El 2011 SegĂșn los Primeros Reportes Institucionales
- Alejandro Deustua
- 14 ene 2011
- 6 Min. de lectura
Si se pudieran dejar de lado los cambios sistĂ©micos acelerados por la crisis del 2008-2009 y su impacto de largo plazo, el primer balance institucional de proyecciĂłn de desempeño, de riesgos globales y de impacto antidemocrĂĄtico de la crisis econĂłmica es bastante menos malo para el 2011 de lo que la magnitud de la crisis advertĂa.
Aunque esta conclusiĂłn se puede derivar de los primeros reportes prospectivos de entidades globales de calidad reconocida (el Banco Mundial, el World Economic Forum y Freedom House), los cambios estructurales que la crisis ha agudizado (desequilibrada distribuciĂłn de capacidades, incremento de fragmentaciĂłn colectiva y de la competencia, erosiĂłn regimental, pĂ©rdida de fundamentos econĂłmicos en las economĂas mayores, entre otros factores) puede disminuir ese optimismo. Ello no es irracional en tanto esos cambios implican el debilitamiento de los soportes del sistema internacional, el incremento de la fricciĂłn interestatal y la generaciĂłn de desgobierno global (y, eventualmente, tambiĂ©n estatal). En el otro lado de la medalla se ubica, claro estĂĄ, el incremento del status de las potencias emergentes y de las que le siguen los pasos. Para muchos ello implica que el sistema internacional en formaciĂłn âuna multipolaridad aĂșn indefinida- serĂĄ mĂĄs estable que el anterior. Nosotros creemos que tal estabilidad es, en el mejor de los casos, una aspiraciĂłn que abre grandes brechas de incertidumbre que los Estados deberĂĄn aprender a manejar. Aunque Ă©sta no implique un retorno radical a una situaciĂłn de suma 0 y ese trĂĄnsito se asiente en bases de progreso nunca vistas (la emergencia generalizada de clases medias es acĂĄ el factor mĂĄs importante), el optimismo de los Estados que emergen de la crisis mejor posicionados (los paĂses en desarrollo de ingresos medios) debe moderarse frente a la evidencia de la precariedad de la situaciĂłn de los que resultarĂĄn en peores condiciones (las potencias centrales, las economĂas desarrolladas en general y, quizĂĄs, los paĂses de menor desarrollo). Es mĂĄs, la actitud de los paĂses en desarrollo debe ser de cautela en tanto la relaciĂłn y los tĂ©rminos de poder entre las potencias centrales y perifĂ©ricas han variado pero no se ha invertido decisivamente con el agravante de que es previsible el incremento de la rivalidad entre algunas de las primeras.
Pero, en lugar de hurgar en el largo plazo, de momento veamos lo que ofrece la coyuntura inmediata segĂșn los reportes aludidos para el corto plazo.
El Banco Mundial (BM) pronostica que el crecimiento global descenderĂĄ este año a 3.3% para recuperarse en el 2012 a 3.6% aunque por debajo del 3.9% del 2010. La responsabilidad de esa desaceleraciĂłn es atribuida principalmente a los costos de la reconstrucciĂłn bancaria, de la consolidaciĂłn fiscal, de la âlimpiezaâ hipotecaria y de la normalizaciĂłn de la capacidad de consumo en los paĂses desarrollados. Ello se traducirĂĄ en un crecimiento de apenas 2.4% para los paĂses de altos ingresos (2.3% para la OECD) en el 2011 y 2.7% en el 2012 por debajo del 2.8% en el 2010.
En tanto el BM enfatiza la incidencia de estos factores en la desaceleraciĂłn global reconoce implĂcitamente lo evidente: que estos paĂses siguen siendo el centro de la economĂa mundial (factor no suficientemente remarcado) aunque Ă©sta se haya diversificado y los paĂses emergentes sean los principales contribuyentes al crecimiento global (el elemento mĂĄs destacado del reporte). En efecto, los paĂses en desarrollo crecerĂĄn en el 2011 6% y 6.1% en el 2012 por debajo del 7% en el 2010. Ese crecimiento implica un cambio cualitativo en tiempos de globalizaciĂłn: no sĂłlo son Ă©stos los principales responsables del crecimiento global sino que 46% del mismo es atribuido al incremento de la demanda interna en estos paĂses (componente fundamental, junto con los altos precios de las materias primas, de la rĂĄpida recuperaciĂłn frente a la crisis).
Ese crecimiento estarĂĄ limitado, sin embargo, por el agotamiento de la capacidad instalada (que ya ha sido absorbida, en la mayorĂa de las economĂas relevantes) y por la tendencia a la apreciaciĂłn monetaria derivada de los flujos de inversiĂłn de corto plazo en busca de altas rentabilidades inmediatas. Ello requerirĂĄ de mayor inversiĂłn en las economĂas locales que, si bien acudirĂĄ en cantidades apreciables debido a las oportunidades que ofrecen el crecimiento y los mejores retornos, deberĂĄ competir con los flujos que requiere la recuperaciĂłn en los paĂses centrales. Al respecto debe recordarse que en el 2010 la recuperaciĂłn del financiamiento externo de los paĂses en desarrollo fue de 44% (un resultado destacado pero insuficiente).
