-, las compras estatales, la propiedad intelectual -donde Francia ha anunciado que insistirá en la aplicación de la cláusula de excepción cultural que protege principalmente su industria cinematográfica y TV entre otros medios- y asuntos ambientales relacionadas con el comercio, entre otros mecanismos).


Todos estos capítulos ya han sido negociados por el Perú en los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos y con la Unión Europea. Si no hay sorpresas, entonces no hay nada que temer?.


No, pero sí es necesario estar alertas al desarrollo de ese acuerdo desde el punto de vista nacional. Es evidente que la profunda interdependencia que ya existe entre Estados Unidos y la Unión Europea se densificará aún más. Ello puede concentrar flujos y riqueza en un escenario ya dominante. Pero es difícil que desvíe comercio (la medida para evaluar el perjuicio que genera un acuerdo de integración) porque el tipo de bienes y servicios que intercambian países como el Perú con esas dos potencias es diferente.


Y la alerta debe evolucionar al cálculo de los beneficios porque el referido spillover global que generará el acuerdo entre los dos socios principales se debiera reflejar en un incremento de la demanda de esos agentes. Antes que dar por cierta la estadística del impacto global ya mencionado (85 mil millones de libras esterlinas) lo sensato es investigar cuánta y qué tipo de nueva demanda de commodities e insumos creará para los países en desarrollo la expansión del comercio euro-norteamericano.


En cualquier caso, entre los beneficios debe contabilizarse el del mejoramiento de la calidad del mercado global en momentos en que la Ronda Doha está paralizada y la disposición proteccionista se mantiene, En apariencia, es a través de los acuerdos de libre comercio –cuya negociación el G8 ya recomienda como política- que el comercio global consolidará su apertura. Para las economías abiertas que han mejorado su inserción y que tienen experiencia en la negociación de este tipo de acuerdo, ello debiera ser una ventaja.


De otro lado, existe el riesgo de que Estados Unidos y la Unión Europea negocien normas y reglas que establezcan bilateralmente nuevos estándares para el comercio global. Este riesgo es real en ausencia del escenario multilateral. Sin embargo, los regímenes acordados ya por esas dos potencias con terceros no podrán alterarse.


Al respecto, será necesario reclamar información y seguridades a esas las potencias en cuestión para evitar perjuicios. Pero el punto de partida es que los beneficios globales y geopolíticos serán superiores.


El Perú y otros países tendrán por lo menos dos años para plantear salvaguardas en tanto ése es el plazo oficioso de la negociación. Como es probable que ese plazo se extienda, los recaudos de terceros tendrán un mejor horizonte para su planteamiento. Éste podría estar atado a las negociaciones del acuerdo transpacífico donde podrían plantearse compensaciones norteamericanas si algún perjuicio eventual surgiera del acuerdo transatlántico.


En cualquier caso, el Perú y sus socios estarán mejor con un acuerdo entre europeo y norteamericanos que sin él. Y América Latina y Occidente también.



(1), (2), (3), (4), (5); European Commission: FAQ on the EU-US Transatlantic Trade and Investment Partnership; G8 fact sheet: trade; European Commission/Eurostat; European Commission Memo (June 14, 2013); European Economic Forecast, Spring 2013.


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