De otro lado, la mayor influencia del crecimiento de los paĂses en desarrollo en la perfomance global debe evaluarse a la luz de los riesgos globales que confronta la comunidad internacional. Aunque, segĂșn el World Economic Forum (WEF), los dos riesgos principales (desequilibrios econĂłmicos y fallas de la gobernabilidad) estĂĄn asociados a los paĂses desarrollados, a algunos de los emergentes y a la creciente ineficacia de los regĂmenes internacionales, los paĂses en desarrollo presentan un perfil complicado en dos de los tres riesgos importantes que se derivan de los riesgos principales: los peligros de la economĂa ilegal y los que plantea el encadenamientos de los problemas de recursos bĂĄsicos (agua-alimentos-energĂa). El tercer riesgo importante (los desbalances macroeconĂłmicos) comprometen a todos pero especialmente a los paĂses desarrollados.
En efecto, si bien los paĂses desarrollados han perdido capacidad ordenadora dentro de sus propios mercados, los paĂses en desarrollo son asociados por el WEF con los âEstados frĂĄgilesâ (una alternativa a los âEstados fallidosâ), con la incapacidad de controlar el comercio ilĂcito (estimado en US$ 1.3 trillones), con la proliferaciĂłn del crimen organizado y con la corrupciĂłn.
Si es claro que los paĂses desarrollados comparten la responsabilidad en la vigencia de estas amenazas (y, en no pocos casos, sus sociedades son instigadoras directas de las mismas), el hecho es que las consecuencias mayores de los riesgos que ellas implican complican mĂĄs a los paĂses en desarrollo. Ello se refleja en el incremento de los costos de la buena marcha del mercado, la erosiĂłn del Estado de Derecho, el incremento de la pobreza y de la inestabilidad.
A mayor abundamiento, la soluciĂłn general que propone el WEF (mayor cooperaciĂłn internacional) es un lugar comĂșn que, teniendo en cuenta la experiencia reciente, sĂłlo brinda resultados parciales. Para que esa soluciĂłn, por insuficiente, no devenga en parte del riesgo es necesario que cada Estado afectado incremente el esfuerzo de minimizaciĂłn del riesgo en un efectivo escenario cooperativo. Pero al respecto hay aĂșn pocos ejemplos de Ă©xito.
En relaciĂłn al riesgo que plantea la escasez de recursos de la cadena agua-alimentos-energĂa que se incrementarĂĄ en 30%/50% en un par de dĂ©cadas, el WEF tampoco plantea soluciones que no sean otro lugar comĂșn (la aproximaciĂłn integral). Esta amenaza ambiental ya es clara en los paĂses en desarrollo en tĂ©rminos de escasez de agua para los crecientes centros urbanos y de incremento del precio de los alimentos (que genera inflaciĂłn ademĂĄs de inestabilidad) mientras que la soluciĂłn a los problemas de escasez de energĂa estĂĄ mĂĄs prĂłxima a los desarrollados (si Ă©sta depende de la innovaciĂłn tecnolĂłgica) salvo en el caso del descubrimiento de nuevas fuentes y de energĂas alternativas.
En cualquier caso, el incremento de estas amenazas ambientales tiene un potencial de impacto claramente superior en los paĂses en desarrollo que en los que no lo son. Siendo su confrontaciĂłn una responsabilidad global, las obligaciones de su confrontaciĂłn ya son conocidas. Que Ă©stas se ejerzan es asunto diferente. Sin embargo, la cumbre de cambio climĂĄtico realizada en CancĂșn ha mostrado una mejor disposiciĂłn colectiva a afrontar estos problemas ambientales luego del fracaso de la cumbre de Copenhague.
En lo que hace al riesgo que plantean los desequilibrios macroeconĂłmicos, la tarea es mĂĄs complicada. Este problema corresponde a los paĂses desarrollados y a algunos emergentes (China). Aunque existen posibilidades de mejora en el marco del G20 y de compromisos bilaterales (una eventual aproximaciĂłn entre Estados Unidos y China o de la UniĂłn Europea y China), es evidente que la diversidad de caminos emprendidos para superar la crisis no favorece la convergencia de intereses que, por su naturaleza, son divergentes.
Sin embargo, el impacto de una nueva recesiĂłn (que no es descartable si la zona del euro no se estabiliza, Estados Unidos no equilibra su economĂa o si China no incrementa su demanda) o el atascamiento de largo plazo son poderosos estĂmulos sistĂ©micos que debieran contribuir a redefinir los intereses nacionales mostrados al respecto por las grandes potencias con el propĂłsito de minimizar el riesgo. La historia muestra, sin embargo, claros ejemplos en contrario.
En este escenario es esperable la emergencia de nuevos nacionalismos, de actitudes nacionalistas y el fortalecimiento de los Estados corporativos (o capitalistas de Estado). El incremento del poder negativo de estos actores o su proliferaciĂłn agregarĂĄ tensiĂłn al sistema internacional incrementando las tendencias a la fragmentaciĂłn global y regional.
Esta es una preocupaciĂłn del reporte de Freedom House (FH). Sin embargo, esa entidad muestra al respecto un deterioro menor de lo esperado. En efecto, FH da cuenta de que la mayorĂa de Estados miembros del sistema continĂșan siendo libres (87 Ăł 45% del total) o moderadamente libres (60 Ăł 31% del total), mientras que los Estados no libres suman 47 (24% del total). Ello a pesar del ligero deterioro del Ășltimo año y de que la tendencia al declive liberal en los Ășltimos cinco años constituye el mayor perĂodo de erosiĂłn desde la dĂ©cada de los 60 del siglo XX.
Si estas cifras reducen el pesimismo sobre la involuciĂłn democrĂĄtica, la tendencia de la misma es una realidad que muestra que la organizaciĂłn de un nuevo sistema multipolar supondrĂĄ el replanteamiento de la fricciĂłn entre Estados liberales y no liberales. La actitud de Estados como el PerĂș debe ser, por tanto, de atenciĂłn y cautela, antes que de Ă©xito por la perfomance propia.




